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Baltimore, diciembre

Mel

Lily estaba revisando unos papeles, tenía tantas cosas que decirle pero en ese instante lo único que necesitaba era sentirla; un cúmulo de sensaciones me abrumaban, no estar con ella esos meses había supuesto una tortura, un tomento del que necesitaba recuperarme porque la había extrañado tanto.

Al verme entrar se incorporó. Un montón de locos pensamientos me invadieron, quería que fuera algo natural, que aceptara y que me permitiera formar parte de lo que fuera que ella emprendía. En cortos pasos me puse frente a ella y la sentí tensarse. Desde luego no había esperado que hubiera entrado nadie y menos que nada que yo estuviera allí. Estaba guapísima, el cabello recogido en la parte alta de la cabeza con una pinza, vistiendo solo un peto rasgado manchado de pintura, y una camiseta que seguramente había visto tantos lavados que estaba a punto de partirse por la mitad.

Se puso en pie, me miró asustada, parpadeó bastante asombrada.

—¿Qué haces aquí?

—No creí a Lori cuando me dijo que estabas haciendo esta locura.

Echó la cabeza hacia atrás, las piernas le flaqueaban y pensé que iba a caerse, mi rostro amable, no quería que ella se asustase ni pensase que iba para regañarla.

—En realidad es algo que siempre quisiste hacer, pero que no te atrevías. "Porque era una locura" se imaginó que ella lo decía en su mente.

—Veo que necesitas ayuda.

Iba preparado para trabajar con una camiseta arrugada y unos vaqueros viejos.

—Cualquier clase de ayuda me vendría genial —respondió azorada.

Cogí un bote y vi que había con pintura fresca. El olor a pintura era todavía más fuerte conforme me acercaba más al fondo de la otra habitación. Liv se asomó por un lado de mi espalda para poder ver lo que hacía, no había ni una puerta, pero, a diferencia de la otra sala, esa zona ya había sido pintada; habían colocado unas lonas de plástico para frenar las corrientes de aire, también habían pulido los viejos tablones del suelo, aunque aún crujían y rechinaban. Como no había puertas, podía ver un dormitorio, al menos había una anticuada cama de muelles antigua y un colchón con una vieja colcha guateada de florecitas encima.

—Y esto... ¿También duermes aquí?

—Es provisional, hasta que instalen las puertas. Como has visto están todas quitadas.

—No creo que nadie quiera entrar a robarte nada en estas circunstancias ¿A quién has contratado?

—A un contratista del pueblo.

—Despideló.

—Pero ¿por qué?

—Despideló Liv, ¿No habrás firmado nada en firme?

—Todavía no. Estamos esperando a que el fontanero se quede libre.

—¿Aún no ha empezado el fontanero? —restregué una mano por mi cara —.Tengo que hablar con él.

—Seguro que tienes alguna sugerencia al respecto.

—Muchas. De momento olvídate de contratar a nadie —dije pensativo —. Yo mismo me encargaré de la reforma.

—Pero...pero...

—No hay pero ninguno.

—¿Cómo vas a hacerlo? Tú empresa, tu compañía...

—¿Olvidas a lo que me dedico? Es lo mío.

Era muy consciente que en su cabeza barajaba miles de pegas.

Tal como éramosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora