PARTE 12.

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La mañana siguiente era Sábado y Mackenzie se levantó muy temprano para preparar el desayuno favorito de su padre. Él tenía razón. Necesitaban empezar de cero, necesitaban empezar a confiar el uno en el otro. Y después de cómo lo había tratado, le debía una disculpa. Una con mucho bacon y tortitas de por medio.

—Buenos días —le sonrió al verlo bajar las escaleras medio dormido y con su barba de tres días—. He hecho tus favoritas, tortitas con bacon y sirope de arce.

Su padre la observó con sorpresa.

—¿Va todo bien? —enarcó una ceja mientras se sentaba a la mesa y se servía zumo de naranja—. No sabía ni que tuviéramos naranjas.

—Me acerqué a la tienda —dijo Mackenzie encogiéndose de hombros y sentándose ella también.

—¿Sabes que esto no va a impedir que vaya a castigarte por todos esos días que has pasado sin ir a clase, verdad?

La muchacha hizo una mueca de disgusto.

—Valía la pena intentarlo —dijo y se sirvió un par de tortitas. Sin embargo, antes de dar un bocado, dejó los cubiertos a un lado y, con seriedad, miró a su padre—: Yo... Solo quería pedirte perdón por cómo te traté. No quise escucharte y no estuvo bien. Me... Te juro que voy a esforzarme más —aseguró aguantándose las lágrimas—. Iré a clase, estudiaré más, no llegaré tarde, no me meteré en problemas...

—Kenzie —la interrumpió su padre, alargando la mano para tomar la suya, enguatada como siempre. La morena reprimió una queja de dolor y miró a su padre, que le sonreía con dulzura—, está todo bien. Estamos bien.

La muchacha sonrió al reconocer sus propias palabras en boca de su padre.

—Ahora come antes de que me acabe tus tortitas —la animó y comieron entre risas, hablando de cosas sin importancia.

No mencionaron a su madre, ni sus problemas en Nueva York, ni nada sobre su complicada vida familiar. Hablaron de esa música rock de los ochenta que tanto les gustaba a los dos (Nick se había asegurado de que su hija compartiera sus gustos musicales, eso estaba claro) y de los conciertos a los que irían en cuanto llegase el verano, de lo divertido que sería acampar algún día, de la barbacoa que prepararían para su cumpleaños (que estaba por llegar) y de mil cosas más.

No fue hasta pasadas las once que su padre recibió una llamada de Chris, el chico que trabajaba en la tienda y que esa mañana se había encargado de abrir.

—Al parecer ha habido un problema con el reparto. Tengo que irme, lo siento Kenzie —dijo apenado, pero pronto pareció ocurrírsele algo porque su mirada se iluminó—. Esta noche es la ultima del autocine Crepúsculo. ¿Qué? ¿Te vienes con tu viejo a ver una vieja película como en los viejos tiempos?

—¡Oh, no, el autocine! —recordó Mackenzie, corriendo a mirar su teléfono, lleno de mensajes de indignación por parte de su amigo—. Le había prometido a Jug ayudarlo evitar su cierre. Supongo que no ha podido hacer nada. Va a matarme.

Y no se lo inventaba. El último mensaje decía textualmente: "Voy a matarte".

Finalmente Mackenzie, por idea de su padre, accedió a acompañarlo a la tienda. Claro que no se esperaba que gracias a eso se le ocurriese en qué consistiría su castigo. Ahora iba a tener que pasarse las tardes en la tienda, ayudando durante un mes.

La tienda de su padre era un pequeño local en el centro, como un pequeño supermercado en el que podías conseguir cualquier alimento básico. Joe's, era el nombre, por el antiguo propietario. Quizás no fuera muy grande pero definitivamente tenía una clientela fiel. La gente entraba todo el tiempo y hablaba con su padre con familiaridad.

Lost Stars. Archie Andrews ☾Donde viven las historias. Descúbrelo ahora