Calor

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-Yo también... Es decir, tampoco lo sé -admite, con cierta vergüenza-.

-¡No! -Se quita la capucha. Es rubia, su pelo no llega mucho más abajo de su barbilla. Sus ojos parecen echar chispas. -Tú habrás venido aquí a retirarte espiritualmente o... ¡O te habrás perdido! Yo no sé, no tengo ni idea, de quién soy.

Sorprendida por la rabia con la que lo dice, intenta mantener la calma.

Tiene ganas de gritarle que ella no sabe nada de ella, que se calle.

En vez, se levanta y se acerca a ella.

-Me desperté en el suelo de una ermita. De una puta ermita. Sin saber nada, ni de mí, ni de... nada. Me pasé un día llorand...

-No sabes quién eres -le corta la chica de la cueva-, ya lo he pillado, vale. Lo siento, llevo bastante tiempo compadeciéndome y... se me hace raro que tú también lo hagas.

Sus cejas se juntan. Está molesta, pero ¿por qué? Y, ¿Por qué primero no le cree, y luego le corta?

No entiendo a esta chica.

-¿Tienes nombre? -Pregunta la rubia, tras un largo silencio. La aludida, aún un poco indignada, niega con la cabeza. -Yo fue lo primero que hice. -Extendiendo la mano, se presenta. -Soy Zeta.

Mira su mano, que es casi blanca. En su rostro no hay ni rastro de pecas; aún así, las dos comparten su aparente falta de melanina.

Al cabo de un instante, estrecha su mano: es bastante distinto a lo que se imaginaba: siente cosas, ¿a lo mejor alivio?

¿Y el frío?

Perdona, ¿Quién soy?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora