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—¿A dónde iremos hoy, Murdoc? —Preguntó Stuart, después de que su plato vacío le fuera retirado.

Murdoc dejó el plato en el lavaplatos, pensando en lavarlo después, y volvió a sentarse junto a Stuart en la mesa.

—A ningún lugar, en realidad... —Soltó, antes de suspirar con cierto pesar—. Preferiría que te relajaras conmigo lo más que puedas hoy... No quiero que estés nervioso y...

—¿Nervioso? —Interrumpió Stuart, ladeando la cabeza—. ¿Acaso planeas una gran sorpresa para mí? ¡No creo ponerme nervioso por una sorpresa, Murdoc!

Murdoc observaba cómo Stuart sonreía como si de un juego se tratara. Si tan sólo supiera de lo que se trataba...
Le era mejor levantarse y lavar los platos para distraerse. Porque en realidad, el nervioso era él.

Ante aquel silencio, Stuart no pudo evitar avivar más su curiosidad. Recargó su barbilla contra su mano, con una pose que le hacía aparentar estar sumamente interesado en sus palabras.

—¿Murdoc? Es una sorpresa, ¿verdad? —Volvió a preguntar, con una traviesa risita—. Anda, ¿qué tan mala puede ser?

«No es mala, en realidad... Es extremadamente buena para ti...», pensaba Murdoc, sin pronunciar ninguna palabra.
Tragó saliva, y fingió ignorar a Stuart, continuando con los platos.

Por supuesto, eso no hizo más que provocar que Stuart creyera que aquello era un juego.
Por lo que al peliazul no le importó si llegaba a tropezarse en el camino, y se levantó de su lugar. Con las manos palpando el aire, buscó a Murdoc, quien no se daba cuenta de que el peliazul estaba justo detrás de él.
Así, con unos cuantos pasos más, Stuart al fin lo encontró, y lo envolvió en un suave y cariñoso abrazo. Aún si Murdoc estaba paralizado ante el tacto, Stuart pronto llevó sus manos a las ajenas, que todavía sostenían la loza enjabonada.

—¿Por qué tanto silencio, Murdoc? —Preguntó Stuart, arrebatándole de forma juguetona el plato, pero con un tono de voz bastante tímido—. Dime, ¿por qué estás tan callado? Acaso... ¿Hice algo mal...?

—Para nada —se apuró a contestar Murdoc—. No has hecho nada malo...

«El único que ha hecho cosas malas aquí, soy yo...», pensó.

—¿Entonces? ¿Por qué te escuchas tan preocupado?

Murdoc decidió voltearse y decirle de una vez lo que sucedía. No aguantaba más el silencio.
Se giró, encarando a Stuart, y correspondiendo a su abrazo. El peliazul se preocupó por su guía, quizá se sentía muy mal...
Dejó que Murdoc lo abrazara, y que buscara el momento correcto para explicarse.

El azabache deshizo el abrazo en un suspiro, y tomó la mano libre de Stuart. La dirigió a su rostro, y le besó la palma antes de mirarlo y decirle—: Tendremos una cita al atardecer.

Stuart se sorprendió por la declaración de Murdoc, y esbozó una sonrisa. Apretó más la mano de Murdoc, mientras reía.

—Oh, ¿tanto misterio para eso? Vamos, Murdoc. ¡Si querías gastar tu tiempo conmigo aquí antes de ir a una cita romántica, no debías...!

—No es una cita romántica, Stuart. —le interrumpió Murdoc, y el peliazul pudo escuchar a la perfección ese tono serio y apagado en su voz.
Algo realmente andaba mal como para que aquella cita no fuera romántica.

—... Entonces, ¿qué tipo de cita es?

Murdoc soltó a Stuart al instante. Agachó la mirada, y se abrazó a sí mismo para calmarse.
Después, sin más rodeos ni interrupciones, decidió confesar sus planes al peliazul.

2Doc AU : BlindedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora