4. Acurrucarse

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En los últimos seis años, Arno apenas y hablaba de su difunto padre; de hecho, lo único que le quedaba de Charles eran algunas memorias bastante confusas.

Para su mala fortuna, algunas de esas memorias lograban colarse a sus sueños, atormentando de cierta forma al joven francés. Esa fue una de "esas" noches; en que revivía en su mente, aquel fatídico día del incendio; aunque esa pesadilla siempre terminaba de una misma manera, con Shay sacándole de ahí.

Habían pasado meses desde la última vez que siquiera se había tomado el tiempo de pensar en ello, pero, esa noche especialmente, su mente estaba hecha un desastre; cuando esto sucedía, ir a dormir a la habitación de Cormac era más que suficiente para relajarlo; además, aprovechaba que no siempre estaba ahí el irlandés.

Al abrir su puerta, Shay levantó la mirada de un libro, y antes de que Arno tuviera oportunidad de ver la pasta, este ya lo estaba ocultando en un cajón en el pequeño mueble a su derecha. Aquello sólo podía significar que lo que  fuera que Shay leyese, no era precisamente "educativo" además, su sutil sonrojo sólo lo delataba aún más.

—Descuida, no vine aquí para ver que haces o no con tu tiempo libre… por cierto, hoy no me avistaste que habías llegado.

El menor murmuró lo último con tono de reproche, a la par que se colaba por la habitación del irlandés, y sigilosamente cerraba la puerta tras de  sí. Con la elegancia misma de un felino, Arno se desplazó hasta llegar a la cama y con total naturalidad, se recostó junto a Shay.

—No te avisé, porque no tengo ni una hora de haber vuelto; además son las once ¿que el maestro Kenway no te manda a dormir a las diez?

Preguntó en tono burlesco el mayor, observando a Arno hacerse un ovillo en la cama y cubrirse hasta el cuello con la manta; realmente no le importaba estar a mitad del verano, amaba lo tranquilizador que se podía volver el perfume de Shay impregnado las sábanas.

—Por cierto ¿a qué debo el honor de la visita?

Si había algo que a Dorian le agradaba más del irlandés, era que podía sincerarse con él por completo, de alguna manera, lo podía considerar un amigo y confidente, aún más que al propio Connor.

—Bueno, tú mejor que nadie sabe sobre el asunto de mi padre…

Shay tragó saliva. Claro que él sabía del tema, puesto que en sus manos estaba la sangre del francés. Aún así, se limitó a callar y sólo asintió.

—A veces… sueño con ello, y suelo venir aquí por algo de confort.

Cormac sintió su corazón estrujarse en su pecho; no se consideraba merecedor de la confianza de Arno, y sin embargo, ahí estaba, acomodándose mejor junto a él, y rodeando su delgada cintura con el brazo.

—Si ese es el caso… puedes venir aquí siempre que lo desees, Arney.  

Dijo en tono dulce, cerrando los ojos, e inhalando profundamente el sutil perfume del menor.

Betrayer [Arno x Shay]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora