Luz

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La leña de la hoguera improvisada crepita mientras Zeta cavila sobre el nombre de la chica que tiene enfrente. Ella, por su parte, está inquieta: por algún motivo, no se siente a gusto cerca de la hoguera, aunque necesite calentarse.

-¿Cloé? ¿Serena? ¿Alicia? No, Alicia desde luego no... -Observa detenidamente sus rasgos. -Eres difícil de describir.

-¿Cuál has dicho antes? El que sonaba bien...

-¿El que sonaba bien? ¡Si todos son geniales! -Contesta Zeta. Mirando hacia arriba, intenta pensar más. -Pues...

-Déjalo. Acabo de pensar en... Ada. Me gusta Ada.

Siente la mirada de Zeta. Su pose es graciosa: la mira frunciendo el ceño, con la cabeza apoyada en sus manos entrelazadas. A su vez, estas están apoyadas sobre sus piernas cruzadas.

Se fija en que debajo de la capa lleva un pantalón de chándal; también puede llegar a entrever una camiseta blanca.

-Te pega muchísimo. ¿Cómo no se me ha ocurrido a mí? -Contesta, refiriéndose al nombre.

-Podrías enseñarme la cama, con luz -propone Ada, después de reírse-.

Las dos se incorporan y, tras coger un palo algo grueso y encenderlo en la hoguera, vuelven a andar hacia el interior de la cueva.

-Yo veía perfectamente. Cuidado con el fuego -advierte Zeta.

Se vuelve a parar en seco, mirando el hueco en la roca. Entra en él, y Ada la sigue.

Tras el hueco hay otra cueva un poco más pequeña, en la que Ada ve tres sacos llenos de... algo, con una manta encima y otra al lado, plegada. En un rincón, también ve cuerda y una cacerola un poco oxidada.

-Madre mía, está muy bien. Así que esta es tu cama...

Percibe su sonrisa, aún sin mirarla. Ella también sonríe.

-A partir de ahora, la compartiremos. Pero no, no está nada mal -contesta, satisfecha de la reacción de su compañera-. Los sacos llevan tierra y hojas de un árbol que, por suerte, no era un pino.

-Así que por eso estaba removido el suelo cerca del almendro... -Ada sonríe.

Tras esto, vuelven al inicio de la cueva: es de noche, y ha parado de llover. Ada casca las últimas almendras que le quedan, tiene hambre; Zeta, por su parte, intenta ahuyentar a un murciélago.

Las dos, en su interior, están pensando lo mismo:
Por lo menos, no estoy sola.

Perdona, ¿Quién soy?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora