Capítulo 18

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Tal vez no estaba listo para darle fin a aquella mentira. En realidad, no sabía si es que no estaba listo verdaderamente o simplemente no quería dejar de lado esa paz y tranquilidad en su corazón cuando Joaquín estaba cerca. Era la primera vez en la historia de su vida que se admitía a sí mismo cómo alguien lo hacía sentir. Joaquín parecía también ser la primer persona que se ganaba el puesto como una de sus sensaciones favoritas porque no recordaba haberse sentido así de bien en algún momento. Necesitaba que aquel pequeño se quedara para siempre con él, era malditamente indicado para hacerlo el ser humano más feliz de todos.

Emilio incluso pensaba en sus años pasando a lado del menor, todo lo que quería era su amor incondicional porque seguramente no sabría cómo sería su vida después de él. Eso le aterraba un poco, pero no podía dejar de pensar en la posibilidad de que en realidad Joaquín deje de ser una estúpida manera de vengar algo sin sentido, a ser alguien igual de importante como lo era en su corazón.

Y sí, a Emilio le gustaba Joaquín.

Le gustaba la manera tan delicada en la que tomaba sus manos cuando creía que algo estaba yendo mal e intentaba calmarlo, le gustaba el brillo en sus ojos cuando le decía que lo amaba y después de eso dejaba besos en sus labios cuidando demasiado no ser brusco, por que sí, Emilio podía sentir que estaba reteniéndose de no mostrarse desesperado por probar sus labios infinitas veces. Para ser honesto, le fascinaba ser deseado de esa manera por la persona de la que consideraba esta enamorado.

El rizado descubrió todo lo que le ocurría cuando en los recesos tomaba la mano del menor para mostrarse frente a todos como una pareja real. Habían pasado varias semanas y comenzaba a acostumbrarse. No sabía con exactitud si en un principio era sólo una molestia increíble en el estómago que lo hacía sonreír como un total idiota, o si en realidad las veces que Joaquín se acurrucaba en su pecho las molestias se convertían automáticamente en mariposas en las que nunca creyó. Él era así, no creía en el amor a primera vista, pero quizá solo era un completo tonto que cayó como alguien totalmente escéptico lo haría alguna vez.

Joaquín era una persona un tanto extraña para él de describir. No podía decir que el menor era alguien totalmente normal porque si se ponía a verdaderamente pensar en ese pequeño ser humano, probablemente terminaría denominándolo como la perfección personificada. Claro, no todo el tiempo pensó de esa manera. En un principio, cuando llevaba conociéndolo muy poco, creía que el pequeño era alguien maravillosamente bonito a la vista, cosa que negó por mucho tiempo dentro de sus pensamientos pero mientras más horas pasaba con él, sus sonrisas ladinas no podían ser ocultadas.

Estaba perdido por la persona que no debió convertirse en algo tan importante para él.

Aunque nadie tenía por qué saberlo de todas maneras.

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— ¡Emilio! — escuchó a lo lejos y se detuvo en ese momento. — ¡Espera! — volvió a gritar la rubia mientras se apresuraba hasta llegar a su objetivo.

El rizado frunció el ceño y relamió sus labios nervioso. Jugó con las correas de sus mochila y observó el suelo de forma muy entretenida.

— ¿Por qué nisiquiera me hablas? — preguntó con una sonrisa ladina cuando llegó. Su ceño estaba levemente fruncido y sus manos se dispararon a los hombros del más alto. — Necesito estar al tanto de cómo va nuestro plan y tú que no me diriges la palabra en semanas. — comentó con una amplia sonrisa. — ¿Qué sucede? — besó su mejilla izquierda. — ¿Te estresa tanto pasar tiempo con ese idiota? — se burló sabiendo perfectamente la respuesta.

Emilio se alejó rápidamente de sus brazos y negó impidiéndole que volviera a acercarse.

— Escucha, Sabrina. — comenzó aclarándose la garganta. — No quiero indagar en lo que ha estado sucediendo estas últimas semanas, solo te pido por favor que dejemos esto aquí. — pidió mientras la veía fíjamente a los ojos esperando que esta entendiera lo que quería decir.

La rubia pestañeó varias veces para finalmente fruncir su ceño aún más profundo.

— ¿Dejar qué? — rió mienteas se posaba de brazos cruzados. — Explícame porque no estoy entendiendo. — rió creyendo que había escuchado mal.

Emilio suspiró.

— No quiero seguir con este estúpido jueguito, Sabrina. — lanzó. — No estoy dispuesto a seguir lastimando a alguien inocente. — negó sin dejar de mirar a la rubia. — No voy a lastimar a Joaquín solo porque la del problema eres tú. — finalizó un tanto desesperado, no quería que alguien los viera juntos.

Sabrina rió, rió tan fuerte que incluso salieron pequeñas lagrimitas de sus ojos por el esfuerzo.

— Sí, sí. — hizo un gesto despreocupado con una de sus manos. — Entiendo que el estrés te haga decir sandeces, pero debes seguir firme. Ya falta poco para que tengas lo que tanto has querido. — se mordió el labio inferior e intentó acercarse al mayor nuevamente con intenciones seductoras.

Emilio la alejó con cuidado y miró a un lado, no podía tenerla en frente y decirle todo lo que quería de una buena vez porque parecía no entender.

— No, Sabrina. — dijo firme. — Se acabó, no quiero ser parte de esto. — volvió a decir. — No voy a continuar con esto, no me importa lo que me prometiste. — se encogió de hombros. — No quiero nada tuyo. — negó separándose de ella un poco más. — Déjame en paz. — finalizó.

La rubia lo escuchó bastante atenta para ser sincera, pero cuando hubo terminado, el rizado recibió un fuerte empujón de su parte haciendo que chocara bruscamente con los casilleros. Para su suerte, el pasillo estaba un tanto vacío así que nadie logró percatarse del hecho.

— ¡¿Te escuchas?! — gritó sin un poco de delicadeza. Sus ojos estaban rojos de furia y su rostro lo acompañaba a la perfección. — ¡Eres el más grande imbécil que existe, Emilio! — chilló y volvió a golpear su pecho.

El más alto solo cerró sus ojos con fuerza y esperó a que esta se tranquilizara un poco para poder volver a hablar.

— Sabrina, por favor. — pidió en un susurro pero la ojiverde lo ignoró y volvió a golpearlo.

— No me digas que le tienes lástima porque eso nunca voy a creértelo. — refunfuñó sobre su mentón mientras lo tomaba con fuerza de su camiseta.

— No se merece nada de esto, eso es todo. — susurró esperando que la rubia se alejara por sí misma.

Ella carcajeó.

— ¿Te gusta? — preguntó sorprendiéndolo.

Emilio relamió sus labios y se negó a responder.

— ¡Respóndeme, maldita sea! — gritó una vez más a la espera de recibir algo que le hiciera saber que estaba en lo correcto. Lastimosamente no fue así. — Lo imaginé del idiota ese, pero jamás lo hubiese imaginado de ti. — escupió con desprecio.

El rizado solo se dedicó a escuchar cada una de sus palabras, no quería interrumpir su discurso sin sentido porque no lograría nada con ello. Sabía que una conversación entre personas razonantes duraba minutos, sin embargo de no ser así, tardarían horas.

— Me das asco. — dijo sobre su mejilla. — Y vas a pagar por esto. — volvió a susurrar. — Supongo que no disfrutarás de ser un maricón después de eso. — sonrió de lado y se marchó sin decir nada más.

Emilio se relajó porque no tuvo que decirle lo que en verdad pasaba con él, pero a la vez se llenó de miedo al saber que Sabrina era capaz de hacer cualquier cosa con tal de estar satisfecha con lo que ella creía correcto.

No, soy gay.Where stories live. Discover now