Ewan

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Hoy mi padre me había dicho que iría con él a su trabajo, estaba contento porque  siempre había querido hacer lo que él hacía y hoy era el momento de saberlo. Bajé las escaleras y vi como mi madre le llenaba la cara de besos a Owen, mientras él reía. Hice un ademán de desagrado ¿Por qué le decía y hacía esas tonterías? ¿Por qué conmigo no lo hacía? Era igual a Owen, literalmente... aunque él era débil y yo no.

— ¿Estás listo, hijo mío? — inquirió mi padre saliendo de su despacho, lucia un traje fino de color negro, lo hacía ver elegante e imponente. Asentí y terminé de bajar.

— ¿Papi, yo también puedo ir? — Owen se despegó de mi madre y observó a mi padre con ilusión.

— Padre — corrigió de manera demandante — y no, solo Ewan vendrá conmigo — informó e hizo un ademán con su mano.

— Pero pap... padre yo quiero ir — insistió — ¿Por qué no puedo ir y Ewan sí?

— Porque Ewan es fuerte, imponente, seguro de sí, no le teme a nada igual que su padre, en cambio tú eres la viva imagen de lo débil y estúpida que es tú madre — aseguró con severidad.

Pude ver como el rostro de mi hermano se descompuso, sus expresiones reflejaron dolor y odio, mientras mi madre bajaba la cabeza con pena.

— Pues... ¿Sabes qué? — Owen apretó sus manos con enojo — prefiero ser mil veces como mi madre que ser un monstruo como tú — soltó rápidamente y la mano de mi padre quedó estampada en el rostro de Owen, di un respingo, nunca nos había golpeado.

— ¡León! — chilló mi madre con horror. Mi hermano salió corriendo escalera arriba, llorando.

— Se lo merecía — se acomodó su traje y me vio — Bien, hijo vámonos...

— Sí, padre — salí tras él y nos subimos al auto, y el chofer arrancó.

Llegamos a un sitio extraño, nos bajamos y caminamos hacia el local. Había un cartel que decía Divina obsesión no lo entendí muy bien, la verdad.

Cuando entramos las luces estaban opacas, había música y mujeres desnudas y con ropa extrañas, como disfraces, estaban por todo el lugar. Los hombres de traje jugaban y otros se besaban con las mujeres.

— Bienvenido al negocio, hijo — puso su mano en mi hombro — todo esto algún día será tuyo...

— ¿Qué es este lugar, padre? — inquirí confundido, nunca había visto algo como tal.

— Es un Casino; lugar donde personas vienen a apostar mientras juegan, vienen a divertirse con las mujeres y también a caer en banca rota sin que se den cuenta de ello... es una divina obsesión que no pueden evitar, y es mejor para nosotros — informó viendo el lugar, lo observé con detenimiento.

Eso me había interesado y gustado, así que de esto trabajaba mi padre. Sonreí con suficiencia, todo esto sería mío.

— Es impresionante — comenté con una extraña emoción — ¿Qué haremos primero?

Él sonrió con orgullo y me guió hasta donde habían unos hombres jugando.

— Hombres — dejaron de jugar para vernos con atención — él es Ewan Marshall, mi hijo y futuro dueño de todo esto...

Los hombres me examinaron de arriba a abajo, les sonreí de manera falsa.

(...)

El día había acabado y ya íbamos de regreso a casa, estaba emocionado por contarle a Owen todo. En el Casino me la había pasado genial, la manera en que las personas derrochaban su dinero de forma estúpida me hacía gracia.

— Bueno, hijo espero y hayas entendido el negocio — habló mi padre a mí lado, estaba fumando un porro y estaba medio borracho.

— Me ha quedado claro, padre — giré a verlo con seriedad — no te preocupes que no te decepcionaré — aseguré firme.

Cuando llegamos un olor a panqueques hizo que fuese directo a la cocina, en ella estaba Owen comiendo y mi nana haciendo panqueques.

— ¡Nana! — chillé y corrí a sus brazos, me recibió con un abrazo eufórico.

— ¡Mi niño! — besó mi frente — ¿En donde estabas?

— En el trabajo de mi padre — informé, ella frunció el ceño, creo que no le agradó que fuese — ¿Hay panqueques para mí?

— Pues claro, cariño — acarició mi mejilla. Me senté junto a Owen, éste me vio de reojo.

— Owen ¿Qué hiciste hoy? — inquirí, empecé a comer mi comida favorita.

— Casi nada, jugué con mamá y luego dormí y después estoy aquí comiendo panqueques — se encogió de hombros con desgana — ¿Y tú?


— ¿No está genial? — le conté todo lo que vi y lo que aprendí.

— No suena tan genial — hizo una mueca, rodé los ojos.

— Cuando lo veas cambiaras de opinión — aseguré, mi nana giró a vernos.

— No creo que ese sea lugar para unos niños como ustedes — dijo y nos sirvió más jugo de naranja — eso es para adultos...

— Tranquila, nana ya pronto seremos adultos — dijo con emoción Owen.

— Hasta ahora tienen 9 añitos — nos besó en la frente a cada uno, iba a hablar pero un grito nos interrumpió.

— ¡Sueltame! ¡No quiero! — bramó con enojo mi madre.

— ¡¿Eres una maldita mala agradecida, te saqué de la basura y te di todo y así me pagas?! — bramó de vuelta mi padre.

— ¡Prefiero estar en la basura que contigo! — y tras eso se escucharon golpes tras golpes.

— Otra vez papá le está pegando a mamá — Owen empezó a llorar como el débil que era, yo por mi lugar seguí comiendo.

— Tranquilo, cariño — le limpió las absurdas lágrimas — ¿Quieren dormir conmigo hoy? — preguntó sonriendo.

— ¡Sí! — chillamos ambos, ella asintió y nos levantamos.

— Bueno, entonces vayan a cambiarse y a cepillar sus dientes para irnos a dormir — mandó — ah, y escojan un cuento.


Cuando íbamos de camino a la habitación de nana Owen habló.

— ¡Se nos olvidó el cuento! — giró a verme con drama — ¡Ve por él, Ewan!

— Está bien — rodé los ojos y giré para regresar por el cuento.

Entré a nuestra habitación y agarré un cuento sin escoger, salí y cuando iba por el pasillo escuché ruidos extraños provenientes de la habitación de mis padres. Parecían quejidos o gemidos, con curiosidad me acerqué y observé porque la puerta estaba medio abierta. Abrí mis ojos sorprendido al ver la siguiente imagen.

Mi madre estaba desnuda con las piernas abiertas mientras mi padre estaba encima de ella y se movía con intensidad. Ella tenía los ojos cerrados y se movía y quejaba, mientras mi padre gemía y tocaba su cuerpo.

Podría tener 9 años pero sabía a la perfección lo que estaban haciendo y de alguna manera me estremecí en una sensación extraña, me gustaría hacerlo, mi cuerpo lo deseó, quería saber que se sentía y lo haría...

Marshall: El Origen De La Maldición -Sin Editar-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora