Reconocer(se)

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No le cuesta mucho llegar a la salida del pueblo. Su mirada, casi sin querer, se dirige a la pequeña ermita donde se levantó sin saber absolutamente nada de ella.

Se acerca y, como en el resto de ocasiones, no se ve ni a un cura ni a un beato alrededor. Abre la puerta de madera entornada, adentrándose en la pequeña construcción. Con el eco de sus pasos de fondo, se acerca al espejo donde tantas veces se ha mirado: necesita asearse.

Sus labios se han tornado de un color morado, y le sorprende no haberse dado cuenta antes de que está tiritando. Sacude varias veces la chaqueta, aún húmeda, y se la pone sin dudarlo ni un instante.

"Casi parece que mis labios y mis ojeras vayan a juego" piensa, esbozando una sonrisa. Sus mofletes estaban adornados con pequeñas pecas, aunque ahora un ligero color rosáceo ocultara varias de ellas.
Su estómago ruge: tiene hambre. Ir a una panadería o a un bar no es una opción, no tiene dinero.

Sale de la ermita y se integra en el bosque. Le sorprende reconocer cuatro tipos distintos de árbol: está claro que, fuera quien fuese antes, se los había estudiado.

Ojalá supiera reconocerse a ella misma.
Saber qué hacer,
o qué hace
allí.

Perdona, ¿Quién soy?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora