PARTE 11.

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Mackenzie se apresuró escaleras arriba, directa al cuarto de su padre.

Su padre...

Le había mandado una factura de desintoxicación a su madre.

¿Por qué? ¿Cómo había acabado así?

Casi sin aliento, abrió la puerta del cuarto. No hizo caso a su teléfono sonando sin parar en el fondo del bolsillo de su pantalón. Jughead y Betty llevaban mandándole mensajes desde hacía rato.

Sacó varias cajas del armario. En ellas solían guardar las viejas fotos, las facturas y los documentos importantes. Aún se acordaba de cuando se colaba y sacaba las fotos de sus padres de jóvenes. Le encantaban. Sin embarco, solo había una caja. La abrió. Estaba llena de fotos, pero no las que ella recordaba. Eran sus fotos, las que ella hacía cuando tenía siete años con la cámara que le habían regalado. La mayoría eran terribles. Con los ángulos torcidos o los planos desenfadados, sin embargo estaban todas, perfectamente colocadas, como si fueran un tesoro. Y no solo eso, dibujos, cartas y estúpidos regalos de cumpleaños, todos perfectamente conservados. ¿De verdad su padre había guardado todo eso?

Se obligó a centrarse. No era eso lo que buscaba. Y si no estaba allí, solo podía estar en el desván.

Sin molestarse en recoger subió al segundo y se dirigió a la trampilla que dirigía al desván.

Estaba todo oscuro y lleno de polvo. ¿Acaso lo limpiaba su padre alguna vez? Entre estornudos y toses logró encontrar las viejas cajas llenas de documentos. Por suerte tenían la fecha marcada de los años que comprendían o se habría tirado allí más de una semana.

Y ahí estaban. Decenas y decenas de facturas firmadas por su padre a los largo de un año y medio. Y junto a las facturas varias cartas. Cartas con la dirección de su casa en Nueva York, y con el remite a su nombre: Mackenzie Barnes.

Un escalofrío la recorrió al notar algo brillante escondido entre los papeles. Un arma.

¿Qué problema tenían sus padres con las armas?

Alargó la mano y tomó la carta con la fecha más cercana a su partida. Coincidía con la fecha de la primera factura, la que su padre había enviado a su madre.

Querida Kenzie, rezaba la carta nada más empezar.

"No sabes lo duro que ha sido este año sin ustedes, mi pequeña. Siento no haber contactado hasta ahora pero no estaba bien. No estoy bien. Es por eso que tu madre te llevó a Nueva York. Tu madre me ha dicho que preguntas cada día por mi. Siento no haber contactado. Te hecho de menos Kenzie, no sabes cuanto. Pero necesito curarme, hasta entonces no es buena idea que vengas a verme. Te prometo que seré un mejor padre. Estoy trabajando en ello.

Te quiere, papá."

La muchacha estaba atónita, le temblaban las manos que sujetaban aquel trozo de papel y no se había dado cuenta de cuándo había empezado a llorar otra vez.

—¿Kenzie? —dijo la voz de su padre a su espalda, sobresaltándola. Ni siquiera lo había oido llegar.

—¿Que haces aquí arriba? ¿Por qué estas...? —su padre enmudeció al ver las cartas en su mano.

—¿Qué es esto? —preguntó la morena, agarrando las facturas y enseñándoselas.

—¿Cómo has encontrado todo esto?

Mackenzie frunció el ceño. Qué pregunta más estúpida. Eso no era lo más importante ahora.

—¿Te drogabas? —cuestionó, de forma más brusca de lo que pretendía. Pero es que estaba tan enfadada, llevaba tanto tiempo tan enfadada—. ¿Por eso mamá te dejó?

Lost Stars. Archie Andrews ☾Donde viven las historias. Descúbrelo ahora