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Joaquín

Era mágico.  Ese lugar era mágico, me sentía muy cómodo estando recostado sobre la madera  encerada. Definitivamente visitaría  más seguido  este lugar.

Las horas pasaron como si de minutos se tratase. Llegada la noche, volví a mi celda. Los pasillos se encontraban totalmente solitarios, realmente no sé qué hora es. Los guardias ya habían cerrado las puertas de las celdas. Espero que la puerta de mi habitación  aún siga abierta.
Estaba muriendo de hambre, lo único que había comido ese día es el puré que no termine gracias a la interrupción de mi compañero.
La cocina estaba vacía, era imposible encontrar algo para comer a esta hora.

Llegue al pasillo donde se encontraba la puerta de mi celda, en la esquina se encontraba un guardia durmiendo en una silla; tome el picaporte de la puerta de mi celda tratando de abrir la puerta pero no hubo caso. Ya estaba cerrada.  Con mi puño toqué despacio dos veces esperando que mi compañero se encuentre dentro y decida abrirme; pero nada pasó, nadie abrió. Apoye  mi espalda sobre la puerta  y me deje caer; abrace mis piernas con mis brazos y ubique mi cabeza sobre mis rodillas.
No sé en qué momento me dormí.

Joaquín hijo, ven. Tengo algo para ti—el mencionado se encontraba  recostado sobre el césped de su jardín. Escuchó el llamado de su madre pero su enojo no le permitía dirigirle la palabra

—¿Joaco? —la cabeza de Elizabeth se asomó por la puerta.

—¿Qué?

Sabes que no fue mi intención lastimarte, hijo. ¿Podrias  entrar a la casa? Quiero darte algo.

No fue tu intención pero lo hiciste mamá. Tú sabes cuánto amo la ropa. Siempre me has apoyado en mis gusto. Nunca me imaginé que esas palabras saldrían de tu boca.

Lo sé, no lo dije en serio Joqquín. ¿Realmente crees que yo podría pensar en eso? Soy la persona que más te apoya en eso. Nunca juzgué tus gustos, siempre te digo cumplidos cuando te vistes bien.

Es que no entiendes mamá. Mucho tiempo me costó  adaptarme a las críticas. Los niños se burlaban de mi porque usaba ropa  rosada. Me decían que el rosa es de niña. Hoy tengo la seguridad suficiente para  que ese tipo de comentarios me valgan. Pero no de mi madre.

Joaco, era una broma.

Una broma que me dolió.

Ya, está  bien. Lo siento. ¿Puedes dejae tus dramas y entrar a la casa? —Joaquín no respondio, en cambio se dirigió dentro de la cocina, esperando encontrar algo.

¿Qué? ¿Que hay?

—Ve al living —al llegar al living, los ojos del pequeño comenzaron a  brillar  como si de faroles se tratase.

Sobre el sofá habían bolsas que dentro contenían ropa. Pero lo que más le sorprendió fue ver que apoyado en el respaldar del mismo, se encontraba aquel abrigo rosado de piel sintética que había visto en la tienda el día anterior. Le había pedido a su madre si podía comprarlo, recibiendo  a cambio un comentario  desagradable  de parte de su madre. "Joaquín el rosa es para niñas, llevate algo para ti".

mi pequeño prisionero  | EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora