24

249 50 8
                                    

Baltimore, septiembre

Lily,

Me había despertado antes que él, Mel dormía plácidamente aferrando mi cuerpo con su brazo, sus piernas enlazadas con las mías e inspiré con fuerza para nutrirme con su aroma; los sonidos de su respiración y el calor de su piel me hacían disfrutar plenamente. Indudablemente era mi mejor despertar en mucho tiempo. Aún recordaba la tarde anterior, habíamos paseado de la mano por el puerto, tranquilos, relajados y luego habíamos cenado en un pintoresco y pequeño restaurante; más tarde habíamos regresado de nuevo al apartamento que Mel poseía en el centro donde habíamos hecho de nuevo el amor con ansias renovadas. Sonreía al recordar como me había cogido en volandas y cerrado la puerta de un puntapié, caminaba conmigo en brazos mientras me mordía el cuello y me soplaba en el oído unas palabras malsonantes.

—Buenos días, dormilón.

Abrió los ojos, y me miró extasiado mientras afianzaba su abrazo sobre mí. Me regaló una sonrisa soñolienta.

—Umm, buenos días preciosa.

—Hola —le planté un beso en la boca.—¿Vas a despertarte o vas a pasar el día durmiendo?

—Podríamos quedarnos todo el día aquí —me habló en el oído de manera picarona—. Follando.

Pegó su pelvis a mi cadera para que sintiera su excitación.

—Pensé que después de lo de anoche habías tenido suficiente.

—Eso nunca. Déjame que te abrace unos minutos, ¿vale? —volvió a decir—. No me moveré de aquí hasta que no te saboree un rato.

Fingí que me quedaba dormida y él me dio una palmadita en el trasero.

—No seas mala. Ojalá pudiéramos estar aquí todo el día.

—Sí me encantaría estar así toda la vida, pero me temo que hoy no podremos hacerlo. Es sábado ¿recuerdas?

Mel gruñó.

—Hoy no tengo que trabajar, ni tú tampoco.

—Mañana será la pedida y tengo un montón de cosas que hacer —le respondí con una sonrisa juguetona mientras me tumbaba de nuevo en la cama y Mel me sujetaba y me poseía como si no hubiera tenido ninguna mujer nunca.

Me vestí a toda prisa delante del gran ventanal del dormitorio, la misma ropa del día anterior, ni había podido pasarme por casa para un cambio de vestimenta, así que me limité a darme una ducha y mantenerme lo más fresca posible.

Alargué la mano para coger una humeante taza e inhalé su delicioso aroma. Me senté frente a la barra de la cocina con ciertas molestias entre las piernas que me sirvieron como recordatorio de la noche anterior. Miré a Mel con amor. Mi teléfono se iluminó y empezó a vibrar. Mi primer instinto fue no mirarlo pero rápidamente me di cuenta de que era un mensaje de trabajo.

—Ummm...el señor Pickers —le advertí con el dedo para que supiera que era algo relacionado con el museo y no me interrumpiera.

Salí un momento fuera para contestar y regresé minutos después eufórica.

—¿Qué ocurre?

—Hace cinco horas que lo silencié porque hacia tanto ruido que estuve a punto de darle una patada al móvil. Tenía un montón de mensajes en el buzón de voz y SMS para aburrir de ayer, al parecer había varios del señor Pickers, el administrador del museo, desea verme nuevamente para hacerme una propuesta.

—¿A qué hora tienes que estar?

—Supongo que..., pronto. He de concretar la hora con su secretaria.

Tal como éramosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora