A ciegas

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Mientras escala, un par de gotas caen sobre sus manos. Ese par se multiplica en cuestión de segundos.

Ni queriendo podría ir más arriba de la cueva: la piedra cada vez resbala más. Con un último impulso, llega al borde de su ocurrente refugio.

La luz natural apenas ilumina el interior de la cueva. No es fácil determinar su profundidad: hasta donde llega la vista, parece un túnel al que le han tapado la salida.

Se gira, y mira hacia el horizonte:
Aunque reconoce el almendro, ha andado lo suficiente como para no ver la aldea.

Varios ruidos, casi imperceptibles, le hacen girarse hacia el interior de la cueva:

¿Pasos?

-¿Hola...? -Se retuerce un mechón de su pelo, nerviosa.

Poco a poco, empieza a distinguir algo: una silueta
humana.

Perdona, ¿Quién soy?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora