— Diego, escúchame por favor. — intentó avanzar hasta donde el ojimiel estaba, pero este no lo dejó. Su amigo se alejó mientras negaba y repudiaba la actitud del rizado en su mente.
Diego estaba realmente sorprendido de todo lo que escuchó salir de la boca de su compañero hace un momento atrás. Deseaba poder verdaderamente golpearlo hasta dejarlo tirado gritando de dolor. Aún así no sería ni la cuarta parte del dolor que seguramente sentiría Joaquín cuando llegara a enterarse del increíble nivel de estupidez que Emilio se cargaba consigo.
— No te voy a escuchar una mierda, Emilio. — dijo entre dientes. Sus puños en ningún momento dejaron de presionar con fuerza y sus ojos sólo le demostraban al contrario cuánta decepción cargaban. — Eres una completa basura. — lanzó con odio. — Creí que te conocía. — rió sarcástico. — Jamás me hubiera imaginado que terminarías siendo así de repudiable. — negó y avanzó unos cuantos pasos para irse de ahí. En cualquier momento terminaría golpeándolo de verdad y no estaba seguro si estaban en el lugar correcto para comportarse de esa manera.
— Sabrina me lo pidió. — comenzó a explicar cuando notó que el ojimiel estaba por marcharse. — Ella ha sufrido muchísimo por culpa de Joaquín. Él no es la persona que crees que es. — confesó desesperado.
— ¿Ah sí? —Diego frunció el ceño y se permitió seguir escuchando lo que el rizado tenía que decir. Seguramente le daría excusas de mierda, era lo más probable. — ¿Cómo es verdaderamente Joaquín entonces? — preguntó con los brazos cruzados luciendo falsamente interesado.
— Obligó al hermano de Sabrina a usar cosas con las que él no se sentía cómodo. Ya sabes, las típicas faldas cortas y maquillaje ostentoso que Joaquín usa. Su padre le pidió que fuera como antes porque no estaban acostumbrados a eso. — relamió sus labios pensando en lo que diría después. — Alex se negó y se ganó una buena paliza. Entonces su madre lo defendió y tomaron la decisión de abandonar a Sabrina y a su padre. —tragó en seco atento a las reacciones de su amigo. — No se preguntaron si Sabrina estaría bien, la dejaron sola. — justificó creyéndoselo de verdad. — Ella amaba a su madre y se la arrebataron como si nunca hubiera existido. — para ese entonces sus ojos estaban inyectados en sangre, pero no por la situación que la familia de Sabrina pasó, sino porque fue en ese preciso momento que entendió lo estúpido del plan que había armado con la rubia.
¿En qué estaba pensando?, ¿por qué aceptó hacer tal cosa? Maldita sea, se había convertido en el imbécil más grande de toda la historia.
— No dejas de ser un imbécil. — escupió el ojimiel. — ¡Abre los ojos, maldición! — gritó con todas sus fuerzas sin dejar de observar el notorio arrepentimiento en su amigo. — Esa idiota sólo quiere usarte porque sabe que eres un estúpido. — lo señaló con el dedo índice. — ¿En serio te creíste el cuento de que formalizarían su relación después de esto? — rió y negó quitándole los ojos de encima. — Porque eres tan obvio y patético que seguramente fue eso lo que te propuso, ¿o acaso estoy equivocado? — el silencio por parte del rizado le confirmó aquella pregunta. — Está llena de odio, Emilio. Ella es una mala persona y lo único para lo que le sirves es para que te ensucies las manos por ella y que quedes como el más grande canalla frente a todos. — negó decepcionado. — Ahora aléjate de la puerta si no quieres que me olvide de que eres mi amigo. — advirtió con ojos llenos de rabia.
Emilio se quitó de donde estaba y Diego pudo avanzar hasta la salida.
— Ah, una cosa más. — dijo antes de salir por completo de allí. — Si no le dices a Joaquín de esto lo más pronto posible, créeme que lo haré yo mismo. — lanzó para finalmente salir de la habitación dejando a su mejor amigo sólo.
Emilio se permitió sentirse vulnerable frente a Ramón, su gatito, y lloró todo lo que su corazón le permitió. Estaba totalmente asustado y arrepentido de haber accionado como lo hizo. Maldecía la hora en la que aceptó converstirse en el imbécil más grande todos.
Pero lo había hecho por amor, aunque no justificaba absolutamente nada.
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Cuando Joaquín llegó a su casa se encontró con Azul y Renata viendo una película en la sala. Bueno, en realidad era su hermana la que estaba atenta a las imágenes en el televisor mientras que la ojiverde lanzaba ronquidos delicados y se acurrucaba con su sábana celeste pastel en el hombro de su novia.
— ¡Hola! — chilló el pequeño haciendo que las dos se sobresaltaran. Incluso el bowl que Renata tenía en su regazo cayó al suelo derramando todas sus papitas fritas mezcladas con uvas pasas.
El menor rió suave y dejó su pequeña bolsa colgada en el gancho cerca de la puerta.
— ¿Qué mierda te ocurre? — preguntó un tanto molesta y todavía asustada. La morena tomó a su novia en sus brazos e intentó tranquilizarla. — La asustaste, odiota. — dijo preocupada ya que Azul continuaba temblando un poco.
— Ajá. — graznó el menor.
Entrecerró sus ojos y observó a la rubia acurrucarse más en el hombro descubierto de su hermana. La conocía perfectamente. Era una obsesionada por los mimos.
— ¿Emilio te trajo? — intervino su mejor amiga cuando estuvo relajada.
Joaquín asintió y se sentó en medio de las dos. Acomodó su falda y seguidamente se mordió el labio inferior recordando todo lo sucedido hace unas horas atrás.
— ¡Me pidió ser su novio! — chilló colocando sus pequeñas manitos en sus mejillas. No podía contener su felicidad.
Azul abrió la boca totalmente sorprendida con aquella confesión. No se lo esperaba, pero sí que se alegraba por tal noticia.
— ¿Qué? — cuestionó Renata con el ceño fruncido. — ¿Emilio, Emilio? — no estaba segura de haber escuchado bien la primera vez. — ¿Emilio el de la escuela? — volvió a interrogar. — ¿Emilio? — continuó sin poder creerlo.
— ¡Que sí! — contestó Azul ya harta de su pareja. — No lo puedo creer. — chilló emocionada volviendo su atención total al pequeño.
Renta frunció el ceño, pero después se encogió de hombros dispuesta a escuchar a su hermanito.
— Todo fue tan maravillosamente romántico. — suspiró apoyando su cabeza en el espaldar del sofá. — Preparó todo por él mismo. — indicó sonrojado. — Su mamá me lo confesó. Dijo que jamás se había esforzado tanto por sorprender a alguien y que le alegraba que fuera yo. — su corazón comenzó a latir rápidamente al recodar cada pequeño detalle. — Comenzó con palabras demasiado lindas y luego lanzó la pregunta que por tanto tiempo había estado esperando. — recargó su cabeza en el hombro de su hermana cuando se cansó de la anterior posición. — Y le dije que sí. — susurró. Había sonado con el tonto más enamorado en el mundo entero.
Renata sonrió y levantó su mentón para dejar un besito corto en la sien de su hermano. Se sentía como una madre orgullosa de dejar crecer a sus pequeño pedacito de ser humano. Seguramente sus padres también lo estarían, pero no era momento para traer ese vacío a su corazón.
— Te ves demasiado enamorado y feliz. — dijo Azul con una enorme sonrisa. — Te adoro tanto. — confesó y atrajo al menor entre sus brazos.
— Te amamos, bebé. — dijo su hermana jugando con su suave cabello.
— Pregunta importante. — interrumpió la rubia de repente. — ¿Se porto bien en tu primera vez? — interrogó con su mano hecha puño debajo de su mentón. — Es algo que me carcome el cerebro desde que me dijiste que tuvieron relaciones. — dijo en un intento de que el pequeño se sintiera en confianza al hablarles de algo tan íntimo.
Renata los observó a ambos y pudo notar cierto temor en los ojos de Joaquín.
— No te preocupes. — le restó importancia. Sabía que su hermano se estaba preguntando qué le diría después de enterarse que ya no era tan inocente. — Lo sé todo. — dijo asustándolo un poco. — No es cierto, solo lo necesario. — rió bajito.
Joaquín suspiró aliviado y respondió con un asentimiento algo avergonzado. No era capaz de confesar que en realidad le había gustado mucho. Claro, nisiquiera sabía cómo tenía que sentirse porque fue su primera vez, pero para él fue perfecta.
Tener su primera experiencia sexual con el amor de su vida era todo lo que podía pedir, porque Emilio jamás lo decepcionaba.
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No, soy gay.
Fanfiction- Emilio, eres un idiota. - declaró el castaño soltando una corta carcajada al darse cuenta de la gran metida de pata que había tenido su amigo. - ¿Qué? - preguntó confundido con el ceño fruncido. Tomó su teléfono de las manos de su compañero y sub...