Paseo

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Han llegado al camino que vieron desde la montaña. Un carcaj con doce flechas, en la espalda de Zeta, se mece al son de sus pasos. En su mano derecha sostiene un arco verde muy parecido al carcaj.

Ada y ella se ríen: el hombre de la tienda había desistido de perseguirlas al llegar al almendro, pero aún así, ellas no pararon hasta llegar por última vez a la cueva. Ahora, aunque ninguna lo dice, las dos están cansadas: el cielo teñido de los rosas y naranjas típicos del atardecer les indica que deberán parar dentro de poco.

-¿Crees que conseguiremos algún abrigo? -Comenta Ada, al sentir cómo una ráfaga de aire le hace estremecerse.

Zeta, pensativa, contesta:

-Habrá alguna tienda, seguro. En... algún lado. No te preocupes -le anima, poniéndole una mano en el hombro-, coge una de las mantas.

Rápidamente, Ada se aparta: no quiere saber más cómo se siente Zeta, no le parece justo. Su compañera, notablemente molesta, acelera el paso.

El paisaje es curioso: el camino divide exactamente el bosque y las colinas, como si alguien hubiera querido establecer un límite al profundo bosque. Por el camino, a parte de ellas solo pasan algunas ardillas y, de vez en cuando, alguna bandada de pájaros cercana que emprende el vuelo, espantada por las dos forasteras.

Zeta sacude la cabeza, intentando zafarse del malestar que le ha causado que Ada le quitase la mano del hombro: no es la primera vez que se aparta cuando ella la toca. Entiende que no le guste el contacto físico, pero poco a poco empieza a dudar de que le tenga algo de, incluso, asco:

Supongo que se le hará raro tocar a otra persona, no estará acostumbrada. O eso espero...

Así, mientras las dos caminan sumidas en sus pensamientos, cae la noche. Buscan refugio en el bosque, donde Zeta llena unos sacos de tierra, intentando que las hojas de pino molesten lo menos posible. Ada, por su parte, despliega las mantas y utiliza la cacerola para hervir agua.

No cenan gran cosa: varias bayas que Ada había encontrado durante el camino y un caldo casi insípido.

Acto seguido, apagan el fuego: las dos están cansadas. En cuanto se tumban sobre los sacos, que forman un único "colchón" para las dos, se sumen en un profundo sueño.

Perdona, ¿Quién soy?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora