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—¡¿Que hiciste qué?! ¡Pff, ja, ja! ¡De verdad eres un idiota!

Murdoc fruncía el ceño mientras escuchaba la insoportable risa de su amigo, quien se burlaba de él por su accidente automovilístico.
Había salido del juicio esa misma mañana, y no podía estar más inconforme con el veredicto del jurado.
Hubiera preferido la cárcel en vez de soportar las burlas de ese chico verdoso frente suyo.

—¡Estaba borracho, no puedes culparme! —Se defendía, agitando con la cucharilla su café amargo—. ¡Tú fuiste quien me alcoholizó en esa estúpida fiesta tuya!

—Pero yo no fui quien te puso las llaves del auto en las manos, ¿o sí? —Le contestó el otro, antes de dar un sorbo a su café mokka y con sorna en su mirar—. Sigue siendo tu culpa, imbécil.

Murdoc bufó furioso, y prefirió ignorar a su amigo mientras desviaba su mirada a su celular. Leía con desinterés el artículo en su navegador, y bebía de su taza humeante mientras el resto de la cafetería funcionaba ajeno a él.
Estaba demasiado ocupado en sus nuevos asuntos como para poner atención a su alrededor.

—De modo que te alcoholizas, conduces a exceso de velocidad y te estrellas contra una tienda de instrumentos, dejando a un pobre chico en el hospital... —Decía, repasando los hechos como si quisiera volver a mofarse de la historia de Murdoc—. ¿Y no estás en la cárcel? Yo ya te hacía tras las rejas, viejo.

—Sólo cállate, Ace —replicó Murdoc con un tono de molestia en la voz—. He pasado por la cárcel más veces de las que puedo contar, y no puedo darme el lujo de volver allí. ¡¿Apenas pude salvar mi pescuezo de los jueces, y esperas que me vaya sin pagar algo?! No estaré en una celda, no, pero mi condena es de lo peor.

Dicho esto, Ace no pudo evitar sentir curiosidad por el destino de su amigo, y ladeó la cabeza esperando a que éste le contara sobre su condena.
Había pasado toda una semana sin saber nada de su amigo y su accidente, y le parecía injusto que él no le contara los detalles de su desaparición previa —y, al parecer, de la próxima—. Así fue que, después de esperar unos cuantos minutos y no obtener respuesta alguna, se animó a preguntar.

—¿Cuál es tu condena?

Murdoc entonces le dirigió una mirada seria pero un tanto cansada, como si oír siquiera la situación le hartara.
Sin más rodeos, y dando un largo sorbo a su café, respondió secamente—: Servicio comunitario. Tengo que cuidar de él.

Al instante, Ace soltó una risita. No le parecía una condena tan mala. Murdoc era un exagerado.
¿Qué tanto trabajo sería cuidar de una víctima de un accidente automovilístico? Si le pusieron aquello como paga por si crimen, entonces Murdoc podía considerarse un hombre libre y sin carga alguna.

—¿Tan grave lo dejaste como para que tengan que cuidarlo? —Preguntó Ace, también curioso por conocer el estado del chico—. ¿Qué le hiciste? ¿Huesos rotos? ¿Amnesia? ¿Coma? ¿Está en una silla de ruedas? De verdad no tienes corazón, Niccals...

El mencionado levantó la mirada con el ceño fruncido aún. Suspiró, como si no tuviera ninguna otra opción más que revelarle la verdad a Ace, y dejó su café apoyado sobre la mesa.
A continuación, aumentó un poco el brillo de la pantalla de su celular, y se lo entregó a Ace para que pudiese leer lo que había escrito en el navegador.
El verdoso leyó el título con atención, y borró su sonrisa mientras acomodaba todas las partes del rompecabezas en su mente.
De pronto, ya se había llevado la mano a la boca.
Estaba atónito.

—¿... De verdad? Dios, ¿realmente tú...?

—Lo cegué. Así es... —afirmó Murdoc, tomando su celular de vuelta. El artículo de "¿Cómo cuidar a una persona ciega?" en Wikihow abierto en la pestaña del navegador. Y Murdoc, con un tono de lástima en su voz.

Ace se quedó pensando por un momento, como si a él también le diera un poco de tristeza la noticia.
Pero de la nada, volvía a reír.
Sus carcajadas sólo avivaban la vergüenza de Murdoc, y la idea de que no podía confiarle nada a su amigo porque era un burlón de primera.

—¡Ja, ja! ¿Dejaste a un joven ciego? ¡Por Dios, Murdoc, estás loco! ¡Ja, ya "veremos" cómo te va con él! ¡Ja, ja! —Se burlaba Ace, y Murdoc se sentía indignado. Refunfuñó, y terminó su café con molestia.

—Eres un idiota, Ace —dijo Murdoc—. Está bien que no conozca al chico y que me importe un comino su estado, pero tampoco es para burlarse de él... ¿Es que acaso no "ves" lo grave de su situación?

Y de la nada, Murdoc reía de aquel chiste cruel.
Ace le siguió la corriente, y entre ambos amigos se burlaban de la mala suerte de aquel desgraciado ciego.
Después de todo, Murdoc tenía razón: si no lo conocía, ¿para qué ponerlo a él a cargo del joven ciego? ¿Qué acaso el chico no tenía padres o alguien que le cuidara en su lugar?
Es cierto que es una condena justa, pero simplemente la idea de estar todo el día pegado a un ciego como si fuese su perro guía se oía bastante tediosa.

Además, Murdoc no era el más adecuado para cuidar a alguien.
Aún recordaba con un poco de tristeza cómo había matado por accidente a su cuervo mascota, y cómo todas las plantas que tenía en su apartamento fallecían a los pocos días de ser compradas.
¿Qué sería de ese joven ciego en unas manos tan descuidadas como las suyas?
«Mientras no me denuncie por negligencia o abandono, todo estará bien», pensaba, abandonándose a la despreocupación.

Al finalizar su café y su reunión, Ace y Murdoc se levantaron de la mesa, dispuestos a retirarse.
Estaba claro que no se verían en un largo tiempo, pero les había complacido su breve compañía.

—Je, en fin; suerte cuidando a un topo, Niccals. —Dijo Ace, encendiendo un cigarrillo.

—Tch, será pan comido. No tendé que preocuparme mucho —Respondió Murdoc, y sacó su billetera de su bolsillo—. ¿Cuánto nos toca a cada quien?

Al instante, Ace supo que se refería al pago de la cuenta de la cafetería. Y sólo por eso, carraspeó con nerviosismo.

—¡Ajem! Bueno, verás... Había puesto mi billetera en otro saco, y pues...

—Ya, ya; no te excuses. Esta la pago yo, tonto —Dijo Murdoc, sin más remedio que pagar la cuenta de ambos. Después de poner el dinero sobre la mesa, miró a Ace con seriedad, y le advirtió—: Pero me debes una, ¿eh?

—De acuerdo, de acuerdo... Cuando necesites un favor, ahí estaré.

Dicho esto, ambos se despidieron con un apretón de manos, y cada quien tomó un rumbo diferente.

Murdoc siguió leyendo el artículo mientras caminaba, y se rascaba la cabeza mientras se preparaba mentalmente para su próxima labor.

«Mañana mismo empiezo a cuidar al ciego...», pensaba. «Vaya condena, ¿eh? Hubiera sido más fácil un saco de papas que un topo...»

Y con este pensamiento en mente, se marchó.

A ver qué le depara el destino.

2Doc AU : BlindedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora