Capítulo 16: Sangría

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Hoy sí sentía como si un camión me pasó encima, intenté levantarme para sentarme en la silla de ruedas porque quería irme ya de este Hospital, mi abuelo no tiene que saber de mi presencia aquí.

—Tranquila yo te ayudo—avisó César mientras tomaba mi cintura para sentarme en la silla de ruedas.

—Vamos, vamonos, vamonos vamos ya—insistí mientras me movía hacia atrás y adelante con la silla.

—¿Por qué tanto la insistencia?— preguntó controlando la silla de ruedas mientras salíamos e íbamos por los pasillos—¿Tanto te emociona ir a mi casa?

—¿Tu casa?—lo miré desde abajo—¿De qué hablas payaso?

—El doctor dijo que debes estar vigilada en cuidados.

—Yo puedo cuidarme sola.

—Está más que claro que no.

Sólo resoplé resignada porque no tenía ganas de pelear y quise verlo del lado positivo que conociendo y es que César lo convertiré en mi esclavo personal

—Llegamos—abrió la puerta de su lujoso apartamento

No tanto como mi humilde casita

A quién engaño pasaría toda mi vida pagando esto.

—¿Quieres algo de comer?—preguntó dejando sus cosas.

—Ya sabía que me estarías hostiga...—recuerda Charlotte, esclavo personal, esclavo personal...—Mmm Sí, quizá donas y pizza.

—¿Segura?—preguntó nuevamente ayudándome.

—Sí, sí, claro que sí— respondí alejando su mano de mi cintura—Ahora quiero darme un baño.

—Por supuesto, en mi habitación está un baño.

—¿No hay otro baño que no esté en tu habitación?

—Me temo que no.

—Que bien—dije con sarcasmo—entonces... me iré a bañar

—Y yo... voy por la comida.

En menos de dos segundos él ya estaba fuera en busca de la comida y yo en la ducha.

No hay nada más relajante que un buen y largo baño.

Cuando salí del baño en su habitación ya estaba la ropa, ropa que es de César para variar y... ¿ropa interior recién comprada? No sé si bebería preocuparme y salir corriendo en este preciso momento o sólo tomarlo como un gesto amistoso.

Bueno, ya qué

Me cambié rápido porque sabía que en cualquier momento él iba a parecer repentinamente.

—Hoola, ya vine—escuché desde abajo que él avisó.

—Vooooy.

Salí pasando de nuevo por la puerta café misteriosa de aquel día ¿Qué más hay en esas cajas?, lo tomé por alto y llegué al comedor ase encontraba César con la caja gigante de pizza con gaseosas.

—¿Y mis donas?

—En la refrigeradora—se acercó abriendo la puerta de la refrigeradora señalando la respectiva caja de donas— todas son de caramelo.

—¿Cómo sabes que son mis favoritas?

—Una corazonada.

Me senté a comer y así pasó, la verdad es que no me molestó su compañía, comimos tranquilos y sin discutir, al contrario él me comentaba una de sus anécdotas de joven, fue muy ameno.

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