Andrómeda ~ Wos

Treinta y dos.

9 de diciembre de 2018, Buenos Aires, Argentina

Final Internacional de Red Bull

Antes incluso de abrir los ojos ya noto que algo va mal, me muevo en la cama y estiro el brazo, buscando el cuerpo de Valentín para acurrucarme a él, pero no está. Cuando noto un vacío en su lado de la cama, abro un ojo para comprobar que, efectivamente, estoy sola. Me estiro y bostezo un poco. Acto seguido, me levanto de la cama y salgo descalza de la habitación, vistiendo únicamente una camiseta suya.

Me asomo fuera de la habitación y ahí está, sentado en un taburete de la cocina, de espaldas a mí. Viste solo un pantalón corto de pijama y puedo notar lo tenso que está debido a los músculos de su espalda, agarrotados y en tensión. Cuando mueve el brazo hacia el mármol, veo que tiene un porro en la mano y deja caer la ceniza dentro de un vaso lleno de un líquido con un color extraño. No sé lo que es, pero con la fiesta que se formó aquí anoche, podría ser casi cualquier cosa.

Me acerco de forma sigilosa, pero cuando me oye llegar gira la cabeza hacia mí.

—Andro. —mueve la mano en el aire con tal de hacer desaparecer el humo— Lo lamento. —dice dejando caer el porro sobre el líquido amarillento para apagarlo. Después hace girar el taburete hacia mí.

—¿Por qué has hecho eso? —me acerco lentamente a él, arrugando un poco la nariz— No era necesario. Si estabas fumando antes de que llegara, ¿por qué tienes que dejar de hacerlo conmigo delante? —pregunto suavemente cuando llego a su lado.

Todavía sentado en el taburete, me abraza para juntarme a su cuerpo, acogiéndome entre sus piernas.

—No sé. —besa mi frente y deja sus labios ahí apoyados— Con vos quiero ser la mejor versión de mí mismo. —murmura, haciendo que sus palabras me duelan.

—Pero yo no estoy enamorada de la mejor versión de ti mismo. —me muevo ligeramente entre sus brazos, aunque sin separarme, y lo miro a los ojos— No estoy enamorada de una versión de ti, sino de todas. —le explico— Tal y como eres.

Sonríe un poco, pero no dice nada.

—No me molesta que fumes. —explico— No eres distinto cuando lo haces, no me tratas diferente, no eres una persona diferente. —acaricio su pelo suavemente— Sigues siendo tú. ¿Qué es lo que te da tanto miedo?

Se encoge de hombros y suspiro con tristeza, bajando la mirada. Coloca sus dedos sobre mi mentón y alza mi cabeza, haciendo que lo mire. Sonríe un poco, pero esa sonrisa nunca llega a sus ojos así que sé que no es real. Entrelaza su mano derecha con mi mano izquierda, llevándose mi dedo índice a los labios y besando dentro de mi dedo, donde descansa mi tatuaje, que ya ha sanado del todo. Pasa la lengua ligeramente por encima de la tinta y suspiro, entrecerrando los ojos. Cuando los vuelvo a abrir, sus ojos azules me miran intensamente.

—No pienso moverme de tu lado. —susurro.

—¿Aunque todo se nos ponga feo? —murmura.

—¿Más feo que 10.459 kilómetros de distancia? —digo en voz baja también.

Él sonríe muy lentamente y sus ojos brillan un poco.

—Estoy aquí. —acaricio su mejilla— Incluso cuando no estoy, estoy. —murmuro. Él cierra los ojos y apoya su frente en la mía— Me refiero a que aunque no esté contigo físicamente, siempre estoy contigo. Nunca estás solo.