Era más que seguro que aquella caravana que se dirigía hacia la puerta proviniera de Merna. Aled nunca la había visitado, pero había oído muchos relatos. Según le contaban los viajeros, era alegre y llena de color, unas altísimas murallas rodeaban su abarrotado y antiguo centro, que ahora se encontraba destinado a los más acaudalados hombres de la ciudad.
Lo que solían contar los viajeros, con más entusiasmo, de Merna; era que había crecido alrededor de la antigua muralla. Una ciudad de calles amplias con árboles y casas pequeñas de madera y bloques de arcilla. Una ciudad fresca atravesada por el aire de mar, ya que Merna se ubicaba sobre las costas del gran mar oriental. Esto le sumaba otro encanto. A medida que se caminaba por las calles de la ciudad en dirección al mar, éstas se iban cubriendo de arena y las casas se apretaban más unas con otras mientras las palmeras se hacían su lugar, dándole un aire de alboroto y descanso al mismo tiempo.
Los viajeros, pero sobre todo los mercaderes, nunca dejaban de comentar lo imponente e importante que era el puerto de la ciudad. Con más de diez muelles de piedra y otros cincuenta de madera. Con un faro alto como el castillo de Dun-Ederglast y astilleros y bodegas suficientes para retener la carga de doscientos barcos, expresión un tanto exagerada por el aprecio que le tenían a aquel lugar y porque realmente era el puerto más grande entre las Eternas y el Mar. Todo esto solían contarle los mercaderes, pues trabajaban gran parte del tiempo en las bodegas del puerto donde compraban y vendían todo tipo de artículos, que luego transportaban por todos lados, vendiendo a precios incrementados.
Aled fijó le vista en aquel movimiento, no podía distinguir exactamente cuántos hombres o carros había, pero si parecían unos cuantos y avanzaban a una velocidad lenta pero constante. Cuando se encontraban atravesando los campos al pie de Ederglast, y les faltaba todavía por lo menos media hora de marcha para llegar frente a la puerta, Aled decidió bajar a informar lo que veía.
Descendió por la frágil escalera de madera, se acomodó la media túnica y caminó hasta la pequeña choza contra la muralla. Ya no se oían voces, Aled sospechó que se habrían quedado dormidos después del almuerzo. Abrió lentamente la puerta, tratando de no hacer mucho ruido. Un olor a encierro y comida cruzó el espacio que acababa de abrir, como intentando escapar de aquel lugar.
La luz entraba en la única habitación por la ventana opuesta a la muralla, dejando ver la precariedad de su decoración, si siquiera podía llamarse decoración. Una chimenea apagada contra la muralla, unas pieles gastadas mal colgadas en la pared frente a la puerta y dos mesas, una larga y angosta donde tenían apoyadas un montón de cosas. Desde comida, jarros y papeles, hasta algunas espadas y lanzas. Y en el centro una mesa de mayor tamaño cuadrada y unas cinco sillas con respaldos y apoyabrazos. Todo de la misma madera, la madera más barata del bosque de Woodstown.
Cuatro de las cinco sillas se encontraban ocupadas por hombres vestidos con túnicas semejantes a las de Aled pero de mayor calidad. Además estos llevaban grandes cinturones de cuero. Uno de ellos, además vestía un cinturón que le cruzaba el pecho desde el hombro izquierdo hasta la parte derecha de la cintura. Sobre el hombro donde pasaba el cinturón y sujetado al mismo, tenía una hombrera de cuero reforzada. Aled se acercó hasta éste lo tocó en la hombrera.
-Señor se acerca una caravana, deben de estar llegando en los próximos minutos.
El hombre de una barba mal afeitada, pelos finos, largos y oscuros abrió los ojos tímidamente y lo miró sin decir nada. Luego tomando aire suavemente, le dijo:
-Pues despiértame cuando estén aquí, idiota. Qué me interesa saber los tiempos de su viaje. Y empujándolo lo apartó de él.
Aled se retiró sin sobresaltarse por el mal trato recibido. Él sabía que había hecho bien en decírselo ahora. Lo regañaría peor si lo reportara cuando la caravana hubiera llegado. De cualquiera de las formas que hubiera actuado, el Cudfer hubiera encontrado alguna forma de regañarlo.
ESTÁS LEYENDO
La Sombra del Bosque
FantasyPuerta verde, río de ramas Casa de sombras, luz sin llamas Mendert conocía aquella canción, se la había leído uno de los ancianos escribas que el rey tenía trabajando en esta empresa secreta. La primera vez que la había escuchado, una sensación de...