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—Y dime, ¿qué tal todo?

—Uh, bien. Supongo...

—Qué bien... Supongo... —Dijo Murdoc, y calló al instante envolviéndolo todo de nuevo en un ambiente bastante incómodo.

Ambos estaban sentados uno frente al otro; Stuart en el sillón, y Murdoc en una silla que puso ahí.
Sin tema alguno de conversación, entre ambos se notaba la tensión de dos personas que no se conocían aún, y que no se animaban a hacerlo.
Aceptémoslo: ninguno de los dos era lo suficientemente sociable para hacerlo.

Por un lado, Stuart se mostraba introvertido, tímido; de esos que si pudieran escapar de tal situación tan incómoda, lo haría sin chistar y en silencio.
Por otro lado, Murdoc se sentía como un niño que debía ocultar un secreto, y que la más ligera pronunciación de palabras lo delataría al instante.
Además, entre ambos, existía otra limitante: el hecho de que Stuart era ciego, y eso lo volvía instantáneamente en un fenómeno.
Uno con el que es difícil entablar conversación sin hacer referencia a su condición.

Así pues, primerizos y nerviosos, se limitaban a balbucear preguntas triviales, y a callar apenas tuvieran una respuesta por más corta que esta fuera.

La única señal de que aún estaban ahí eran sus suspiros y carraspeos ocasionales, y el silencio.

Silencio, y más silencio...

Hasta que uno de ellos se desató el nudo de la garganta.

—Sé que pensarás que no tengo modales, pero... ¿Me perdonas por no poder presentarte la casa?

Un agarre al pecho lleno de culpa le llegó a Murdoc como respuesta inmediata a esa pregunta.
Se cubrió la boca con el dorso de su mano, conteniendo un gruñido entremezclado con risa incómoda, y desvió la mirada hacia una pared.

—N-no te preocupes... Después la conoceré mejor por mi cuenta. No quisiera molestarte a ti por tu... —Se interrumpió Murdoc, temeroso de decir algo que pudiera ofender al peliazul. Tragó saliva ruidosamente, como para excusarse, y dejó que el silencio fluyera entre ambos de nuevo.

Por supuesto, para Stuart, eso le demostraba qué tan difícil era que Murdoc hablara con él sin sentirse extraño.
Así que, sin sentir miedo alguno —más bien, compadeciéndose de sí mismo— abrió la boca de nuevo, con un tono más tímido aún.

—¿Mi... Condición...? —Preguntó, y en un reflejo dejó que sus ojos se abrieran levemente—. Yo... ¿Realmente estoy tan mal?

—¡N-no quise decir eso! —Exclamó Murdoc al instante, tratando de salvar la situación—. ¡De verdad, disculpa si te ofendí! Yo me refería a que no quisiera molestarte con algo tan trivial como conocer la casa. No quisiera abusar de tu hospitalidad, Stuart...

Esperando a que Stuart no se sintiera mal por aquello, Murdoc le observó buen rato, casi cruzando los dedos.
De verdad se había sentido como un idiota.

Para su suerte, Stuart dejó salir una risita, y abrió los ojos por completo.
Se sentía aliviado.
De hecho, ambos se sentían así.

—Je, ya entiendo... Bueno, gracias por tu consideración. Me ahorraste una molestia, Murdoc.

El azabache suspiró en silencio entonces, y sonrió levemente también. Al instante, un ruido más llamó su atención.
El estómago de Stuart había gruñido.
Y en unos segundos, el suyo también.

—Creo que no estaría mal si comemos algo —dijo Murdoc, y se puso de pie de inmediato—. ¿Hay algún aperitivo en el refrigerador que Noodle te haya dejado? ¿O quisieras comer algo en especial?

—La verdad no lo sé... —Respondió Stuart, aún sonriente—. Noodle me había preparado mucha comida japonesa durante estos días, ¡pero es difícil comerla sin ver en dónde meto los palillos, ja, ja!

De nuevo, Stuart reía.
Y Murdoc se había sorprendido.
¿Acaso Stuart acababa de hacer un chiste cruel sobre su propia ceguera?
¡Eso fue realmente inesperado!

Por lo mismo, Murdoc simplemente sonrió unos segundos, y retomó la conversación con normalidad.

—Je, entiendo... Pues bien, no más comida japonesa por el momento —dijo Murdoc, y volvió a preguntar—: ¿Hay algo más que desees comer?

—Como dije, realmente no lo sé —contestó Stuart—. No estoy seguro de tener antojo de algo en específico ahora. Así que... ¿Algo que quisieras comer tú?

—Uh, tampoco lo sé... —Dijo Murdoc, rascándose la nuca—. Casi siempre dejo que mi amigo Ace sea quien proponga la comida; no soy bueno decidiendo...

Ambos se sintieron nerviosos e incómodos de nuevo. Pero un poco menos que antes, cuando apenas habían cruzado palabra.
Al menos la conversación había avanzado un poco más.

Pero aún estaban bastante distantes uno del otro.

Y de nuevo, el silencio.

Mucho silencio...

Y un gruñido en sus estómagos.

Hasta que, en una idea bastante ingeniosa, Murdoc alzó la voz como si fuera a decir la mejor idea que se le hubiera ocurrido en años.

—¡Ace! ¡Es verdad! —Exclamó, y dirigió su mirada a Stuart—. Mi amigo Ace y yo solemos comer juntos en una cafetería muy buena. Podríamos ir allá, y elegir algo para comer. ¿Te parece bien?

—¡Es una buena idea! —Dijo Stuart, y trató de ponerse de pie. Murdoc lo ayudó al instante a sostenerse, y dejó que el peliazul usara su brazo como apoyo. Aprovechando esa nueva cercanía con Murdoc, Stuart preguntó—: ¿No está muy lejos de aquí?

—Un poco, pero no te preocupes por eso —Respondió Murdoc—. Tengo auto, así que no será problema llegar allá.

Guiando a Stuart para que tropezase por la sala, Murdoc alcanzó a notar que había un bastón para invidentes colgado en una de las paredes.
Sin dudarlo, llevó a Stuart hasta esa pared, y descolgó el bastón para dárselo al peliazul. Acto seguido, enganchó el brazo de Stuart al suyo, como todo buen guía.

—Además —añadió Murdoc, antes de encaminarse con Stuart a la puerta—, podemos ir después al supermercado para comprar otras cosas que no tengan que ver con sushi, je... ¿De acuerdo?

—¡De acuerdo! —Respondió Stuart con alegría, y dejó que Murdoc lo llevara hasta la puerta. Ahí, le dijo dónde guardaba las llaves, y que ahí podía dejar las propias después.
Y con todo listo para irse, salieron de la casa juntos, dispuestos a disfrutar de su compañía y a conocerse mejor sin sentirse tan incómodos.

O bueno, al menos eso sentía Stuart.

Pues aunque había sido de lo más amable con Stuart, Murdoc sabía que todo eso no era más que un matiz que tendría que llevar de ahora en adelante.

No era su amigo.
Él era sólo su obligación.

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2Doc AU : BlindedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora