Capítulo 11.2: La planicie del Sirindar

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Finalmente comenzaron el ascenso. La cuesta no era demasiado empinada, pero resultaba bastante cansadora y tras dos horas de caminata decidieron detenerse.

-Necesito descansar, -dijo Aled, sentándose sobre una roca.

Tomó un saco que había armado utilizando la piel de un jabalí, algunas hojas y ramas, que utilizaba para transportar agua y bebió. El sistema no era  muy bueno, pues no había tenido el tiempo y el sol necesario para secar la piel. Por eso la había recubierto con hojas anchas de plantas por dentro y entretejido por completo por fuera con unas hojas largas y resistentes. El agua tomaba un poco de feo gusto por efecto de la piel del animal, pero era suficiente como para cuando se sentía muy deshidratado.

Luego de la pausa continuaron con su ascenso, dos horas más les tomó llegar a la cima de la meseta. A medida que ascendía Aled notó como lo árboles iban disminuyendo, pero siempre eran una cantidad suficiente para cubrir al suelo de sombra, por completo.

Al llegar a la planicie el efecto fue inmediato. El bosque desaparecía, como desterrado de aquel lugar, solo unos poco árboles se distinguían a la distancia. Los pastos dominaban hasta el horizonte con su color amarillo verdoso y de una altura promedio que le cubría las rodillas al muchacho.

Al oeste se podían ver imponentes las Eternas. Las montañas eran claramente visibles y la nieve en sus cumbres brillaba con el sol de la tarde.

Desde la planicie no se podía distinguir hacia abajo la extensión del bosque, pues lo árboles que lo formaban llegaban hasta la misma meseta, impidiendo así una vista panorámica. Por esto y por el efecto de las Eternas al oeste, era muy difícil distinguir aquella planicie como una meseta. Solo por aquella subida de unas cuantas horas Aled podía estar seguro de que esto era una meseta.

Una sensación de alivio alcanzó a Aled. Ver aquel horizonte despejado, la mansa hierba y un sol que acariciaba la piel, lo reconfortaba. Sintió la brisa más seca y respiró profundamente. Ya no estaba asfixiado por la naturaleza exuberante de aquellos bosques y pantanos. Sin embargo una incomodidad mental se escabullía sin demasiada conciencia, le perturbaba estar tan descubierto como si alguien lo pudiera ver.

El lugar era realmente extenso, su color y visibilidad lo hacían aparentar amistoso. En ese mismo momento Aled recordó a los Kudangari y pensó, que por aquellas mismas razones habrían elegido aquel lugar para instalarse.

Los pastos eran suaves, se deslizaban entre las piernas y se mecían como olas en el mar con la brisa.

Bre caminaba con más dificultad pues los pastos le llegaban hasta el estómago y algunos incluso hasta el hocico, pero por lo menos le ayudaban a pasar oculto, aunque su color contrastaba bastante con el amarillo del pastizal.

Aled podía entender por qué no le agradaba a la pantera aquel lugar. Era por la misma razón de su preocupación por sentirse al descubierto.

El sol se ocultaba ya tras las Eternas y el cielo se iba tiñendo de tonos rosados y anaranjados, toda la meseta parecía resplandecer con un tono dorado. Grandes bandadas silenciosas y despreocupadas surcaban el cielo.

-Se dirigen a las lagunas del Sirindar, -comentó Bre al notar que Aled miraba hacia los pájaros. Mañana pasaremos cerca de ellas. Las lagunas del Sirindar se forman en su centro que es la parte más baja de la meseta. El agua llega pero no se va para ningún lado y forma unas lagunas de un tamaño grande, que muchos pájaros y animales aprovechan.

Continuaron la marcha hasta que la oscuridad fue total, los pastos comenzaban humedecerse a causa del rocío y el aire se tornó más frío. El hecho de que no hubiera luna ayudaba, pero había en el aire una transparencia especial.

La Sombra del BosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora