Pausa

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Ada llegó bastante cansada a la cabaña. Era pequeña, aunque se había aprovechado muy bien el espacio: al entrar, había una mesa de cristal rodeada por dos sofás, uno de espaldas a la puerta y el otro enfrente.

Detrás del salón, divididos por una isla de una madera parecida a la de las paredes, se encontraba la cocina: la nevera, la papelera y un fregadero inmenso, pegados a la pared del fondo, tenían encima suyo bastantes armarios y una ventana por la que aún entraba un poco de luz.

En la pared izquierda había tres puertas: tras la primera se encontraba la habitación de invitados, con dos camas individuales en ella; la segunda daba a la habitación más grande, con una cama de matrimonio y un armario. La tercera puerta era la del cuarto de baño: en su interior, azulejos malvas rodeaban una pila de estilo vintage marrón oscuro y una bañera situada encima de unos escalones de madera:

-En este hueco que hay debajo de la bañera, metemos algo de carbón o madera para calentar el agua. No hay agua caliente -le explicó Sara nada más llegar-. Por eso hay escalones para subir.

Zeta se asoma al cuarto individual: su compañera se ha quedado dormida.

Va a ser la primera vez que durmamos en una cama, por lo menos desde que tenemos consciencia.

La puerta principal se abre con un pequeño chirrido:

-¡Zeta! Te estaba buscando -dice Sara, entrando en la casa-. ¿Te quieres dar un baño? Tengo algo de ropa para tí, ven.

Se dirigen hacia la habitación grande, donde la mujer abre el armario. Ante Zeta aparecen 12 camisetas y pantalones diferentes, todos de color plateado.

-Esto es increíble... Gracias -atina a decir-.

Sara sonríe.

-De nada.

Perdona, ¿Quién soy?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora