Cuatro

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[...]

—Oiga, bonita — llamé a mi polola y se dio vuelta.

—Empecemos a caminar lento, porque hay cabros de tu curso allí — susurró.

Me apresuré y comencé a caminar adelante de ella, hasta que doblamos en una calle y me tomó del brazo para que me diera vuelta.

—Estai muy cariñosa — dije, mientras la abrazaba.

—Me gustai mucho — dijo contra mi pecho.

—Ya, vamos, que mis papás nos están esperando — la tomé de la mano y comenzamos a caminar por la calle.

—Vamos, hijito de papi — me huebeó.

—Yapo, no me molestes con eso. Mis papás tienen plata, no yo — le recordé.

—Pero hueón, es que cualquiera te podría decir que eri hijo de papi, porque eri blanquito, ojos azules, alto y con el pelo onduladito, aparte vives en la media casa y estudiai en el medio colegio po — me explicó.

—Estudiamos en el mismo colegio po, Rebe — le recordé.

—Pero yo he estado años en el mismo colegio y por la pura beca, vo veni de un colegio súper caro po — dijo y me reí.

—¿Y que tiene? — le pregunté.—La sencillez viene de la casa, loco, así que tú sabí que yo no soy como todos los del colegio — le comenté y sonrió.

—Ay, me encantai — hizo un puchero.

—Y antes me odiabai — dije y se rió.

—Te odiaba, porque no te conocía — intento defenderse.

—Mmh sipo, ahora dices todo lo contrario — la molesté y se puso roja.

Seguimos caminando y huebeando.

[...]

Cuando llegamos a la casa, nos dimos cuenta que mis papás todavía no llegaban, así que le dije a la señora Soledad que no nos sirviera todavía la comida. La señora Sole me había cuidado desde chico y la quería demasiado, como una abuela.

—Tengo sueño — dijo la Rebe y se tiró a mi cama. Mis papás conocían a la Rebeca hace rato igual, desde que comenzamos a ser pololos y le encantaron como persona y como mi polola.

—¿Te tinca dormir un ratito? — le pregunté y me acosté a su lado. La puerta estaba abierta, huea que me daba manía, porque cualquiera podía pensar mal.

—Ya, aunque no te acerques mucho, porque tuve educación física y no ando muy olorosa que digamos — me huebeó y me reí.

—Me importa un pico, si yo quiero estar cerquita de ti — le susurré y sonrió. Tomé su mochila y me paré para dejarla junto a la mía. Luego, me volví a acostar a su lado y la abracé.

La Rebeca tomó una manta que había a los pies de la cama y nos abrigó. Me acomodé bien, la abracé y la acerqué más a mi y nos quedamos raja.

[...]

Sentí que me movían despacio y abrí los ojos de a poco.

—Oye, dormilón — escuché y giré la cabeza para ver a la persona. Mi mamá estaba parada, mirándonos y sonriéndonos.

—¿Que pasó? — susurré y vi que todavía abrazaba a la Rebe.

—Vamos a comer, despierta a la Rebe y bajen — vi que tenía su celular en la mano y sonreí.

—¿Nos sacaste una foto? — le pregunté y asintió.

—Se veían tan lindos juntos y tenía que aprovechar el momento — sonrió.—Los espero abajo — susurró y salió, cerrando la puerta.

Pa callao'Donde viven las historias. Descúbrelo ahora