Juego

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Al amanecer, los primeros rayos de sol se cuelan en la pequeña casa de madera por las ventanas y despiertan a Zeta. Esta se incorpora mientras toma consciencia de dónde está: no tarda mucho en recordar que Sara las trajo ahí, y que un pájaro mutó de manera completamente antinatural.

¿Qué pasaría en ese bosque?

Sin dejar de pensar en ello, se viste con los pantalones plateados y el jersey gris de Sara y, acto seguido, abre una ventana en la pared más próxima a su cama. Esta da a un pequeño barranco que revela una vista asombrosa: colinas y bosques se suceden entre sí hasta el horizonte, formado por una línea azul que es todo lo que se puede ver del mar. 

Distintas voces procedentes del exterior llegan poco a poco a sus oídos. Aunque se asoma, no consigue ver a nadie: deben de estar detrás de la pared próxima a la cama de Ada, donde no hay ventanas.

-¡Literalmente esto es lo más rastrero que podrías haber llegado a hacer, Senna! ¿En qué demonios pensabas?

Zeta, sorprendida, se lleva las manos a la boca. Una mujer empieza a elevar el tono de su voz. ¿Qué está pasando ahí fuera?

La voz de Sara llega a sus oídos interrumpiendo el reproche: 

-Venga, por favor, sabéis que no he hecho nada. No es mi culpa que se vayan comiendo todo lo que ven -su tono es sorprendentemente tranquilo-.

-Cuando te comes una manzana en mal estado vomitas, Senna, no caes en coma.

Zeta mira a su compañera, aún dormida en la cama. Su mente empieza a juntar los últimos acontecimientos como si fueran un puzzle: la queja de Ada sobre la acritud de su manzana, su cansancio al llegar y la insistencia de Sara por cenar sin ella encajan. Palideciendo, la empieza a zarandear: no se despierta, y ni siquiera se da la vuelta para que la deje en paz.

-Se te ha acabado la suerte. Vas a pagar, Senna, te guste o no. De momento olvídate del Don.

Percibe, desde allí, la risa de Sara. ¿O Senna?

¿Por qué están hablando de dones?

-Ni siquiera me lo quitaron cuando di justicia a aquellos hombres -su propia risa la interrumpe-. ¿Hombres? No llegaban a eso, permitidme corregirlo: borrachos. Por querer que mi protegida gane no me va a pasar nada.

-Los mataste, Senna. Tuviste mucha suerte en irte justo después.

-El único pobre que sobrevivió fue el culpable de todo eso, no digas tonterías.

-¡No sigas! ¿A quién vas a culpar de sumir a esa chica en un sueño eterno?

-A nadie le importan estas enfermas. Tienen suerte de poder... ¡Agh!

Zeta, sentada al lado de Ada, da un pequeño bote: ¿Qué está pasando ahí fuera?

Van a irse de aquí al lugar del juicio, eso está claro. Tenemos que ir con ellos, ¿o nos llevarán sí o sí?.

Se concentra en la pared que tiene delante, el único obstáculo entre ella y las voces. Epontáneamente, desenfoca la vista como si quisiera ver más allá: ante su sorpresa, la imagen general se torna borrosa, e inmediatamente tiene que apoyarse en la pierna de Ada por un leve mareo.

Cuando se recupera, la pared se disuelve ante ella. Enfrente suyo Sara, que ahora tiene el pelo liso y de color naranja, está suspendida en el aire, apretada por tres aros.

Debajo de la pelirroja hay un hombre vestido con un gordo chaleco verde y ropa marrón, y una mujer adulta más alta que él con el cabello blanco y unas orejas acabadas en punta, que luce el mismo conjunto.

-Listo. Lo tenemos, Beta: solo nos queda descubrir a esos cabrones -murmura el hombre-.

Tras esto, los dos se desplazan hasta la entrada de la cabaña y tiran la puerta abajo. Llegan hasta la habitación donde están las dos chicas, encontrándose con Zeta mirándolos fijamente.

La mujer se le acerca y, tras unas palabras incomprensibles que murmura, Zeta cae en un profundo sueño.

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⏰ Última actualización: Mar 31, 2020 ⏰

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