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—¡Estoy en casa! ¡Murdoc, estoy en casa! ¡Puedo ver! ¡Ya puedo ver! —Exclamó Stuart, corriendo al interior de su hogar apenas la puerta fue abierta. Ace cerró la puerta tras de sí, mirando cómo Stuart brincaba y reía al volver a ver su hogar de nuevo.

Stuart estaba que no cabía en sí de la emoción. Su casa estaba tal y como la recordaba, pero eso no le impedía maravillarse ante la sensación de volver. Analizó cada rincón con entusiasmo, mientras llamaba a Murdoc y lo buscaba con la mirada.
Pero ni su sombra apareció.

Stuart regresó entonces hasta donde estaba Ace, quien parecía leer una nota, y ladeó la cabeza con curiosidad.

—¿Dónde está Murdoc, Ace? Dijiste que estaría aquí.

—Lo sé, eso me dijo a mí también —respondió Ace, y desvió su mirada de la nota para enfocar su vista en Stuart—. Pero al parecer, ha dejado esta nota explicando que tuvo un problema con el auto, y que probablemente no vuelva pronto... ¡Pero hay un pastel en la cocina! ¿Quieres comer pastel, Stuart?

—¡Oh, qué lindo gesto! —Exclamó Stuart, alegre. Pero después, dudó un poco y negó con la cabeza—. Pero no, no tengo hambre ahora. Esperaré a Murdoc, ¡para que comamos todos juntos!

Ace asintió, y guardó la nota en su bolsillo. Stuart siguió dando algunas vueltas alrededor de su casa, admirando y contemplando todo como si fuera la primera vez.
Cuando terminaba de dar una vuelta sobre sus talones para mirar la luz del techo, sintió la mano de Ace posarse sobre su hombro, como si quisiera llamar su atención.
Se detuvo, y le miró con una sonrisa.

—¿Qué sucede, Ace? ¿Pasa algo malo?

El verdoso negó con la cabeza.

—No, no es nada malo, Stuart —respondió—. Sólo quería informarte que Murdoc me dijo que tenía un regalito para ti en tu habitación... ¿Por qué no vas a verlo mientras yo trato de contactarlo?

Stuart sonrió ampliamente, y asintió sin dudarlo.

—¡Por supuesto! ¡Iré a verlo ahora! —Exclamó, e inmediatamente corrió hasta su habitación. Abrió la puerta, encendió la luz, y se metió mientras observaba de nuevo su habitación.

Ace soltó una risita, pero recordó entonces la nota que Murdoc había escrito, y no pudo evitar sentirse mal por Stuart.
Por ambos, en realidad...

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D

entro de su habitación, Stuart admiraba las paredes y las cortinas, intactas después de tanto tiempo. Quiso recargarse en ellas, envolverse en la sensación de volver a la normalidad. Se detuvo en su avance a ellas, sin embargo, pues una mirada veloz le invitó a revisar primero su piano.

El peliazul se acercó al instrumento, conteniéndose de abrazarlo. Se sentó al instante en el banquillo, y sonrió conmovido al descubrir los relieves que Murdoc se había encargado de tallar para que pudiera tocar.
Viéndolos por primera vez, Stuart se dio cuenta de que realmente debió costar mucho esfuerzo tallarlos. Algunos incluso estaban un tanto disparejos y extraños en forma, pero la sensación era la misma a los demás que eran más bonitos.
No importaba cómo se veían; a Stuart le gustaban demasiado.
Y más porque eran de parte de Murdoc.

«¡El regalo!», recordó Stuart, y se levantó del piano en busca del dichoso regalo. Recorrió con la mirada la habitación, en busca de algo que le llamara la atención y le diera una pista del regalo.
Cuando posó la vista en la cama, fue que lo notó.

Ahí, sobre la almohada, yacía un paquete envuelto para él.

El peliazul no perdió tiempo, y subió a su cama para tomar el paquete. Una vez que lo tuvo en manos, se sentó sobre el colchón, y lo analizó antes de abrirlo.
Era una caja rectangular, con un brillante moño color turquesa, y una pequeña nota que decía "Para mi pequeño rayito de sol".
El peliazul se sintió halagado por aquella dedicatoria, y decidió abrir el regalo de una vez por todas. Retiró con cuidado el moño, y abrió la caja como un chiquillo en navidad.
Lo que venía dentro lo dejó impresionado.

2Doc AU : BlindedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora