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Baltimore, octubre

Lily

(Siete años atrás)

El señor Tyler cumplía los sesenta años ese día.

Era tan alto como su hijo, delgado pero con una mata de pelo canosa muy bien peinada y tenía los ojos del mismo color de Mel, se mantenía en forma jugando al tenis en su club deportivo; me quedé mirando, en definitiva era un hombre a puesto, entendía por qué mi prima se había sentido atraída por él y porqué gustaba a muchas mujeres. Se me hizo muy raro mirarle, le había pillado en una situación comprometida con Becky la última vez que le había visto aunque tal vez él no se acordaba, iba tan colocado que no creía que ni fuera consciente.

Becky había estado en la clínica hacía un par de semanas. No quiso que la acompañase, según ella, era un mero trámite, algo de lo que debía deshacerse y yo rezaba para que todo volviera a la calma y recapacitara tras la tormenta. Aunque la notaba mucho más tranquila después de esos últimos días de agitación, me temía que hiciera alguna tontería más.

—Venga chicos, entrad en el salón.

La señora Tyler la madrastra de Mel que había organizado la fiesta nos invitó con una sonrisa.

No era algo privado, la mayoría de sus celebraciones eran de cara a la galería, ya que George Tyler se presentaría a la alcaldía en las próximas elecciones.

Era la primera vez que la madrastra de Mel se dirigía a mí, de un modo u otro siempre me había rehuido. Era tan endiosada como su hija Caroline, quien se acercó a su madre y le dio un beso en la mejilla, luego me miró a mí con mirada despectiva y altiva.

—Ah, mira quién está aquí. No me digas que vienes a servirnos las copas.

—Caroline no empieces —advirtió la señora Tyler.

Ella soltó una risotada y aprovechó que Mel hablaba con alguien para humillarme un poco más delante de los demás.

—¿Qué es lo que llevas puesto Lily? ¿Nadie te aconsejó que trajeras ropa adecuada? Esta es una fiesta de etiqueta.

Sus interminables piernas ascendían desde unos altísimos zapatos negros de fiesta. Llevaba un vestido largo blanco en torno a sus delgadas caderas, su larga melena rubia perfectamente ondulada le confería una elegancia serena. Tras echar un vistazo por el salón, tuve ganas de vomitar, varios invitados cuchichearon y bebieron sus cócteles, me fijé en que todo el mundo me miraba de un modo extraño y me alejé unos metros de la hermana de mi novio.

Caroline deseaba brillar y aquella noche lo estaba haciendo a mi costa burlándose de mi modesto vestido. Yo, no podía permitirme llevar nada tan especial como ella. Mel había insistido que no era necesario que me arreglara demasiado, a él no le importaba la ropa de marca ni las apariencias, estábamos allí simplemente porque su padre le había obligado a ir, no por otra cosa.

Me había costado volver a aquella casa.

No hacía más que pensar, vivir allí debía ser un infierno, prefería cien mil veces tener mis necesidades cubiertas con algo más modesto que vivir con aquellos lujos en un ambiente tan viciado.

Mel se me acercó con un plato del bufet. Rechacé la comida porque tenía el estómago completamente cerrado. El olor de la comida me revolvió el estómago, y me vi obligada a luchar contra las náuseas. Respiré hondo, tal como me lo había prometido.

—¿Quieres que le diga a Mimi que te prepare otra cosa?

—No. Estoy bien.

Me di media vuelta mirando a la puerta. Mel se había separado de mí y yo, me había dirigido hacia la puerta como una bala.

Tal como éramosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora