Me gusta como ronronea el asfalto sobre el pedal de una bicicleta.
Los autos me asechan a la vista de aquellas cuencas vacias que me miran al otro lado del vidrio sucio y apagado. El ruido en mi oreja derecha hambrienta mi masoquismo, aumentando mi oxígeno, al compas de mi pie que se inclina repetidas veces sobre el pedal en el semáforo rojo. Todo el mecanismo taurino de aluminio marcha en perfecta sincronía y solo a veces, soy yo la que me dejo llevar.