—¿Sí?
—¿Te han gustado las flores que te he enviado? —preguntó una voz segura y fluida.
______ se quedó tan sorprendida que perdió el habla.
—Pensé que te gustarían, como tu padre formaba parte del consejo de administración del Jardín Botánico… —continuó Abruzzi.
«¡Dios mío! ¡Ha estado investigando sobre mí! ¿Y ahora qué digo?»
—¿Te ha comido la lengua el gato?
—¿Cómo ha conseguido mi número? —______ no había permitido que lo incluyeran en los listines telefónicos públicos.
—¡Uy! Te sorprenderías de lo que unos mil dólares pueden comprar hoy en día en un barrio —respondió él con petulancia.
—¿Qué es lo que quiere? —______ sonó algo nerviosa y, consciente de ello, se mordió el labio inferior.
«Va a pensar que me da miedo. —Algo en su interior corroboró—: Bueno, es que sí té da miedo, ¿no?»
—Quiero que hablemos. He pensado que podríamos ir a cenar por ahí. En algún sitio bonito y discreto.
«¿Está loco?»
—No tenemos nada de qué hablar. No vuelva a llamarme.
______ colgó el teléfono con más fuerza de la necesaria e hizo un gesto de dolor al oír el ruido del golpe.
Media hora después, ya estaba en el supermercado con el carrito. Después de haberle colgado a Abruzzi, había permanecido en su apartamento dando vueltas durante un cuarto de hora. Aunque había sentido la enorme tentación de llamar a Liam, se había repetido a sí misma los mismos argumentos que la habían retenido un rato antes. No había nada que él pudiera hacer, de modo que lo mejor era esperar y contárselo por la noche.
Se alegraba de haber hecho la lista de la compra a la hora de la comida. Ahora se encontraba tan nerviosa que no era capaz de concentrarse en nada. Caminó por los pasillos como una autómata mientras llenaba el carrito con lo que aparecía indicado en la lista.
Al llegar al puesto de la carne, el dependiente y su ayudante estaban atendiendo a otros clientes. Había por lo menos otras dos personas antes que ella, así que aparcó el carro en un lado para que no estorbara al resto de compradores que se apresuraban a encontrar rápidamente algo para cenar aquel día. Cogió un número y trató de distraerse mirando los precios de otros productos. Las gambas estaban de oferta… Podía llevarse unas pocas además de los filetes que había pensado comprar.
Al cabo de quince minutos ya tenía los dos paquetes. Al ir a meterlos en el carro, descubrió en él, un producto que no le pertenecía a ella. Lo primero que pensó fue que se había confundido de carro y comprobó el resto del contenido. «No, pues sí es mi carro. ¿Qué será esto?»
El extraño objeto era negro, medía unos doce centímetros de largo y diez de ancho, era de látex y tenía forma cónica. Intrigada, ______ lo cogió y entonces cayó en la cuenta de lo que era.
«¡Dios mío! ¡Es un dilatador anal!»
De inmediato dejó caer el juguete sexual como si le quemara en las manos y miró a su alrededor avergonzada.
A un metro de ella, Victor Abruzzi sonreía jactanciosamente. Llevaba un carísimo traje negro y un abrigo a juego.
Dos de sus hombres, situados a su izquierda y aparentemente ajenos al resto de clientes que se veían obligados a pasar junto a ellos, se mantenían a una cierta distancia.
La rabia no tardó en sustituir al miedo. ______ se dirigió enfurecida hacia donde se encontraba.
—¿Cómo se atreve? —preguntó entre dientes.