einunddreißig

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Un suspiro silencioso escapó de sus labios al dirigir su mano hacia su cuello, tocando en su piel aquella marca que se veía reflejada en el espejo; una marca de lo que sucedió la noche anterior, cuando todo parecía bien.
Sus dedos recorrían el camino invisble de besos que su novio dejó sobre su cuello y pecho. Fue inevitable que algunas lagrimas cayeran por su mejilla.

La música sonaba en el cuarto, aquella melodía que tanto le recordaba a su rizado. Cerró sus ojos y se dejo llevar por las notas tocadas en la escala Fa del piano; tal y como Emilio le dijo, no pensó en nada, solo se dejo llevar por ella. Sientiendo como su cuerpo cedía en cada paso, en cada inhalación.

Pocas fuerzas le quedaban, su cansancio mental está cobrando cuentas en su cuerpo, sus piernas temblaban, sintiendo cómo se debilitaban cada vez mas en cada paso que daba hasta caer de rodillas en el suelo.

Esto definitivamente no podía ser real, no podía estarle pasando a él.

Eso es lo que Joaquin pensaba mientras se encontraba en el suelo de su habitación, llorando, completamente solo.

Mientras la musica sonaba y las lágrimas caían por sus mejillas, en su mente se repetía la imagen  de lo vivido esa tarde  una y otra vez.

Recordaba como cada paso se sentía más pesado, como las lágrimas no dejaban de caer de su rostro, incluso cuando los guardias le brindaban su ropa para cambiar su uniforme, incluso cuando su familia lo recibió  muy sonriente en la salida. Nada podía quitar ese dolor que sentía en su pecho al dejar a su novio atrás.

No creía que esto realmente este pasando. No podía sentirse feliz teniendo su vida de vuelta, a su familia, sus cosas; no cuando dejaba al rizado detrás.

Joaquin se sentía devastado. Al llegar a su casa no se sentía en su hogar, ya no era lo mismo. Pasó tanto tiempo extrañando y añorando estar ahi y ahora que al fin estaba allí, podía notar que de nada le servía estar en ese lugar sin tener a quién lo hace sentir en casa.

Su familia no lo entendía, claro que no. ¿Cómo podrían? Si su hijo, su hermano, quien estuvo encerrado durante cuatro meses en una prisión -según ellas, todo ese tiempo había sido un tormento-, una vez que se encontraba en libertad, no dejaba de llorar; y claramente su llanto  no se debía a la felicidad. Ellas podían notarlo, podían notar como sufría  al salir de allí.

Tan así que ninguna palabra se escucho en el camino a casa, nadie quiso interrumpir sus pensamientos, incluso una vez en el hogar  de su infancia, nadie cuestionó cuando Joaquin se dirigía escaleras arriba hacia su habitación, encerrándose en ella. Nadie protestó, porque aun sin entenderlo, sabían que algo pasaba.

Por otro lado, en la prisión las cosas no eran muy distintas. La locura que se vivía en ese lugar habia incrementado.

Los presos continuaban con su motín, golpeando al personal de cocina, se peleaban entre ellos. Todo era un caos.

Diego estaba desesperado porque sabía que la única persona que podría calmarlos era su amigo, quien solo estaba de pie observando  toda la situación sin hacer nada, sus ojos estaban perdidos  y aunque estaba físicamente, Emilio no estaba allí; sólo veía su cuerpo con ojos vacíos.
Cuando se movió comenzando a caminar tuvo una pequeña esperanza  y creyó  que haría algo; pero sólo comenzó a caminar por los pasillos con la mirada perdida.

El amigo del rizado podía ver a varias personas desmayadas, tanto los prisioneros que estaban provocando el pleito como los que sólo se encontraban alli y recibieron golpes que les hizo perder la conciencia.
La angustia y la preocupación que recorria el pecho de Diego en ese momento aumentó al ver a Mary asustada, temblando en la cocina sin saber qué hacer; al ver eso, comenzó a correr para ir en busca de Emilio.

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⏰ Última actualización: Jun 08, 2020 ⏰

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mi pequeño prisionero  | EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora