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—Es injusto... —Murmuraba el peliazul, al mismo tiempo que sentía cómo su última prenda le era retirada lentamente—. Es injusto que tú puedas verme así, y yo no tenga ese poder...

Murdoc soltó un jadeo, y atrajo la cabeza de Stuart a la suya, aplastándole varios cabellos en el proceso. A pocos centimetros de sus labios, susurró—: No necesitas verme, Stuart... Con sentirme ahora basta.

Dicho aquello, ambos se unieron en un largo y lento beso, al que se le sumó un provocativo movimiento de caderas de parte del peliazul, quien estaba sobre el regazo de Murdoc.
De verdad que no tenían intención de parar.

Ni siquiera se habían molestado en ir a la habitación. Ambos se quedaron en el sillón, desnudos y ansiosos de probar al otro hasta descubrir sus propios límites y deseos.
Quizá por la prisa, o la dulzura del momento, era que ninguno se dignaba a soltar su agarre.

Murdoc depositaba pequeños besos sobre el cuello y la barbilla de Stuart, mientras éste soltaba leves gemidos que hacían vibrar sus cuerdas vocales. El chico peliazul era alto, y estando en el regazo de Murdoc le daba un poco más de altura. Misma altura que Murdoc aprovechaba para acariciar con sus labios y su lengua parte de su clavícula y hombros.
Stuart no detenía el movimiento de su cadera, aferrándose a los hombros de Murdoc y pegando su frente en la coronilla del azabache, buscando una manera de soportar la ricura y la calentura del momento.

—Apuesto que tienes un buen cuerpo... —Jadeaba Stuart, con el vaíven de sus caderas haciéndole sentir los genitales contrarios estamparse bajo su piel—. Sentirlo no me bastará para saber a qué me enfrento... Necesito verte, Murdoc...

—Shh, no sabes lo que dices... —Dijo Murdoc, antes de tomar la cintura de Stuart, y palparla con sus dedos. El peliazul sintió ese tacto como una invitación a quedarse más cerca, y obedeció pegando su cuerpo al de Murdoc. Después, el azabache le susurró—: Sólo finge que tenemos las luces apagadas...

Stuart asintió, antes de echar la cabeza al aire sintiendo cómo Murdoc le alzaba la cadera, y usaba su lengua para recorrer sus pezones. Aquel movimiento le permitió enredar sus brazos detrás del cuello de Murdoc, y bajar sus manos hasta sus omóplatos. Delineó su figura, deleitándose con cada centímetro que sus dedos descrifaban como si de Braille se tratara.
Había aprendido a leer la palabra "amor" en Murdoc.

Después de una dosis de caricias y besos húmedos en todo lo que podía alcanzar de su cuerpo, Murdoc sostuvo con cuidado las caderas de Stuart, palpando descuidadamente su trasero. Con su otra mano, alineó su miembro con la retaguardia de Stuart, dejando simplemente que los instintos le guiaran.
Esperaba que a Stuart no le importara hacerlo al natural.

—¿Quieres que lo haga ya? —Soltó Murdoc, empujando levemente su miembro dentro del trasero de Stuart, sin entrar todavía a su ano, imponiendo presencia—. ¿O prefieres ir más despacio...?

—Por favor... Ah... —pidió Stuart en un jadeo—. Por favor hazlo ya... Necesito sentirte lo más pronto posible...

—De acuerdo...

Obedeciendo, Murdoc fue introduciendo poco a poco su miembro dentro de Stuart, tratando de no herirlo demasiado. El peliazul se mordió el labio para aguantar un quejido, e hizo la cabeza abajo, topando con el hombro de Murdoc. Era tan sensible...
Tan sensible que, en cuanto el pene de Murdoc invadió su interior por completo, no pudo evitar soltar un gritito con el labio sangrante.

—¡Agh!

Murdoc de inmediato supo que lo lastimaba, pero nunca dio señales de quererlo detener. Esperó un momento, mientras Stuart se acostumbraba a la sensación, y usó aquella calma previa para sobar la espalda baja del peliazul.
Y de la nada, pudo sentir cómo Stuart lo aceptaba dentro de sí, y empezaba a mover sus caderas por su cuenta.
Podían comenzar.

Recorriendo sus manos hasta las caderas de Stuart, empezó a subirlo y a bajarlo, penetrándolo con calma y profundidad. Stuart no podía evitar liberar sus gemidos cada que Murdoc iba y venía en su interior. Sus paredes cálidas y apretadas lo recibían como un hogar, y el sonido de sus pieles comenzando a chocar le nublaba la conciencia.

Genial.
Ahora no sólo le había destrozado la vista.
Le estaba destrozando el interior.

A Stuart las piernas le temblaban. Trataba de impulsarse con ellas para obtener más de Murdoc, pero estaba tan sumergido en el placer que prefería quedarse quieto y disfrutar de las dulces estocadas que Murdoc le brindaba.
El azabache se sintió mal en cuanto Stuart le encaró de nuevo, y notó lágrimas en su rostro.

—¡Ah, Mudz...! —Gemía Stuart, sintiendo el ritmo acelerar—. ¡Oh, Murdoc...! T-te siento tan bien... Te s-sientes bien... ¡Amo sentirte... Ah!

Sin poder evitarlo, Stuart presionó sus labios contra los de Murdoc de nuevo. Con los párpados apretados ante las deliciosas sensaciones que experimentaba, y los gemidos ahogados junto a sus respiraciones menguantes, Stuart se aferraba a Murdoc como quien se aferra a una última esperanza.
Una última esperanza de ser amado, de descubrir cuánto puede amar uno a ciegas y por instinto...

Murdoc no decía nada, dejaba que las palabras las llevara el peliazul. Él se límitaba a jadear, a simplemente soltar aire en su cuello, y a corresponder a sus desesperados besos.
Podía sentir cómo ambas pieles transpiraban, se humedecían y suavizaban desde adentro con cada estocada que daba. Pronto las caderas propias también empezaban a temblar, tensándose y preparándose para una última estocada que seguramente venía acompañada del punto cúlmine de aquel encuentro.
Se concentró en Stuart, en complacerlo más que a sí mismo, en admirar sus gestos, su piel nívea y su agitado pecho suplicar por aire... Se dedicó a verlo por completo.
A verlo como nadie más podría verlo.

Stuart tenía razón.
Era injusto.

Era injusto saber que Murdoc podía verlo mientras probaba y saboreaba sus labios impregnados de sangre y crema de café. Era injusto saber que podía verlo y olfatear su fragancia, ver su transpiración tentativa caer. Era injusto poder ver qué partes le tocaba, cómo se rendía ante sus caricias, y cómo la piel enrojecía en sonrojo cuando aumentaba la intensidad. Y era injusto, además, que pudiera ver cómo sus gemidos emanaran de sus labios, oírlos y quedar atrapado en sus jadeos.

Injusticia pura abundaba en el lugar.

Y por eso, mientras ambos llegaban al orgasmo juntos, en un gesto de total empatía... Murdoc cerró los ojos.

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Tenía mucho que no escribía smut :')
Ojalá no haya quedado feo UnU

2Doc AU : BlindedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora