Capítulo 17

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Las personas correspondientes al quehacer pasaban con insistencia por la sala estilo japonesa de la casa en la que se situaba el joven de los cabellos bicolor

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Las personas correspondientes al quehacer pasaban con insistencia por la sala estilo japonesa de la casa en la que se situaba el joven de los cabellos bicolor. Entre todas ellas, sintió la presencia de una dulce anciana quien pasaba por detrás de él mientras sacudía las repisas de la pared. Shoto comenzaba a sentirse verdaderamente incómodo ante tanta mirada fija en él; como si hubiese hecho algo. Era bastante desesperante pues se sentía como si lo estuvieran recriminando con la mirada.
Golpeaba su dedo índice de la mano derecha contra el mismo dedo índice de la mano izquierda, contaba y golpeaba. En su mente, para matar el aburrimiento había inventado un juego en el cual tendría que golpear ambos dedos índices cada que juntaba sus dedos contaba y con ese último toque antes de ser interrumpido; iba en el número 554, quizá eran más pero daba igual, solo intentaba no salir corriendo ya que no le gustaba para nada el lugar donde estaba pero sabía que debía hacer algo al respecto porque comenzaba a sentirse mal por ser una carga. En esa misma tarde, el pecoso y los chicos habían ido a ver la casa que habían decido comprar, harían ajustes y regresarían. El pecoso había preguntado amablemente si quería ir con ellos pero él se negó rotundamente; diciendo que tenía algo que hacer. Al pequeño le extrañó que el mayor no le quisiese decir dónde iba pero luego de unos minutos, dejó el tema y salió con los chicos en marcha a su ahora nueva casa mientras él tomaba su chamarra y salía en dirección a su pendiente.
Y ahora se encontraba ahí, en la enorme casa, esperando a que la persona que fue a ver se dignara a salir y hablar con él pero estaba demorando más de la cuenta. Eso de alguna manera, lo ponía nervioso y de mal humor.

—¿Eres él? —preguntó una pequeña de cabellos rubios; ojos verdes como el césped y mofletes grandes. La miró con extrañeza, era inusual encontrar personas ahí y mucho más niños. Sabía que era tan miserable que nadie lo visitaba.

De hecho, se interrogaba quién demonios estaría tan necesitado de amor como para ir a suplicar el del ogro que vivía en esa cueva llamada <<casa>>.

—Sí. —la niña había estado apuntando todo ese tiempo al retrato que había en la casa. Un retrato roto de él y dudaba que se tratara de un accidente pues la foto estaba volteada viendo hacia la pared.

—¿Y este? —tomó otro de los retratos de la casa, ahora estaba acompañado de sus hermanos pero el único que tenía rayones en su cara era él. En definitiva; no era un accidente. Rio un poco al notar que su propio viejo había rayado su cara con un plumón rojo, como si eso cambiara algo sobre su existencia.

—También.

—¡Mei-chan! —gritó la mujer de grande edad. La tomó de la mano y la regañó por molestar al heterocromático, se disculpó repetitivas veces por lo ocurrido y se la llevó sin que él tuviera tiempo de al menos justificar por ella. Suspiró y siguió esperando, pensaba que en verdad lo estaba evitando así que en uno de sus impulsos, se levantó con decisión a irse pero la tosca voz de su padre lo detuvo.

—No me habrás hecho perder el tiempo por nada, ¿verdad? Inservible.

Tan cálido como lo recordaba. Volteó para quedar frente a él; ahora era un concurso de miradas entre ambos, miradas de odio y rencor. Miradas en la que se recriminaban ambos todas las cosas por las que estaban dolidos, mejor que un duelo de palabras. Ninguno se movía y tampoco hablaba, los empleados que estaban en la sala de la gran casa corrieron de ahí tan rápido como sus pies se lo permitieron, a excepción de la mujer encargada de la limpieza pues habías sido tomada del brazo por el antiguo héroe número uno.

Decepcióname lentamente ✓Tododeku Donde viven las historias. Descúbrelo ahora