Prólogo.

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(Línea cronológica: durante la primera temporada.)

Llovía, a cántaros

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Llovía, a cántaros. Un taxi conducía solitario por las oscuras carreteras a las afueras de la capital, en camino a esta. El limpiabrisas bailaba continuo, y en completo silencio, alejando las gotas de la luna del vehículo.

Dos personas, ambas jóvenes. Una al volante, la otra, en el asiento de atrás. Esta última era una mujer que cruzaba sus piernas, mientras temblaba inconsciente. Jugaba a enredar los dedos en su corto pelo cobrizo desgastado, nerviosa. Tragaba saliva mientras observaba detenidamente al conductor, incómoda.

Rorēna era una importante terapeuta ocupacional dedicada a la investigación de pacientes con patologías traumatológicas, se dirigía a Tokio para continuar desarrollando su proyecto.
Tokio, su antiguo hogar, el hogar donde vivió tantos años y tuvo que abandonar en su adolescencia, para poder cumplir su objetivo de vida. Tokio, su antigua ciudad, la ciudad donde necesitaba encontrar desesperadamente respuestas. Respuestas, acorde a su profesión, y otras, con más valor sentimental.

Gotas de sudor resbalaban por su frente, pegando su flequillo a su piel. Apretaba los puños, hasta el punto de dañarse por clavar sus uñas, impaciente. El taxista se mostraba impasible. Sólo se lograba escuchar el gorgoteo del agua, cuyo sonido retumbaba en la cabeza de Rorēna, como un infierno. Un olor a podrido procedente del maletero invadió los asientos. La mujer se paralizó, conocía bastante bien ese olor, el olor a cádaver en descomposición. Cerró los ojos, mareada.

Eligió ese destino para seguir trabajando, algo seguía sosteniéndola allí. Ella solía ser tan sólo una niña, criada por sus abuelos en una casa humilde en un distrito problemático. Sus abuelos, su vida. Pero esa vida se fue torciendo, entre otras cosas, aunque se salvó a tiempo. Un hombre se dedicó a criarle con la protección de una madre, la sabiduría de un maestro, la confianza de un hermano y el amor de un padre. Su papá, no biológico, pero al que quería como tal, al fin y al cabo.

Sus párpados se abrieron como quién acaba de despertar de un coma, respiró hondo

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Sus párpados se abrieron como quién acaba de despertar de un coma, respiró hondo. Tenía que salir viva de allí. Se apegó más a la puerta, arrastrando una de sus piernas con su mano, como si se tratara de algo pesado. Miró a través de la ventana con desesperación, se encontraba en una curva que daba hacia un alto acantilado.

Monstruo. (Renji Yomo - Tokyo Ghoul)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora