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Baltimore, julio

(Siete años atrás)

Lily

—Me gusta este sitio —dije de repente suspirando.

—¿Si?

Alcé la vista y vi a Mel esbozando una sonrisa tan electrizante que solo pude admirarle como una idiota.

—Es hermoso, y tranquilo.

—Te advierto que no es un sitio tan apacible otras veces —me dio una mirada de burla—. ¿Sabías que este sitio se convierte por la noche en el mayor picadero de la ciudad?

—¿En serio?

Moví el carboncillo sombreando y volví a fijarme en sus ojos; le llevaba dibujando un buen rato, se había prestado para ser mi conejillo de indias.

—Te pones muy seria cuando dibujas.

—Solo cuando estoy concentrada.

—Estás muy sexy y..., te has puesto roja cuando dije lo del picadero.

—No vas a descentrarme.

Lo miré simulando no estar impresionada y seguí dibujando para aprovechar la poca luz natural que quedaba.

—¿No me estarás dibujando la narizota muy grande, verdad?

—Sí, a lo Cirano de Bergerac, lo vas a comprobar tú mismo. Has sido un chico malo.

Mel hizo un gesto de tenor y alzó una ceja. Empecé a reírme a carcajadas.

—No seas tonto y ponte normal.

—Estoy normal —volvió a hacer un gesto extraño y exagerado.

—¡Eres idiota!

—Es que tengo hambre.

—Si no hubieras pagado tres dólares y medio por una ridícula bolsa de papas no estarías babeando por ella. Estás castigado sin comer

—Bueno, estoy seguro que tú has pagado mucho más por ese lápiz que usas y yo no te he dicho nada —señaló.

—Deberías vigilar mucho más tu cartera Mel. Derrochas demasiado.

—Ah, lo dice la señorita doña control.

Cogí mi bolsa y metí dentro mi bloc y mi carboncillo haciéndome la ofendida. Mel esbozó una sonrisa de burla mientras me sujetaba por la muñeca.

—Ve aquí tontorrona, no te enfades —tiró de mí y sonrió ligeramente mientras me acurrucaba entre sus brazos.

—No estoy enfadada.

Mis mejillas se enrojecieron, mi cabeza daba vueltas con la felicidad que estaba sintiendo; me sentía desconcertada porque me daba cuenta de lo afortunada que era, necesitaba recordármelo más a menudo. Flotaba en una nube durante el día, los latidos de mi corazón se aceleraban y aceleraban cada vez que estábamos juntos y teníamos discusiones tontas por cualquier cosa, como la que acabábamos de tener.

Llevábamos por así decirlo "saliendo" desde hacía varias semanas, desde el día que mi coche me había dejado tirada al salir de trabajar en la fiesta en casa de sus padres. A partir de ahí mi estómago no había dejado de comportase como si estuviera en una montaña rusa.

—¿Te gustaría venir este sábado a verme al partido?

—Una carrera, un partido... Me estás malacostumbrando.

—Estamos fuera de temporada pero es algo benéfico.

—Me encantaría, aunque no sé cómo, ya sabes que trabajo —resoplé.

Tal como éramosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora