Capítulo 3: El cruce del Estiglir

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Las dos compañías seguían su marcha juntas, los veintidós caballos trotaban por las suaves lomas marcando un  solo compás. A medida que avanzaban las lomas se desdibujaban en planicies cada vez más verdes y abundantes en pastos. El sol estaba alto y sus cálidos rayos templaban el fresco viento de otoño.

Mendert cabalgaba al frente de la su compañía, que iba detrás de la otra, separadas  por unos cuarenta metros de distancia. Desde la primera noche de descanso, no habían vuelto  a cruzar palabra con los hombres de la otra compañía. Era como si se tratara de dos grupos totalmente distintos y desconocidos entre sí, solamente unidos por el camino común.

Habían dejado atrás el cruce que unía los caminos a Greyrock Keep y Old Pine. Greyrock Keep, como Mendert bien la conocía era una ciudad que se había originado a partir de la antigua fortaleza al pie de las Eternas. La fortaleza ya casi no se utilizaba como tal, ahora oficiaba como casa del Duque de Greyrock y mercado. Old Pine, por otro lado, era otra ciudad un tanto más pequeña y la más cercana a la capital del reino. Mendert ni podía pensar en el camino que conducía a ella. De aquel pueblo era oriunda su difunta mujer. Solo pensar en las pedregosas lomas que rodeaban Old Pine entristecía su corazón.

Más allá de todo el capitán disfrutaba mucho de la cabalgata. Fijar su vista en el horizonte que se fundía en las planicies verdes y dejar su mente en blanco. Era la forma en que lograba prepararse para enfrentar cada misión. Había algo en andar los caminos que lo relajaba y lo liberaba de las presiones, como si solo estuviera obligado a contemplar el paisaje y avanzar hacia su destino.

Este era ya el cuarto día de cabalgata y se aproximaban  al puente del río Estiglir. Las imponentes Eternas, al oeste, comenzaban a perder nitidez y al este continuaban las lomas, hasta donde la vista alcanzaba.

El hombre alto y rubio de la compañía de Mendert se acercó.

- ¿Cómo andarán las cosas por las aldeas? hace rato que no tenemos noticias de las patrullas del río, -luego de una pequeña pausa agregó en voz baja:

 -Tengo una sensación extraña con respecto a ellas.

Mendert lo miró atentamente, en los ojos de aquel grandote, podía ver al hombre con el que había luchado tantas batallas, en quien siempre podía confiar.

-Sí, yo también Glen,  -contestó con voz pesada y lenta.

-Es probable que hayan sufrido más ataques de los Salvajes…quién sabe incluso podrían haber acabado con todos los hombres.

Glen miró al horizonte mientras decía:

-No entiendo cómo es que estas personas insisten en vivir en un lugar tan alejado de la protección del reino, a la merced de los Salvajes.

Mendert se había preguntado aquello mismo tiempo atrás, incluso recordaba la conversación con uno de los aldeanos mayores. En aquella ocasión había conducido una misión para alejar unas huestes de Salvajes de una de las aldeas cercanas al Estiglir. Ya al tanto de la situación llevaba un decreto que el  rey había proferido por el cual les cedía unas tierras a poca distancia del muro de La Ciudad al Pie de Las Eternas. Pero el hombre se había negado rotundamente.

-Son campesinos, trabajar la tierra es su oficio y su tradición y estas tierras son las mejores de todo el reino. -Le contestó Mendert, recordando la dureza de aquel anciano arraigado a su tierra.

Dando paso a su enojo Glen soltó:

-¡Entonces el reino debería proporcionarles más ayuda, teniendo en cuenta el valor de estas tierras!

Mendert, le respondió con una sonrisa un tanto cínica en su rostro.

-Eso es lo que tendríamos que hacer nosotros y sin embargo estamos en esta extraña cruzada. -Luego añadió más seriamente:

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