Viaje

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Zeta se despertó sobresaltada poco después del amanecer, debido a una pesadilla. Sacudió a Ada, y juntas recogieron lo poco que tenían: vaciaron la tierra de los sacos y los metieron en un bolsillo de la capa, y cogieron la olla, el mechero y la navaja.

Llegaron al río sin problemas, y en él se asearon. El agua les cubría un poco más de la cintura cerca de la orilla, y no se adentraban por la corriente que habían causado las precipitaciones de los anteriores días.

Zeta lavó su capa, al fin y al cabo había llevado dos liebres muertas en ella. La puso a secar encima de una piedra al sol, junto al resto de su ropa, y se bañó entera.

Ada, por su parte, llevaba un buen rato en el agua cuando su amiga se metió: ella nadaba, buceaba, y reía, sintiéndose limpia. Anteriormente, ella también había lavado su ropa.

Cuando Zeta la consiguió convencer para salir, la ropa ya estaba seca. Se vistieron, y volvieron a la montaña rocosa.

Ada dio gracias de que no lloviera. Poco a poco, fueron escalándola con algún resbalón y un pequeño desprendimiento. Al llegar a la cima contemplaron el paisaje, maravilladas.

-Esto es increíble -susurra Ada-. ¡Incluso se ve el mar!

En el horizonte, una pequeña línea azul se extendía por todo. Más cerca de ellas, un camino separaba el bosque con varias praderas y colinas, algunas con trozos blancos.

-¿Eso es nieve? -Preguntó Ada, confiando en que su vista no la engañaba.

-Sí...

Zeta no estaba tan ilusionada como Ada: donde su amiga veía belleza, ella notaba que algo no era normal. ¿Nieve? No hacía tanto frío, no aún.

Es como si nos estuvieran dando a elegir entre varios paisajes distintos.

-Oye, ¿Dónde querrás ir? -Comenta Ada.

Zeta, sin mirarla, se encoge de hombros:

-No sé si vamos a encontrar algo más de lo que hemos encontrado aquí. No creo que nada de esto sea casualidad...

Ada arqueó una ceja. Era extraño, desde luego, pero nada de lo que les había pasado era normal.

-Literalmente sequé a lo que fuese que me intentó atacar. ¡Con un grito! Tú puedes ver en la oscuridad y yo siento lo mismo que la persona a la que toco. -Su mirada volvió a la delgada línea azul, al mar. -No creo que nos muramos por cambiar de aires.

Zeta dio algunos pasos hacia Ada.

-No sabemos si va a haber más criaturas como esa, ni si las vas a poder... Secar -dijo, sin encontrar ningún otro posible eufemismo-.

Ada meneó su cabellera cuando inclinó la cabeza para pensar: aún tenía algunos trozos mojados, y bastantes rizos habían surgido a causa de la humedad.

-Si yo no los puedo secar, seguro que tú podrás hacerles algo.

-¿Crees que habrá tiendas en algún lado? -Preguntó. -Si te tengo que salvar el culo, ¡quiero un arco con el que hacerlo!

Media sonrisa surcó el rostro de Ada, y Zeta soltó una carcajada al ver su reacción.

-Podríamos volver a Vavian... Pero perderíamos un día.

-No si nos ponemos ya en marcha...

Estaba claro que Zeta quería un arco. Ada la miró, y ella aprovechó para poner ojos de cordero degollado.

-Está bien, pero tratemos de tardar el menor tiempo posible.

Ada sonrió.
Zeta la miró de soslayo:
estaba nerviosa.
Pero, ¿Por qué?

Perdona, ¿Quién soy?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora