Capítulo 10 • Errores

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Narra Joaquín

Estaba dando mi rondín nocturno por la prisión, era un alivio que mi padre no me hubiese descubierto cuando me escapé. Las frías celdas eran la barrera de todos aquellos que habían faltado se alguna manera a la ley. Mis dedos tocaban los barrotes mientras paseaba por ahí, algunos guardias me vigilaban pero rápidamente les dije que podía cuidarme solo.

Mi plan era pasar por el pasillo donde se encontraban los prisioneros que me habían ayudado por la mañana. En cuanto llegue le pedí a los guardias que me dejaran esa zona.

- Volviste, pequeño hijo de Zeus - dijo la chica que había causado el revuelo en la mañana

- Te dije que volvería ¿no? - levanté mi barbilla - Yo siempre cumplo mis promesas.

- Debo admitir que los demás presos dudaron un poco de ti, pero yo jamás lo haría, te conozco bien - sonrió y me miraba tratando de descifrar algo en mi semblante

¿La conozco?. De pronto me puse a analizar su rostro, tratando de encontrar alguna pista que me dijera donde nos vimos.

- Hércules, tú y una docena de semidioses, batalla del barco perdido en la playa de la muerte.

Mi cerebro hizo click. Claro ¿cómo pude olvidarlo? Es la chica que me ayudó con las sirenas.

- ¡Claro! Lo había olvidado, no puedo creer que seas tú ¿cómo llegaste aquí? - realmente estaba interesado en la razón que tenía esta chica para estar en las celdas del Olimpo. Ella era una buena persona, una guerrera valiente y arriesgada. Jamás me dió la impresión de que tuviera malas intenciones.

- Es una larga historia supongo - su ánimo cayó un poco y me miró con una sonrisa melancólica.

- Tengo toda la noche - le respondí.

Me senté en el frío suelo de la prisión y ella imitó mi acción dentro de su celda, solo los barrotes nos separaban.

- Yo no soy mala Joaquín - hizo una breve pausa y volteó a ver a los demás prisioneros que se encontraban a su alrededor - Sé que eso es lo que dicen todos pero de verdad que no lo soy. ¿Recuerdas cuando nos conocimos? - yo asentí - Era una niña apenas, tenía 15 años y pensé que la vida en el campamento era divertida, es decir, me acababan de decir que era hija de un Dios del Olimpo - sus ojos brillaron - cuando te dicen eso piensas que eres especial, te sientes parte de algo magnífico pero luego me di cuenta de que no era así.

- La carga de salvar al mundo y de "ser hijo de" cayó sobre ti - asegure y ella bajó la mirada.

- Eso supongo. Me harté de la vida que me había tocado vivir y hablé con tu padre.

- ¿Cómo? Él no hace reuniones con los semidioses, jamás - dije confundido.

- Era algo importante y tuve la fortuna de que me diera la oportunidad de hablar con él. Le dije que no quería servir para el Olimpo. Obviamente se enojó porque se supone que mi vida estaba destinada a eso, pero después de expresarle mis razones para volver a vivir una vida mundana me dejó.

En mi mente se hizo un revuelo. ¿En verdad mi padre permitió tal cosa?

- Sé lo que piensas Joaquín, pero él me puso condiciones antes de dejarme volver a la tierra. Me dijo que no podía jamás ver a mi padre y a mis amigos. También me prohibió volver al Olimpo después, no podría acercarme al campamento y no podría jamás comunicarme con ningún semidios.

- Eso es cruel y definitivamente suena como algo que mi padre haría - solté un suspiro e hice una mueca compadeciendo su situación.

- Acepté sus condiciones y volví a la Tierra. Fue difícil adaptarme pues no conocía a nadie más pero lo logré, estaba estudiando, trabajaba, hice nuevos amigos; amigos que no presumían a cuántas bestias habían matado o a cuántas misiones habían sido mandados. Todo era normal y me gustaba ese ritmo de vida, alejados de todo aquello que es mítico, viviendo preocupaciones como el tráfico o la economía en lugar de preocuparse por Dioses iracundos o Minotauros salvajes. Amaba ser parte de lo común  - sonrió risueña, se notaba a leguas lo bien que la pasaba siendo mundana y eso me dió una ligera esperanza. A mí también me gustaba como sonaba ese mundo. - Sabes Joaquín... En todos lados hay cosas buenas y cosas malas. Yo aprendí a vivir en ambos mundos y por mucho me quedaría con aquel mundo simple.

A prince for the Olympus • Emiliaco Donde viven las historias. Descúbrelo ahora