Capítulo 19 • El misterio de Emilio

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Narra Joaquín

Salir de la casa de mi padre fue más sencillo de lo que pensé. Tenía el libro en mis manos, tenía fuerza y sobre todo, tenía la esperanza de que pudiera resolver el misterio de Emilio.

No me quería quedar más en el Olimpo, no por el momento. Tomé a Hércules del brazo y salí huyendo del palacio de mi padre, después de salir por la puerta y caminar por el sendero escuché unos fuertes aleteos; en picada bajó Astro, mi fiel amigo pegaso, toque su cabeza y le repartí pequeñas caricias. Quise subirme a su espalda para que nos llevase a la entrada más cercana al inframundo pero Astro no me obedeció, no sé hincó para dejarnos subir, al contrario, movía su cabeza en dirección al sendero, sin saber exactamente que era lo que sería le seguimos caminando hasta que se paró frente a la puerta plateada que bien conocíamos, de nuevo estábamos en el palacio de Atenea.

- No podemos quedarnos Astro, tengo que ir a ver a Emilio - le dije tranquilo. Sus patas hacían pequeños movimientos indicándome que debía entrar.

- Astro, ahora no - dijo Hércules. El pegaso soltó un bufido frustrado - Está bien pues, solo pasaremos un rato

Entramos al palacio de Atenea. Todo era esplendoroso, sus muebles, el piso y la decoración era una mezcla entre lo mítico y lo moderno, sin olvidar la elegancia. Todo en este recinto era decorado con plata.
Nos sentamos en los sillones color gris que se encontraban en el salón más grande, una mesa enorme de cristal se mantenía al centro de la sala, el mayordomo llegó a ofrecernos un aperitivo, el cual tomamos sin dudar.

Pasaron alrededor de 15 minutos antes de que un ruido en la puerta y un olor a hierbabuena fresca inundará el ambiente; Atenea lucía un cabello despeinado pero tenía esa hermosa sonrisa que pocas veces mostraba pero que maravillaba a todos.

- Tú padre es difícil - fue lo primero que mencionó mientras se unía a nosotros en la sala.

- ¿Qué pasó con él? - Hércules lucía nervioso

- Se quedó en su casa, evidentemente. Pol ¿podrías traerme un té? - mencionó a su mayordomo - Se puso algo pesado e incluso quiso luchar pero supe controlarlo con el diálogo - ambos nos quedamos boquiabiertos - Bueno, quizá también le di uno o dos golpes, pero sigue siendo más fuerte que yo, por eso me causó esto - por primera vez reparamos en su mano, tenía el dorso lastimado.

- ATENEA ¡POR LOS DIOSES! - grité horrorizado - ¡Esta es una quemadura de segundo grado! - dije cuando me acerque más

- ¡Traeré la pomada! - se apresuró Hércules

- ¡No! En quemaduras de segundo y tercer grado no se deben aplicar ungüentos - Atenea solo reía al momento en el que dije eso

- No sé preocupen, estaré bien, soy una Diosa del Olimpo, esto se quitará pronto.

- Atenea, esta es una quemadura causada por el poder del rayo de Zeus, como mínimo te durará una semana sanar, aunque si fuese un humano probablemente quedaría una marca de por vida, y si fuese un semidiós probablemente tardaría más de cinco años en sanar.

- Se ve que sabes mucho sobre eso - Hércules soltó por fin, uso un tono parecido al reproche y a la preocupación

- Ayude a mucha gente Herc, no uso mi tiempo en vano - dije simple, después gire mi cabeza hasta Atenea - Podría traer a Edrielle para que te cure.

- La pequeña Edrielle - sonrió Atenea con complicidad para después ver a Hércules - Sé que sus poderes curativos son mejores que los de las demás veelas ¿cierto?

- Así es - respondí - Es la mejor ¿verdad Hércules?

Un sonrojo apareció en el rostro de mi hermano, cosa que nunca sucede. Sonreí, porque por primera vez en el día me siento pleno; si existe la posibilidad de que a mí hermano le guste mi mejor amiga yo sería el Dios más feliz de la tierra. Hace años que mi padre borro del mapa a la única mujer que mi hermano ha amado, ahora es momento de que encuentre la felicidad de nuevo.

A prince for the Olympus • Emiliaco Donde viven las historias. Descúbrelo ahora