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—¿Dónde estamos, Murdoc? —Preguntó Stuart, una vez que el auto se apagó, y Murdoc le quitaba el cinturón de seguridad.

—Ya te lo dije, es una sorpresa... Sé paciente, Stuart. —Le respondió Murdoc, y enseguida, descendió del auto. Abrió la puerta del copiloto para ayudar a Stuart a salir, y esperó a que el peliazul se sujetara de su brazo para sacarlo del auto.

En la acera, Stuart apoyó su bastón una vez estuvo de pie, y escuchó cómo Murdoc cerraba su auto y le ponía alarma.
El lugar se escuchaba bastante tranquilo para ser alguna parte de la ciudad. Sólo el trinar de algunos pájaros, y el viento silbando les hacía compañía.

A continuación, Murdoc guió a Stuart por la acera hasta llegar a un gran edificio. Lo poco que Stuart pudo escuchar para adivinar dónde estaba, fue que Murdoc pedía un par de boletos en una taquilla, y un empleado dándole algunas recomendaciones antes de entrar. Recomendaciones que iban desde no arrancar ni maltratar no-sé-qué, hasta no pisar el césped.
¿En qué clase de lugar estaban?

A continuación, Murdoc le indicó a Stuart que ya podían pasar, y el peliazul lo siguió por lo que sentía era un camino de piedras. En el lugar se respiraba calma, y se escuchaba a lo lejos el rumor del agua, quizá salida de una cascada artificial.
Un ligero chapuzón fue lo que más sorprendió a Stuart al escucharlo justo al lado de sus pies. Antes de que pudiera pronunciar algo, sintió cómo Murdoc lo ayudaba a sentarse en el piso, cuya textura era como la del pasto sintético, y apoyando su mano en su hombro, al fin reveló su sorpresa.

—Estamos en el jardín botánico, Stuart. Justo en el espacio interactivo...

Al escuchar aquello, Stuart se sintió sorprendido en verdad.
Nunca había ido al jardín botánico, pero lo conocía bastante bien gracias a un sinfín de reportajes que le hacían en los canales de cultura. Haciendo uso de su memoria, trató de figurar cómo se veía todo desde el lugar donde estaban sentados.
Decían que el espacio interactivo era el mejor de todos, ¿por qué no averiguar sus razones?

—¿El espacio interactivo? —Se preguntó Stuart, y dejó que sus oídos y sus manos le indicaran cada parte del lugar—. Sí... Es un pequeño claro artificial, con un arroyo, lleno de peces koi, rodeándole... Una gran variedad de flores encerrando el lugar... ¡¿De verdad estamos aquí?!

—Así es. Así es exactamente como se ve... —Afirmó Murdoc, y sólo por eso, Stuart se emocionó tanto que estuvo casi a punto de apoyar su mano en el arroyo por la impresión.
Afortunadamente, Murdoc le sujetó la mano antes de que ésta se mojara.

Acto seguido, guió la mano de Stuart hacia uno de los arbustos que había por ahí, y le hizo tomar un pequeño tallo de una flor. Stuart tuvo cuidado de no hacerle ningún daño, mientras Murdoc le indicaba lo que iba a hacer a continuación.

—Bien, ahora, acércate a la flor que estás sosteniendo.

Stuart obedeció, y acercó su rostro a la flor. Con la punta de la nariz, pudo confirmar que tenía 5 suaves pétalos.
Enseguida, Murdoc le ordenó—: Ahora, huele.

El peliazul inhaló el aroma con cuidado, y después de unos segundos, suspiró con alegría.

—¡Huele de maravilla! ¿Qué tipo de flor es?

—Es un hibisco —respondió Murdoc—. Esas flores que se ven como hawaianas. ¿Las conoces?

—¡Sí, son muy bonitas! —Exclamó Stuart, y volvió a oler la flor. Murdoc reía con ternura al ver a Stuart tan emocionado por una flor.

—Je, ahora huele esta de aquí. —Dijo Murdoc, y guió la mano de Stuart hasta otra flor cercana. El peliazul así hizo, y se llenó las fosas nasales de otro olor dulce.
Sonrió al reconocer las peonías, y siguió olfateando con alegría.

Una a una, Murdoc le indicaba a Stuart dónde se hallaban las flores, y el peliazul iba tras de ellas sólo para olerlas y sentir sus delicados pétalos en su piel.
Desde las clásicas rosas, los extravagantes lirios y las primaverales fresias, hasta la distintiva lavanda, el elegante jacinto y el dulce nardo, Stuart llenaba su sentido olfativo de las más maravillosas fragancias que alguna vez conoció sólo de vista.
Y justo estaba por oler las lilas, cuando un pequeño revoloteo por su rostro le hizo dar un brinquito del susto.

—¡Ay, M-Murdoc! —Exclamó, y retrocedió hasta que su cabeza cayó sobre el regazo del azabache.
Ante esto, Murdoc no pudo evitar reír.

—¡Ja, ja! ¡Tranquilo, Stuart! Es sólo una mariposa que jugaba por tu rostro. —Dijo, e hizo que la mariposa se apartara del lugar. Stuart se sintió un poco avergonzado, pero también reía ante la situación.

—Oh, entiendo... Je, lo siento. Se siente raro cuando no sabes lo que es... —Murmuró, y sonrió a Murdoc desde su lugar, donde reposaba cómodo y feliz.

El azabache no quiso apartar a Stuart de ahí, para no molestarlo, y en su lugar, sólo tomó una de las flores cercanas para que Stuart siguiera oliendo la dulzura de ellas.

—Anda, huele esta. —Le ordenó, y Stuart acercó su nariz al instante. Con este nuevo aroma, una gran sonrisa se formó en su rostro.

—¡Gardenias! ¡Éstas las recuerdo bien!

—¿De verdad?

—¡Son mis favoritas! —Exclamó Stuart, y con la punta de sus dedos acarició los blancos pétalos de la pequeña flor. A continuación, se enderezó en su lugar, y suspiró con algo de nostalgia.
Por supuesto, Murdoc lo notó.

—¿Qué pasa, Stuart? ¿Quieres que nos vayamos?

—No es eso... —Respondió Stuart —. Es sólo que... Antes solía ver a las parejas obsequiarse mucho estas flores, y me gustaba ver cómo se ponían instantáneamente alegres por ellas... Dicen que transmiten alegría, ¿sabes? Es uno de sus significados.

—Oh, entiendo... —Dijo Murdoc, y, sintiendo un poco de pena por Stuart, le acarició el mentón y le sugirió—: Podría comprarte un ramo si eso te hace feliz.

Al instante, el rostro de Stuart se iluminó, y sujetó la mano de Murdoc con emoción.

—¿Lo dices en serio?

—Seguro. Así podrás olerlas diario, ¡y estarás feliz!

—¡Oh, muchas gracias, Murdoc! —Exclamó Stuart, y dio un último respiro al aroma de las gardenias. Trató de ponerse de pie, y con la misma energía que un niño pequeño, pidió—: ¡Vamos ahora mismo, por favor!

—¿Ahora?

—¡Sí, vamos! —Dijo Stuart, y a Murdoc no le quedó más remedio que aceptar y ayudar a Stuart a ponerse de pie.
Después de unos momentos, ambos salían del lugar totalmente felices por la visita.
Subieron de nuevo al auto, y se marcharon a la florería más cercana para cumplir la petición del peliazul.

Y, algo de lo que Murdoc no se enteró, es que aquellas gardenias no sólo guardaban alegría bajo su significado.
También indicaban un amor creciente y secreto, y que la persona a la que se la regalabas, era la más preciosa para ti.
Aún ésta ya no podía ver las hermosas flores en su mano...

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2Doc AU : BlindedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora