Ocho

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Llegué de los primeros al café culiao y al ver entrar al grupo, me relajé, sobre todo cuando vi a mi polola.

—Wena, Dieguito — me saludó la Mila y me dio un beso en la mejilla, después los cabros se acercan y se sentaron al frente mío. De repente, vi que entró la Monse y se sentaron todos al frente de mi, pero la Rebeca ni se sentó.

—¿Y yo? — preguntó.

—Siéntate al lado del Diego po — dijo la Mila y la miró con una cara de perro.

Se tuvo que sentar al lado mío nomás.

—Yapo, ¿que vamos a pedir? — dijo el Joaco.

[...]

Había pedido un helado culiao y al lado mío pidieron un café helado que se veía rico, los demás eligieron hueas saladas para picar.

—Oye, ¿que huea ustedes dos? — le pregunté al Tin y a la Mila, al mismo tiempo.—Andan muy cercanos — los molesté.

—Nada po — respondió la Mila.

—Son pololos, hueón — respondió la Rebeca y la quedé mirando.

—¿Así que andan con secretos? — les pregunté, mientras me llevaba la cuchara del helado a mi boca.

—Ya hueón, si lo estamos intentando — respondió el Martín un poquito rojo.

Todos nos quedamos callados.

—Oye, que lindo tu scrunch — le dijo la Monse a la Rebe.

—Gracias — respondió desinteresada mi polola.

—Es re parecido al que teniai en tu cama, hueón — habló el Joaco y todas las cabezas se giraron a mi.

—Aonde hueón, dudo que estos hayan tirado — molestó el Tincho y se cagaron de risa.

—Por eso, me caís bien — la Rebeca se levantó un poco y estiró el brazo a través de la mesa para alcanzar el pelo del Martín. No pude evitar ver su falda oscura, como de cuero que le quedaba tan bien.—Tsss, prefiero cualquier huea antes que tirar con este ahueonao — se sentó y bajé una de mis manos a mis piernas.

—Del amor al odio hay un solo paso — habló la Mila llevándose una papa a la boca.

—Y del odio a la calentura otro paso — le dije, mientras puse una mano en su pierna, haciendo que se sobresaltara.

—Em, yapo — respondió un poco nerviosa, mientras el Joaco y los demás se cagaban de risa.

—Pregunta express — dijo el Martín.

—¡Ay no! — susurró la Rebeca a mi lado, mientras subía mi mano por su pierna cada vez más.

—¿Hay alguien virgen en esta mesa? — miré a la Rebeca y la loca me quedó mirando. Los dos no lo éramos y estaba esperando a que se pusiera más nerviosa, mientras mi manito subía y bajaba.

—Nadie — respondió la Rebeca.

—Brígido, pensé que más de alguien lo era — respondí yo.

—Ya, cabros, me tengo que ir — se paró la Rebeca, rápidamente. Estaba súper roja, yo sabía que se había puesto muy nerviosa. Sacó la plata y la dejó sobre la mesa.

—Pero, ¿vai a ir al carrete? — habló la Mila.

—Yo supongo — me miró mi polola.—Te aviso — susurró y salió como tambaleando.

Pa callao'Donde viven las historias. Descúbrelo ahora