Capítulo 22 • El llanto de Medusa

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No lo podía creer. Diego sentía como su corazón latía desbocado ante aquel suceso tan sorprendente.

Una de las personas más intrigantes y temidas de la mitología griega se encontraba de pie frente a él, sonriendo coquetamente y tendiendo su mano para saludarlo.

Cualquier otra persona hubiera gritado y se hubiera negado rotundamente a estrechar la mano de alguien que en lugar de cabello tenía serpientes, pero no Diego; no él, que siempre había admirado la historia de aquella bella mujer, que había estudiado, pintado y soñado con un momento así.

Era casi como la sensación que tenías al conocer a tu artista favorito, solo que está vez estábamos hablando de alguien a quien creía que estaba fuera de sus posibilidades. Ahora que le había estrechado la mano sintió como sus mejillas se ponían cada vez más calientes.

- Es raro que no me temas - habló de nuevo aquella mujer de silueta perfecta.

- No podría temerte, eres mi musa - expresó con admiración Diego

- Joaquín me habló sobre eso, pero supongo que ahora que me tienes frente a frente puedes perfeccionar aún más tu pintura ¿no te parece magestuoso?

- Eso sería increíble - sonrió Diego - Cuando Joaquín me dijo que alguien vendría para estar a mi cuidado no me imaginé jamás que se tratara de ti

- ¿Hubieras preferido que fuese alguien más? - preguntó un poco decepcionada

- No... Es sólo que, pensé que estabas en alguna celda o que tu destino había sido la muerte

- Verás, mi querido amigo, la mitología como la conocen los humanos no son más que simples teorías de lo que aconteció. Nadie de ellos estuvo ahí para contarlo y se creen cualquier cosa. Los semidioses han sido educados en el campamento, donde se les instruye lo básico sobre la historia y de vez en cuando se lo cuentan a alguien mundano, quién la manipula a su gusto - explico con detenimiento - así que no puedes decir que conoces a la gran Medusa si no viviste con ella antes.

- Siempre es así, supongo. Incluso con la propia historia de nuestro país; hay acontecimientos que no puedes asegurar porque no viviste en la época en la qué pasó, así que solo formas conjeturas poco sólidas para darte respuestas - reflexionó Diego - Es algo de lo que siempre hablábamos Emilio y yo.

- Ay tu amigo - suspiró Medusa - ¿Sabes que desde que Joaquín le conoce no deja de hablar de él? Incluso puso a uno de los mejores Dioses a cuidarlo

- No entiendo, pensé que lo cuidaría Edrielle, la chica de cabello platinado - explicó Diego tocando su propio cabello

- ¡Claro que ella estará! Ella le cuida desde cerca, pero en las alturas tiene a Ares vigilando el perímetro

- ¿El Dios de la guerra? ¿Eso es legal en nuestra posición?

- Cariño, no hables de leyes cuando estamos nombrando al Dios de la guerra - Diego comprendió al instante - ese hombre está atado a un deseo de acción desde su nacimiento. Así que si hablamos de una guerra entre los Dioses se pondrá del lado donde vea la ventaja

- ¿Y por qué está de nuestro lado? ¿Podemos confiar en él? - Diego se sentó en el sillón

- Contrario a los rumores, Ares es un Dios de palabra, el no te va a fallar, es calculador y ha decidido cuál es su batalla... Con nosotros - lo tranquilizó Medusa - Así que no temas

- Está bien, supongo que puedo quedarme tranquilo - contestó el chico dudoso.

- ¿No me crees verdad? - sonrió Medusa

A prince for the Olympus • Emiliaco Donde viven las historias. Descúbrelo ahora