Botones

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Adrián había pasado mal los primeros dos días, los otros lirios se habían ensañado con el, sabían perfectamente que era, el primer día, unas dos horas después de instalarse, fueron llamados por Ayers. Al subir a cubierta todo funcionaba como reloj mecánico, no iba a dedicarse a visitar cada esquina del barco pero entendió que si fallaba, recibiría un buen castigo.

Cuando todos los jóvenes entraron al camarote del capitán, se formaron rodeando la habitación con las espaldas rectas y las piernas rígidas adheridas a La Roja alfombra del piso, parecían estatuas, el uniforme pulcro sin esas estorbosas pelucas níveas que solo dan calor en alta mar, ni chaquetas adornadas con entramados brocados, nada de eso, la ropa era simple, limpia y funcional, por si en el trayecto del día, entraban en batalla.

El capitán Ayers entro acompañado de sus oficiales, quienes no eran mucho mayores, pero la experiencia que cargaban era garantía de que la edad no significaba nada, Adrián no se atrevía a mirar a otro lado, y no se explicaba como alguien que la noche pasada era tan accesible e incluso algo ingenuo, ahora lucia como alguien totalmente distinto.
-Como todos saben aquí, caballeros, cada uno tiene la obligación de cumplir con sus deberes, quiero que me reporten cualquier actividad, rumor, o actitud sospechosa- Ayers miraba a cada unos de ellos tratando de encontrar hasta el más mínimo error- no importa que tan ínfima sea se la dirán a cualquiera de mis dos oficiales de confianza, y ellos me lo harán saber, incluso si es de sus compañeros.
Ayers caminaba lentamente frente a los aterrados novatos, parando frente a Adrián, este juraba para sus adentros no haber hecho nada, pero como ya se le estaba haciendo costumbre atraía la mala suerte, los dedos del capitán aterrizaron en su chaleco, en el apuro se había descuidado de un botón, ante los ojos de todos imperdonable, eso ojos verdes se posaron en el nuevamente.
-Cosas como un simple botón fuera de su lugar, si algo como esto perturba la paz de la nave, hasta de eso informaran- con un movimiento lento y certero abotono el chaleco- recuerden se castiga, el hurto, blasfemias, las riñas y el uso de armas de manera irresponsable, la mala higiene,  la desobediencia, y la pereza, ah! y ni se les ocurra dejar que se desperdicie ni la comida, espero contar con los buenos resultados de siempre, por ahora se pueden retirar.
Ayers camino tranquilo hasta su escritorio mientras todos salieron casi marchando al compas.

Ya en cubierta el primer oficial de Ayers les asignó trabajos a todos, mayormente eran vigilantes, tenía sentido ya que los hombre allí eran simples marinos, en algún momento podrían romper alguna de las reglas y echar a perder la empresa.
- eh, Blau te toca guardia en el puente inferior- dijo el primer oficial mientras el segundo le entregaba su arma- espero sepas disparar.
Adrián negó efusivamente y un poco perplejo.
-entonces que nadie se enteré.

-no es que no pueda, no me gusta- dijo para si mismo mientras bajaba las escaleras.

Relativamente simple, así parecía ser su trabajo, se paraba en la entrada del piso más profundo de la nave donde almacenaban comida y más de la mitad de la pólvora de la nave, suficiente para disparar cada cañón de la nave 10 veces. Allí solo podían entrar ciertos marineros con la orden de los oficiales correspondientes, a Adrián le parecían horas los minutos, pero trataba de distraerse repasando idiomas en su mente o recordando libros, cientos de historias que leyó en la biblioteca de su antigua residencia, fue adrede, se decía, estaba muy claro que Ayers lo hizo a propósito, parecía como si detestara cada vez que lo veía, sus ojos se lo decían, y por su puesto que se imaginaba los porqués, pero los de después de lo sucedido en la bodega del Márquez, ya que al retroceder en los hechos Ayers fue hostil con el desde que entró al salón, quizá era por conversar amenamente con su hermana menor, celos de hermano quizás, y su actitud fue empeorando a partir de eso, dejando a Adrián cómo una clara amenaza imán de problemas. No había otra explicación.
Así entre revisión de marinos y de suministros que subirían para servir de cena, pasaba sus días, eso y el olor de los animales a unos metros de el en unos cercos especiales, de vez en cuando jugaba con las cabras y alimentaba a los pollos, aprendió rápidamente a no encariñarse ni ponerles nombre, ya que para su suerte gallina que nombraba, gallina que mataban. Se imaginaba los buenos banquetes que se estarían dando los oficiales en el camarote de Bastian. Mientras que el después de largas horas recibía porciones de las sobras de estos.
El rango jerárquico estaba muy marcado y a veces ni el mismo sabía a cual pertenecía.
Las horas en las que no cuidaba de la bodega que iban desde el anochecer y la mañana cuando iba a asearse, sus compañeros que compartían su mismo horario se dedicaban a hacerlo trabajar, haciendo mandado u obligándole a limpiar el camarote entero, ignorantemente pensaba que debía seguir las órdenes que le daban.  El resto del poco tiempo pertenecía a entrenamiento obligatoria por parte de el segundo oficial, eso solo lo hacia para divertirse golpeando a los mas jóvenes, aunque Adrián tenia que aceptar las clases del moreno le servían a el mas que a nadie.

Los pocos minutos antes del alba en los que se despertaba antes que todos eran su verdadero tiempo libre, se despertaba iba hasta la proa y se dedicaba a ver cómo el barco partía las olas hasta que el sol se alzaba y los marinos cambiaban sus turnos, sus compañeros eran algo perezosos y cuando bajaba a asearse procuraba cambiar los lienzos por unos limpios, para que estos no pescaran alguna enfermedad, pero aparte tenía el suyo, esperaba a que un marino llenará el balde común y cuando este se retiraba tenía aproximadamente 30 minutos antes de que  el resto de legados lo hicieran también. Ya tuvo una mala experiencia, el segundo día bajo de último, el balde tenía lienzos sucios y el agua estaba turbia, prefirió no arriesgarse nunca más, así también aprovechaba hacer sus necesidades en total soledad.
Los primeros días la comida era buena, para ser algo así como sobras comía sus tres veces al día, pero pasando ya las semanas el sabor y las porciones comenzaron a cambiar, y por lo que escucho de los marineros aún se comía como reyes.
Uno de esos perezosos días en el que el sol no salía hasta más tarde y el agua se sentía como el hielo, Adrián siguió con su regular rutina, después de utilizar las extrañas letrinas comenzó a desvestirse, sabía que ese día nadie querría comenzar su mañana echándose un trapo helado encima, hoy podría darse lo más cercano a un baño que allí se podía. Despues de las horas de entrenamiento del día anterior y con lo perfeccionista del capitán no planeaba arriesgarse.
Con un recipiente mediano y a charol  fino empezó a mojar su cabello, sus músculos se tensaron y rápidamente se Restregó el cuerpo con su paño limpio,  en medio de sus exclamaciones escuchó que otra persona entraba al lugar.
De los más de 100 hombres en la nave justo por aquella puerta entro quien menos deseaba ver, hasta donde el sabía este sólo utilizaba el lugar de noche, justo después de que lo terminaban de asear.

La piel de Ayers estaba ardiendo, se sentía pesado y el insomnio lo había dejado en mal estado, se había revolcado en su catre toda la noche sin poder tener un sueño íntegro, despertaba jadeante y con su piel sudada, llegó a pensar que había contraído escorbuto, pero era muy temprano para que algo así lo sorprendiera, al entrar la madrugada un aroma dulce le guiaba, sabía de quién era, y aunque su poca cordura no quería que diera un paso más hacia la cubierta inferior, entre su delirio rogaba por lo contrario.
Cuando entro al baño compartido vio como el menor tallaba su pecho y cuello, antojándosele erótico cada movimiento de este, y aunque estaba débil se acercó sin tambalear a este.
-capitán!- dijo nervioso- yo, no sabía que estaría a esta hora, me iré inmediatamente.
Adrián se apuro a recoger su ropa de un clavo cercano, dándole la espalda a su capitán, con esto se fue la poca cordura con la que había entrado.
Antes de que el menor pudiera descolgar su ropa, Bastian se acercó desprevenidamente, haciendo saltar de la sorpresa a Adrián y aún más cuando ni medio segundo más tarde sintió sobre su cuello el ardiente jadeo que dejó escapar.
No sabía cómo reaccionar en esa situación, el cuerpo del mayor se sentía como fuego sobre su piel, sus dedos explorando descaradamente todo su cuerpo y su voz ronca estaban tocando aquellas mismas fibras que aquel día en la bodega.
Se halló a el mismo ahora jadeando ligeramente y perdiendo la compostura mientras contra su piel mojada los labios contrarios dejaban ligeras marcas y el escozor de aquella barba de par de días no hacía más que poner sus nervios a flor de piel.
Ahora no estaba bajo el efecto del loto azul, pero Adrián se sintió caer en la misma situación sin la voluntad para parar esto, y antes de cualquier pensamiento de desagrado se agolpaban fuertes deseos de intensificar las caricias y ver hasta donde llegarían.

El corazón de IshtarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora