Capítulo 4.2:El gran Bosque y el Reino Perdido

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Daret y Glen fueron los primeros en acercársele a hablar.

-Capitán si me permite unas palabras, Daret sonaba particularmente correcto.

-Adelante Daret.

-He estado hablando con los demás, -incluso con Glen, que miraba asintiendo. -No podemos comprender como realizaremos una búsqueda de algo que no conocemos en tierras que jamás hemos estado.

-Eso sin agregar el riesgo que supone atravesar el reino de Ederya, que dicho sea de paso no se encuentra en demasiados buenos términos con Stonefence, -agregó Glen.

Mendert esperó pacientemente a que terminaran con sus inquietudes.

-Comprendo perfectamente sus preocupaciones, pero seremos sigilosos como nunca, no creo que tengamos problemas en atravesar el reino sin ser descubiertos. Con respecto a la búsqueda, sí será muy difícil.

-Imposible, agregó Daret impaciente.

Mendert desenvainó su espada. Instintivamente Daret se hizo hacia atrás, pero se dio cuenta de inmediato que no tenía ninguna intención de amedrentarlo.

Mendert miraba fijamente la espada, como si analizara cada traza, cada detalle del metal eligiendo el mejor punto con cual asestar un golpe.

-Imaginen que tienen la posibilidad de acabar con una guerra solo con un golpe de su espada. Vislumbren lo que eso significa también. Nada de muertes inútiles, familias diezmadas, hambre, violaciones, saqueos. Nada más que un solo golpe. Movía su espada lentamente pero con gran habilidad, casi parecía estar hipnotizando a los otros dos.

- Supongan que para lograr ese golpe deben atravesar las Eternas con los ojos vendados ¿acaso no estarían dispuestos a intentarlo?

Ninguno de los dos contestó, pero se podía ver el convencimiento en sus ojos. Finalmente Glen rompió el silencio.

-Si es realmente así, estoy dispuesto Mendert.

-Es así, envainando su espada les ordenó: -Regresen con los demás, que preparen los turnos de vigilancia, recuerden que estamos en tierras de Salvajes. No estoy dispuesto a sufrir más percances hasta alcanzar nuestro destino. Con estas palabras ambos se retiraron.

Nuevamente Mendert quedó solo en aquella inmensidad.

Estaban en tierras ajenas, libradas a las garras del más fuerte. Sin embargo el lugar le transmitía una inmensa paz.  Si lo pensaba razonablemente, era perfecto para sufrir una emboscada. El sitio era abierto pero con vegetación como para ocultarse y con el río por detrás que les impedía la huida.

Pero Mendert se sentía tranquilo, tal vez era porque pensaba que los Salvajes no se atreverían a atacarlos después del enfrenamiento anterior, o que no quedaba ninguno vivo en kilómetros a la redonda.

Luego recordó aquel Salvaje muerto, ¿quiénes eran realmente estos hombres a los que ellos denominaban Salvajes? En su mayoría eran hombres que habían escapado de algún reino por un motivo medio oscuro o incluso con alguna condena pendiente. Pero los que asesinaron en la aldea parecían muy instalados, como si se encontraran organizados. Además, sabía que hacia el este, siguiendo el curso del río, por aquel extremo en que se encontraba había grandes asentamientos de Salvajes.

Había oído a un soldado decir que había estado cautivo en una ciudad de Salvajes cercana al gran desierto conocido como Badarast ¿Ciudad de Salvajes? Sonaba ridículo y contradictorio. Sin embargo la imagen de aquel muerto no lo abandonaba.

Su mente seguía divagando y saltaba de una idea a la otra, ahora pensaba en el río, Dragoñac que era el límite norte del reino de Ederya y su próximo destino. La ciudad de Owterville se encontraba a sus orillas y tenía uno de los puentes más importantes para cruzarlo, aquel que lo desviaba menos de su camino.

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