Treinta y uno

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Mi mamá hoy era la que me iba a dejar al colegio, porque no me dejó caminar con el frío mañanero, debido a que siempre me reclamaba que nunca me secaba bien el pelo antes de salir. Además, ese día estaba un poco lluvioso y húmedo.

—Gracias, mamá — le dije antes de bajarme del auto. Me incliné y le di un beso en la mejilla.

—Que te vaya bien, mi amor — me dijo con una sonrisa.

Me quité el cinturón y me bajé del auto.

—Nos vemos más rato — le dije, antes de cerrar la puerta.

Al entrar al colegio, sentía las miradas de los demás en mi y no me gustaba saber que sentían lastima, porque no necesitaba eso en este momento. Iba caminando por los pasillos, cuando de repente, me paró el Joaco.

—¿Podemos hablar? — me preguntó serio. La pensé un poco, porque ya no confiaba demasiado en él.

—Eh, ya, dale — acepté y comenzamos a caminar hasta llegar al patio con bancas para sentarnos allí.

Una vez instalados en una banca media roja, habló medio nervioso.

—Estuve pensando mucho tiempo en decirte esto, pero es que estai en un momento difícil igual y tampoco quiero darte otro problema — estaba dudando un poco y me estaba poniendo impaciente y ansioso.

—Joaco, solo dime la huea y ya — dije. Subí los pies a la banca y lo miré atento.

—Yo fui quien le dijo a la Cote que tú y la Rebeca estaban pololeando y yo fui quien les sacó esas fotos, porque sabía donde se juntaban — dijo muy nervioso. Lo quedé mirando y muchas cosas pasaron por mi mente en ese momento, entre esas; la rabia, pero no iba a explotar tan fácilmente y tampoco estaba en condiciones como para pelear con hueones.—¿Vai a decir algo aunque sea? — me preguntó el castaño que tenía al frente.

—No voy a decir nada — susurré, aún mirándolo.—Solo que nuestra amistad se acaba acá — agregué con una voz dura.

—Dale — asintió.

Me paré rápido y me fui de allí. Solté un suspiro profundo y sentí mi cuerpo un poco más relajado y ya no tenía ganas de insultar a cualquiera que pasara por ahí. Justo sonó el timbre y me fui a clases rápido para ganar un asiento al final y hacia la ventana para ver cómo llovía.

—Buenos días — le dije al profe antes de entrar.

—Buenos días, Diego. Pasa — me permitió y asentí.

Había llegado de los primeros y demás había faltado la mitad del curso, porque los culiaos no venían cuando llovía demasiado. Cuando llegué al asiento que quería, me senté y dejé mi mochila arriba de la mesa.

Después de un rato, comenzaron a llegar mis compañeros con una cara de orto y otros me miraban con mucha pena.

[...]

Mientras miraba por la ventana, podía ver cómo los árboles se movían con el viento y cómo la lluvia hacia que la gente caminara más rápido.

—Diego, a dirección — escuché y miré hacia al frente de inmediato.

—¿Qué? — pregunté confundido.

—Te llaman desde dirección — repitió el profe.

—¿Con mochila? — le pregunté y negó.

Me paré rápidamente. Sentía todas las miradas encima de mi, así que eso me motivó a salir cagando de la sala. Estaba medio nervioso y no sabía qué cagá me había mandado si estaba subiendo las notas de a poco y no me había metido en ningún problema culiao, pero ya era, igual ya había llegado a la puerta del director y no había vuelta atrás. Toqué un par de veces y me abrió la secretaria.

Pa callao'Donde viven las historias. Descúbrelo ahora