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Baltimore, octubre

Lily

—Mel ¿qué ocurre? ¿Qué es lo que tenías que contarme?

Nada más abandonar la casa donde él vivía con Caroline noté que algo pasaba, su rostro había estado tenso durante todo la velada, lo achaqué al encuentro, ahora que había terminado sabía que mi visita para ver a su hermana y yo no era el motivo. Estaba hecha un flan, todas mis terminaciones nerviosas clamaban por una respuesta.
—Liv lo siento. Tenía que pensar, no podía decirte nada hasta que Caroline y tú os hubieseis reencontrado, pero ahora no tengo más remedio que decírtelo.

—¿Decirme el qué Mel?
Me abrazó envolviéndome entre sus brazos agitados y nos quedamos así un rato. Estaba claro que algo sucedía o le preocupaba, quería saber exactamente qué era.
—¿Qué te ocurre cariño? Estás pálido, te pasa algo —volví a insistir
Mel me acarició el pelo y meneó la cabeza con pesadumbre, me asusté al ver la tristeza de sus ojos.
—Grace y yo tuvimos una fuerte discusión anoche, después de que os fuerais de la fiesta.
—¿Qué estás diciendo?— interrogué con incredulidad
—Lo que has oído. Discutimos porque.... —Las palabras se le atragantaban —. Me dijo algo que no quería oír.
Lo miré asustada. Tenía lo peor, miles de cosas se sucedieron en mi cabeza.
—Lo cierto es que dice que está embarazada. Que espera un hijo mío para dentro de siete meses.
Hubo un largo silencio. Creí que se me caía el cielo encima, un dolor me atravesó y cruzó mi pecho, iba a derrumbarme.

—¿Es eso posible?

—Ni yo mismo lo entiendo, siempre fuimos cuidadosos y, hacía tiempo que ella y yo no..., mucho antes de estar contigo no tuvimos ningún contacto.

Debía ser más cuidadosa con lo que decía, había cosas que tenía que guardarme para mí, no quería que se sintiera incómodo porque sí pensaba lo que me estaba diciendo, lo analizaría hasta hacerme pedazos.
—Me siento como un bicho raro al que te dispones a analizar en el laboratorio. Dime qué piensas. Pensé que reaccionarías de otro modo que te enfadarías, que me lanzarías cualquier cosa o algo parecido.
—Aún no he reaccionado, espera a verme cuando lo asuma.
Permanecimos callados mucho tiempo, silenciosos, inmersos cada uno en sus propios pensamientos.
—¿Qué vas a hacer? —Interrogué finalmente—. Comprendo que ahora no quieras saber más de mí.
—No digas idioteces. Nada de lo nuestro cambia.
—¿Ah no? No es lo que veo en tu mirada.
—No, no puedes verlo porque no es así. Lo que yo siento por ti no cambiará nunca. Grace ni nadie podrá separarnos. Sé que estás algo confusa pero lo arreglaremos .—Me contempló desconcertado —. No sé cómo lo haremos pero encontraremos una solución.

Con gesto atormentado me tomó en sus brazos, me acurrucó contra él, más cerca, me inmovilizó con su cuerpo y me cubrió la boca con la suya. Ese gesto me pilló desprevenida y me separé de él.

—¿Qué te ocurre? ¿No me crees?

—Sigo dándole vueltas a lo de..., si yo no hubiera aparecido en tu vida, tú seguirías con Grace. Estabais felices antes de encontrarnos.
—No digas tonterías. Tarde o temprano hubiéramos terminado. Sería un desastre. Le tengo mucho cariño pero eso no es suficiente para estar con una persona..., más tarde o temprano hubiéramos terminado cansándonos el uno del otro.

—¿Estás completamente seguro de eso Mel?

Me miró atormentado y perdido como un niño.

—Dime que me quieres, que aún crees en lo nuestro.

—¿Cómo no voy a creer Mel? Pero lo que se nos viene encima es demasiado complejo. Tendrás que estar ahí para ella. No puedes dejarla ahora Mel, sería una verdadera crueldad.
Me sentía muy dolida pero deseaba ayudarlo.
—Tenemos que hablar alto y claro...— se levantó del asiento —, porque no creo que ambos tengamos las mismas preocupaciones. He sufrido una terrible decepción con todo esto, habíamos hecho planes juntos y no estoy dispuesto a renunciar a ellos tan pronto. No por un hijo que no deseo.
—¿Y cómo piensas hacerlo? Es imposible borrar lo que ha sucedido. Hay un bebé en camino, un hijo tuyo ¿recuerdas? Alguien inocente, que no tiene la culpa de nada.
—Sí, y pienso estar ahí por él o por ella cuando llegué el momento; pero no voy a renunciar a ti Liv, ni a hipotecar mi vida por eso, no. ¿Por qué no dejamos esta conversación para más adelante? Todavía es todo muy confuso y nos hace sentir incómodos.
Dejé que la angustia quedara a un lado y me acerqué con ternura a él. Le abracé por la espalda. Él se dio la vuelta y me sujetó con fuerza.

—No quiero hacerte más daño Liv y nadie más que yo lamenta este inesperado..., accidente. Te necesito tanto, tanto amor mío. Te quiero, te quiero tanto...

Lo abracé totalmente rendida; Mel era mi amor, mi vida, lo amaba más allá de las dificultades que podian surgir. Jamás podría volver a separarme de él. Era mi otra mitad.

De pronto sentí miedo de volver a perderle; en ningún momento me había preguntado cómo se sentiría Grace con el rumbo que había tomado nuestras vidas. Sólo podía dejarme llevar para no pensar en otras cosas, para no caer en la desesperación. Pero ¿y ella? Nunca se le había ocurrido pensar en ella como en una víctima, sino como un problema.

Lo besé. Fue un beso dulce y tierno. Muy distinto a los besos que habíamos compartido antes. Comencé a acariciarle: el cuello, el pecho, el estómago... Mis labios seguían el rastro que marcaban mis manos y mi lengua lamía algunos puntos concretos, donde sabía que Mel era más sensible. Introduje mi mano por la cinturilla de su pantalón..., me complació muchísimo que él ya estuviera listo.

—Me matas... —gruñó.

Mis nervios estaban a flor de piel, Mel gemía y meneaba las caderas, llevando un ritmo seductor al compás de mi mano. Estaba disfrutando del mismo modo que yo le complacía y disfrutaba, al notarle creciendo en mi mano. Me estaba excitando muchísimo oyéndole gemir, mi otro placer era verle perder el control. De pronto él se detuvo.

Me miró fuera de control.

Con una fuerza que no esperaba, ansioso y dolorosamente excitado me sujetó con fuerza atrayéndome hacia él. Eché la cabeza hacia atrás mientras sentía como Mel me penetraba. Grité al notar sus potentes embestidas mientras me aferraba a sus brazos para no caerme.

—Mía, eres mía.

Moviéndose dentro de mí con violencia, me clavó los dedos en las nalgas por las que me mantenía sujeta contra su cuerpo, continuó embistiéndome ferozmente, salvajemente hasta que ambos alcanzamos el clímax a la vez, gritando cada uno el nombre del otro. Luego nos quedamos quietos, sin podernos mover, Mel aún dentro de mí, y yo con mis piernas alrededor de sus caderas.

Cuando sonó el despertador por la mañana todavía continuábamos abrazados. Le di un pequeño empujoncito para apartarlo pues necesitaba ir al baño y Mel me retuvo.

—¿Dónde vas?

—Al baño.

Me removí perezosa y salí en dirección de la cocina donde puse la cafetera y luego fui al aseo, apareció él de repente, serio; le notaba avergonzado.
—Prepárate algo de desayunar, es imposible pensar con sueño y con el estómago vacío.

—Detente Liv...

—¿Qué?

Me sujetó por detrás, me abrazó para que no pudiera escaparme, susurró en mi oído:

—No puedes escaparte de mí te necesito. No huyas de mí

Estaba un poco incómoda, con la espalda apoyada en su pecho, con manos expertas Mel y su boca hicieron que toda la incomodidad pasara a un segundo plano. Empezó a besarme, muy lentamente, después sujetó mis manos y me abrazó. El beso, cálido al principio, se convirtió en algo salvaje e incontrolable. Me mordió un poco los labios y pensé que me había hecho sangre atrapando y sacando su lengua, volviendo a besarme otra vez para calmar las pequeñas punzadas que sentía. Me necesitaba con urgencia, era un refugio seguro y comenzó a desnudarme acariciando cada palmo de mi piel; me quitó la camiseta, el sujetador y sus manos se demoraron largo rato acariciándome los pechos, mis pezones se irguieron con el roce de los dedos, luego metió la mano entre mis mallas y se deshizo fácilmente de la barrera bajándome a la vez las bragas. Me acarició. Acarició mi sexo ya húmedo y caliente, y cuando le noté que introducía un dedo para juguetear con mi clítoris contuve la respiración, expectante.

—No me dejes ahora, te necesito.

Me inmovilizó bajo su cuerpo, apresándome entre sus manos me izó y me subió sobre la encimera, entró en mí con tanta dureza que sentí miedo, pronto esa sensación se disipó y el orgasmo nos llegó en oleadas violentas; no podía parar de gritar, creí morir y lo abracé con tanta fuerza que sentí el estremecimiento de su dolor como si estuviera dentro de él. Ambos nos deslizamos a una caída desde lo más alto, no sabía si sobreviviríamos.

Tal como éramosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora