Capítulo 3: Persecución.

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Mi día favorito lunes.
Es el primero de una nueva semana. El patio se ve vigorizante y lleno de energía. Eso solo lo veremos los primeros días, luego a mitad de la semana se nota como ese subidón va bajando. Parece que las personas cargan una barra de energía encima de sus cabezas. Al principio se encuentra verde, luego se convierte en amarillo y llegando al viernes en rojo.

Lo extraño es que los jóvenes deberían estar cansados a esta altura, pero tienen la energía para salir de fiesta y disfrutar de dormir el fin de semana hasta la hora que quieran.

Yo, por otro lado, no puedo darme el lujo de dormirme en mi casa hasta altas horas del día, aquello provocaría que me echen un balde de agua o me levanten a los gritos.

Sí, lo que oyen es una clara muestra de envidia de sus vidas, ojalá pudiera tener un poco de eso. Para el próximo lunes volveremos a empezar, el subidón de energía estará en su punto máximo. Aunque, seamos sinceros, no es eso lo que me abruma... Mis pesadillas, mi extraordinaria familia muy amable. Ah, y no olvidemos a los monstruos horripilantes, cazadores y hermosos ojos misteriosos.

Solo recordarlos me dan escalofríos. Esas espantosas visiones, a veces siento que me sofocan quitándome el aire y la presencia de esa persecución es extremadamente aterradora. No sé qué era esa criatura, pero sin duda solo verlo te da lugar a imaginar lo que podría llegar hacerte. Un leve temblor sube por mi cuerpo. No hace falta recordar que cada pesadilla viene acompañada de cadáveres, gente siendo perseguidas y las cerezas del postre, mucha sangre.

Voy tan concentrada en mi día gris que no veo venir lo que me lleva a terminar derribada en el suelo, haciendo que suelte mi mochila y derrame mis cosas.

Aquí estamos comenzando mi día con el habitual acoso de mis personas favoritas: los bravucones: compuestos mayormente por idiotas deportistas u otros casos sin importancia.

A veces me pregunto a mí misma. ¿Soy normal? Si supieran que no solo tengo buenas notas, sino que también el adorado de mi primo —con el que se supone comparto un extraño lazo familiar que no comprendo del todo—, tiene relevancia en la escuela.

Adivinen cuál es su puesto en el equipo, es fácil, lanzan la pelota y todos los adversarios van por ella. Sí, nada más que el capitán de fútbol. Y eso lo catalogo como mi perdición.

No solo me fastidia en la casa, sino que encima lo tengo que aguantar en el instituto, es tan maravillosa mi loca vida, todo un túnel sumamente extraño y único, pero soy algo optimista, creo que en algún momento va a mejorar.

Me levanto y los rodeo, intentando ignorar sus risas y burlas falsas.

Al mismo tiempo que mi amiga frunce el ceño, conozco esa expresión así que me dispongo a evitar un enfrentamiento. Más y más humillación que debo evitar. Le hago una seña para que lo deje pasar y la arrastro por el pasillo hasta nuestra primera clase.

Llegamos al salón de nuestra amada matemáticas, no me malinterpreten, no me va mal, pero tampoco me va de maravilla. Solo la llevo al día para evitar contratiempos.

—¿Qué fue lo que te pasó? Has estado más silenciosa de lo normal —suelta su interrogante Mel.

—Ah, nada ya sabes, mis habituales pesadillas y demás —respondo ocultando muy bien la verdad.

Hay cosas que no le digo a Mel, aunque sé que ella las conoce o se hace una idea. Me doy cuenta de que solo espera a que yo de el paso y le cuente los detalles que omití. Además, sé que ella también omite ciertos detalles así que ambas no nos presionamos.

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