Después de todo, era verdaderamente fácil hacerlo. En realidad era tan fácil que en modo alguno ________ podía resistirse a tal oportunidad. Eso se decía ella al tiempo que desechaba cualquier rastro de culpabilidad.
No había nadie en la cocina; Constanza había interrumpido los preparativos de la cena para servir el té a tía Sally y a su hijo. No es que los demás fueran deliberadamente excluidos; Warren detestaba el té, Patsy estaba descansando, y sus hijos habían ido a intentar esquiar. Era mucho más sutil que eso: Sally quería estar a solas con su querido hijo, y ________ era demasiado generosa para importunarles, pero no lo suficiente para sentirse ofendida.
El relleno para las crepes de marisco estaba en un bol cerrado cubierto por cubitos de hielo. Las enormes gambas estaban en otro sitio, lejos del recipiente, como si su mera proximidad pudiese intoxicar a Harry y ponerle en peligro.
Habría sido muy fácil trocear una de las gambas, ya peladas, y mezclarla con el relleno de cangrejo y lenguado, de forma que pasara totalmente desapercibida.
Un trozo tan pequeño no perjudicaría ni a la más sensible de las alergias. Dado el caso de que Harry comiera alguna crepe, la porción de gamba sería tan microscópica que ni siquiera valdría como prueba. No tenía motivos para sentirse culpable, se recordó a sí misma cuando se cruzó con Constanza al salir de la cocina. Al fin y al cabo, el propio impostor la había retado a que encontrara pruebas. Sally había descarta do la prueba de ADN, pero ésta era mucho más rápida y sencilla.
Harry se comió tres crepes contaminadas con gamba. ________ es taba sentada frente a él, jugando con la comida, observando y sin prestar casi atención a Warren y a Sally, que hablaban de política, ni a Harry, que flirteaba con una tía Patsy ligeramente borracha. Por alguna razón no tenía mucho apetito.
—Hoy no estás muy habladora, ________ —comentó Warren de pronto, clavando los ojos, de color claro, en ella.
Le faltó poco para volcar el vaso de vino.
—Estoy cansada del viaje.
—Me ha dicho Harry que has dormido durante todo el trayecto de vuelta —apuntó Sally, mirándola—. A lo mejor estás incubando algo.
—¡Ni te acerques a mí! —chilló Patsy tragándose las palabras—. No me puedo permitir el lujo de estar enferma. Odio las enfermedades. ¡Y por el amor de Dios, no se lo digas a George! Su miedo al contagio es patológico.
—Pero si George es más fuerte que un toro —intervino Warren resoplando.
—Eso no significa que no se preocupe. Se pasa el día con sus amigos yendo al club y no dedica ni un minuto a su madre. Ya le veo poco como para que encima se vaya corriendo a Nueva York por miedo a constiparse.
—¿A qué club va? —preguntó Harry.
—¡Ufff…! No tengo ni idea —respondió Patsy, y movió la mano con despreocupación—. Es socio de muchos clubes, son todos terriblemente caros. Va a clubes de mantenimiento, clubes naturistas y cosas así.
—Nunca me dio la impresión de que a George le interesara lo naturista —comentó Harry.
Patsy le miró con extrema antipatía.
—No te puedes imaginar la cantidad de aficiones que tiene un hombre como George.
—No —apuntó Harry; el tono de su voz manifestaba cierto nerviosismo—, no me lo imagino.
—No os preocupéis, no estoy enferma —anunció ________ con exasperación apenas controlable.
—¿Por qué estás tan segura? Normalmente eres capaz de mantener conversaciones aceptables —se quejó Warren—. Venga, vete a la cama y bebe mucho zumo de naranja. No podemos permitirnos que te pongas enferma justo ahora.
—No, Caro —intervino Patsy—. Ya sabes lo mucho que contamos contigo en tan tristes momentos.
—Aún no estoy muerta —dijo Sally en tono irónico—. Y teniendo en cuenta que Harry ha vuelto, no me parece que sean momentos tristes. Me iré por la puerta grande.
—¡No! —exclamó ________, apartándose de la mesa—. ¡No quiero ni oír hablar de eso!
—________, cariño, me estoy muriendo —dijo Sally en voz baja—. Es un hecho ineludible.
—Déjalo estar —aconsejó Harry inesperadamente—. Lo ha pasado mal estos días.
—Espero que no haya sido por tu culpa. —La voz de Sally sonaba repentinamente firme—. Te quiero mucho y me alegra enormemente que estés en casa, pero no quiero que molestes a ________ como solías hacer.
—¿Como solía hacer? —repitió Harry, con fingida inocencia.
—Tal vez pienses que no sabía lo que ocurría, pero estaba al corriente. Te encantaba fastidiar a ________ hace unos años; debiste convertir su vida en un infierno.
—Entonces, ¿por qué no me paraste los pies? —La voz de Harry era apacible, la pregunta, eminentemente razonable, inundó la estancia entera.
Sally se sobresaltó.
—Yo... mmm... lo intenté. Por aquel entonces era imposible controlarte. ¡Eras un diablillo, un cabezota! Lo intentamos todo, ¿verdad, Warren?
—Eras problemático, es cierto —comentó Warren—. Además, los niños siempre se meten con sus hermanas pequeñas.
—________ no era mi hermana —apuntó con suavidad—, porque nunca os tomasteis la molestia de adoptarla.
________ levantó la cabeza bruscamente para mirarle. Era como si Harry estuviera enfadado con ellos por no haberla protegido. Algo ridículo, desde el momento en que supuestamente era él el malo de la película.
—En cualquier caso, sobreviví —dijo ________, tirando la silla hacia atrás—. Y estoy segura de que tenéis asuntos más importantes que discutir que mi infancia que, dicho sea de paso, fue estupenda. Si no tenéis inconveniente, me voy a la cama.
—¡Ya decía yo que no estaba muy católica! —exclamó Sally—. Descansa, ________, y no te preocupes por mí. Harry y la señora Hathaway velarán por mi bienestar.
________ logró esbozar una sonrisa.
—Mañana estaré bien. —Caminaba en dirección a tía Sally para darle un beso de buenas noches, cuando el brazo de Warren salió disparado para detenerla.
—¿No crees que sería mejor que no te acercaras mucho a Sally hasta estar seguros de que no tienes nada contagioso? —dijo con dureza.
—¡Excelente idea! —exclamó tía Patsy, cogiendo su copa de vino.
Harry no dijo nada. Claro que tampoco lo necesitaba. Estaba allí sentado, digiriendo con toda tranquilidad las gambas que deberían haberle producido alergia.
Prueba concluyente, se dijo ________ mientras iba de un lado a otro de la biblioteca, tratando de serenarse antes de meterse en la cama. Para ella esa prueba era suficiente, pero dudaba que los demás la creyeran. A fin de cuentas, no podía demostrar que había puesto trozos de gamba en las crepes, contaba sólo con su palabra.
Y en realidad, la proporción de gamba era tan pequeña que probablemente Harry ni siquiera la había probado. Desde el principio había sido una idea *beep*, una oportunidad del destino a la que no se había podido resistir.
Una vez hubo apagado la luz, la asaltó una idea inesperada y desagradable: ¿y si la alergia le había sorprendido estando solo en su cuarto? ¿Y si se había desplomado sobre el sucio tras perder el conocimiento? ¿Y si se moría estando solo por su culpa?
—Eso es ridículo —dijo en voz alta y a oscuras. Pero esa duda ya no la abandonaría, y al cabo de una hora supo que no podría dormir hasta estar completamente segura de que el impostor estaba bien.
Salió de la cama y se puso unos tejanos debajo de la camiseta. Además, no tenía especial inconveniente en echarle en cara que había demostrado ser extraordinariamente inmune a algo que debería haberle producido terribles vómitos.
La casa estaba a oscuras y en silencio. George y Tessa aún no habían vuelto de esquiar, pero tanto Sally como sus hermanos ya se habían retirado. Las escaleras no emitieron ruido alguno mientras ________ las subía, y cuando llegó a la habitación del otro extremo del pasillo —la que antes era suya— la sensación de triunfo casi le produjo vértigo.
Golpeó la puerta con discreción y esperó. Salía luz por debajo de ésta, pero no se oía ruido procedente del interior. Volvió a golpear, llamando al intruso por el nombre que había robado. Seguía sin responder.
Ya se iba cuando oyó un golpe al otro lado de la puerta, y luego el jugueteo del pestillo. A lo mejor no estaba solo, pensó de pronto. A lo mejor Tessa le había involucrado en todo esto y a lo mejor estaba ahí con él, en la cama...
La puerta se entreabrió, impidiéndole ver el interior. Allí estaba él, frente a ella, sin camiseta, casi amenazante.
—¿Qué quieres, ________? —le susurró con brusquedad, tragándose las palabras.
Durante unos instantes ________ no pudo moverse.
—¿Estás solo?
Harry se rió con rudeza.
—Sí, estoy solo. ¿Con quién creías que estaba?
—¿Con tu cómplice? —replicó ________.
—Que te jodan. —Empezó a cerrarle la puerta en las narices, pero ella alargó el brazo y, para su propio asombro, la detuvo.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó.
Harry podía haber dado un portazo —era mucho más fuerte que ella— pero no lo hizo. Simplemente la miró con los ojos entornados, su mirada, intensa y brillante, contrastaba con su pálido rostro.
—¿Acaso no debería?
No dejaría de sentirse culpable hasta haberse asegurado de que estaba bien.
—¿Puedo pasar?
La sonrisa burlona de Harry le recordó lo exasperante que podía llegar a ser.
—Por supuesto, cariño. ¿Por qué? ¿Por qué no me has dicho de entrada que eso es lo que querías? Siempre estoy dispuesto a ayudar al prójimo.
Sin embargo, no abrió más la puerta, y ella supo que lo más inteligente habría sido marcharse. No se sentía muy inteligente. Empujó la puerta, y él retrocedió, dejándola entrar en la habitación apenas iluminada.
Harry tropezó con el gran sofá lleno de cojines que había frente a la chimenea, que ________ escogió en su momento por su comodidad, y se tumbó en él elegantemente al tiempo que la miraba con sonrisa burlona.
—Cierra la puerta y echa el pestillo, encanto —murmuró—, y sirve un par de copas.
________ prefirió cerrar la puerta antes que cualquiera de los metomentodo Styles escuhara la conversación por casualidad, pero no echó el pestillo.
—Me parece que ya has bebido lo suficiente —comentó en un tono frío.
Su semblante se volvió serio al estirarse en el sofá.
—Tal vez sí —dijo—. Tal vez no.
Los ojos de ________ se empezaban a acostumbrar a la escasa luz del fuego. Había estado tratando de evitar mirarle de cuello para abajo —su cuerpo era innegablemente inquietante— pero ya no podía hacerlo. La piel de Harry, incluso en invierno, estaba tersa, y bajo ésta se definían sutilmente sus músculos. Los tejanos se apoyaban sobre su cadera.
________, nerviosa, tragó saliva. Entonces se dio cuenta de que una fina capa de sudor cubría su piel, y de que su mirada fría y burlona, brillaba ligeramente; aunque sabía que no era cierto, se dijo a sí misma que estaba borracho.
—¿Se puede saber qué te pasa? —le preguntó.
—Nada. —Harry sonrió con dulzura—. ¿Por qué no te acercas y me dejas ver qué llevas debajo de esa holgada camiseta?
No llevaba nada, y él lo sabía. ________ se quedó donde estaba.
—No eres Harry Styles —le espetó.
—¿Has venido hasta aquí para decirme eso? No, no lo creo. ¿Por qué no te sacas la camiseta y me dejas besarte?
No alcanzaba a comprender cómo un hombre podía seducirla y molestarla a la vez. El auténtico Harry tenía esa misma virtud.
—¿Por qué no duermes la mona? —dijo ella, dándose la vuelta.
—Eso es exactamente lo que haré —susurró—. ¿No vas a decir me por qué me has obsequiado con una visita en plena noche?
—Quería cerciorarme de que estuvieras bien.
—¿Y por qué no iba a estarlo, ________? —Aunque suave, la pregunta era claramente acusatoria.
—Porque... —Se le ahogaron las palabras al ver una jeringuilla sobre la mesa. Se giró, totalmente horrorizada—. ¡Tomas drogas!
Harry no respondió, se limitó a sonreír.
—¿Cómo te atreves? ¿Cómo te atreves a presentarte en esta casa haciéndote pasar por Harry Styles y a inyectarte tus sucias drogas a escondidas y...
—Es un antiséptico —murmuró Harry para sí.
—La rompería si no temiera contraer el SIDA —dijo, furiosa.
—Oh, no sufras, no volveré a usarla. Tiene capacidad para una única dosis. —Parecía estar divirtiéndose con su indignación.
—Eres un cerdo —le insultó—. No pretenderás morirte aquí, ¿verdad? No creo que tía Sally pudiera soportarlo.
—¿Y por qué tendría que morirme?
—Debes haberte inyectado algún tipo de estimulante. ¿Cocaína, tal vez? Tu respiración es rápida y superficial, y me apuesto lo que sea a que tu corazón late aceleradamente.
—Puede que mi corazón lata deprisa porque te tengo cerca, doctora ________ —se mofó.
—Voy a buscar a la señora Hathaway. Será mejor que te vea una enfermera.
—No hace falta que la molestes; estoy bien.
Le miró fijamente, su cuerpo, estirado en el sofá que tanto gustaba a ________, era apetitoso y despreciable.
—Me encantaría matarte —dijo ella con voz fría y firme, dando la vuelta y dirigiéndose hacia la puerta.
—No te preocupes, siempre puedes volver a intentarlo.
Se paró en seco, de espaldas a él, y una terrible sospecha acudió a su mente. Se giró, y sin mediar palabra indignada, fue hasta la jeringuilla usada. Estaba en un envoltorio médico, y pese a la poca luz que había pudo leer la etiqueta. Era epinefrina, recetada para frenar reacciones alérgicas graves; como una reacción fulminante a las gambas.
Se sintió como si le acabaran de dar una patada en el estómago, todas sus ramificaciones se alteraron. Se estremeció, su cuerpo entero tembló, y no se dio cuenta siquiera de que Harry se había levantado del sofá y estaba detrás de ella. La rodeó con los brazos, apretándola contra la helada humedad de su piel, y ________ notó los rápidos latidos de su corazón provocados por el fármaco que había ingerido para esquivar la muerte.
—No te agobies, ________ —le susurró al oído—. Me dio tiempo de llegar a la habitación y nadie notó nada. No eres la primera persona que intenta matarme, y probablemente no serás la última. Al menos tu intención no era ésa.
—Es imposible —comentó ________ sin apenas voz—. No puedes ser tú.
—En esta vida cualquier cosa es posible. Lo sabrías si no hubieras vivido tanto tiempo metida en la burbuja de los Styles. El hecho de que vieras a alguien disparándome hace años no significa que tenga que estar muerto.
________ no pudo armarse de suficiente valor para mirarle. Quería alejarse de él, de los acusatorios latidos de su acelerado corazón, pero no podía. Hasta entonces no se había dado cuenta de lo grande que era Harry, que la estrechaba, la envolvía y la dominaba con su imponente cuerpo.
—No sirve como prueba —dijo ella débilmente, con la esperanza de que él la soltara.
No lo hizo.
—No, no sirve como prueba. Hay mucha gente alérgica a las gambas; mucha gente que tiene los ojos azules y se parece a mí; un sin fín de gente que tiene una cicatriz en la cadera.
Lo había olvidado. Era así de simple, así de obvio. Una carga más en su conciencia, tan fuerte que la había borrado de su memoria.
________ tenía nueve años y él, que tenía catorce, le estaba estirando de sus largas y rubias trenzas, la estaba pellizcando, molestan do y haciendo cosquillas, hasta que ella se giró y le dio un tortazo.
Por desgracia, estaban al borde del acantilado que daba a South Beach y Harry, que llevaba unas bermudas vaqueras, perdió el equilibrio y se cayó por la larga y rocosa cuesta. Casi todo lo que se hizo fueron rasguños y magulladuras, a excepción del tremendo corte que cruzaba de un lado a otro el hueso izquierdo de su cadera, por el que recibió doce puntos y asistió al ataque de histeria de ________, la cual, pese a saber lo mucho que él estaba disfrutando viéndola preocupada y llena de remordimientos, no dejó de sentirse como una asesina.
Como una asesina se sentía también ahora.
—¿Una cicatriz? —repitió como si la cosa no fuera con ella.
—De aquella vez que me tiraste por el acantilado.
Un dato más. Harry no contó jamás a nadie que ________ le había empujado. Siempre explicó que estaba haciendo el gamberro y que había tropezado, y aunque eso aumentó en cierta medida su poder sobre ella, ésta no dijo nunca la verdad. Nadie sabía lo que había ocurrido salvo el verdadero Harry Styles.
¿Quién era el hombre que estaba a sus espaldas, que la apretaba contra sí y tenía todavía el corazón acelerado debido a los efectos secundarios de su cruel intento de ponerle a prueba?
—No me lo creo —afirmó ella.
—No quieres creértelo.
—Suéltame.
—Por supuesto. —________ no se había percatado de que los brazos y el cuerpo de Harry la habían estado sujetando. Al soltarla, titubeó un instante, desconcertada. Cuando se dio la vuelta Harry la estaba contemplando a unos metros de distancia, tenía aspecto de estar extrañamente cansado y satisfecho.
—Quiero ver la cicatriz.
—Te pareces a Santo Tomás —la reprendió—. Si a ti no te importa verla, a mí tampoco. —Agarró el botón de los tejanos, y ella gritó alarmada.
Harry sonrió, y desplazó la mano hasta la cintura, bajándose los pantalones ya desabrochados hasta la altura de la cadera. Una cicatriz blanquecina atravesaba el hueso de un extremo a otro, tal como ella lo recordaba. Quizá demasiado idéntico a lo que recordaba.
—No parece muy antigua —le dijo.
Harry soltó un suspiro de aguda exasperación, y en un abrir y cerrar de ojos cogió la mano de ________, la acercó a su cuerpo y la posó sobre su cicatriz, dentro de la cintura de sus pantalones.
—¿Necesitas tocarlo para creerlo, ________? —murmuró cerca de ella, demasiado cerca—. ¿Qué más necesitas tocar?
________ trató de retirar la mano pero él no tuvo escrúpulos en retenerla a la fuerza. Tenía la piel caliente, lisa y suave, la cicatriz, un áspero surco bajo las yemas de los dedos. De pronto reinó el silencio en la habitación. Podía oír el ligero silbido y el chisporroteo del fuego mortecino; el ruido sordo y apresurado de los latidos del corazón de Harry; su propio pulso acelerándose.
Sintió el loco y salvaje deseo de arrodillarse ante él y poner su boca sobre la cicatriz.
Bajó la cabeza, segura de que él adivinaría ese repentino e insensato impulso, de que sabría lo que pasaba por su mente. La conocía demasiado bien; sabía cuán vulnerable era, lo que quería y lo que necesitaba. Podía estar agradecida por que la desaparición de Harry hubiese coincidido con sus años de crecimiento más delicados. La culpa y el miedo con los que había vivido eran un bajo precio a pagar a cambio de estar lejos de él.
________ estaba ahora a su alcance. Tenía la mano atrapada bajo la de él, y sus cuerpos estaban tan juntos que prácticamente podía sentir el roce de la piel de Harry a través de la camiseta, de los holgados tejanos.
—Harry, te lo suplico —le rogó sin estar segura de lo que le estaba pidiendo.
—Has estado a punto de matarme por segunda vez, ________ —le susurró acercando su boca a la de ella—. No estoy diciendo que no me lo merezca. Creo que me gusta llevarte al borde del asesinato.
—Eso puede resultar peligroso —apuntó ella en voz baja.
—No del todo. —Le rozó los labios con los suyos, con tal rapidez que ________ apenas notó el contacto—. Siempre sé cuándo hay que parar. —Le puso la boca sobre el cuello, ahí donde el pulso se le aceleraba frenéticamente, y ella sintió la humedad de su lengua,probándola.
—No te creo.
—Nunca lo has hecho. —Le besó la base del cuello, y durante todo el rato la mano de ________ permaneció sobre su desnuda cadera—. Te sientes más segura creyendo que soy un mentiroso y un impostor, aunque tengas la verdad delante de tus narices. Te guste o no, ________, soy yo. Tu amigo de la infancia. Tu tortura juvenil. Tu primer amor, que ha vuelto para recuperarte.
________ trató desesperadamente de recobrar la calma.
—Tú alucinas —le soltó.
—Soy yo. —Ascendió por el otro lado del cuello,saboreándola, mordisqueándola y besándola, y ella se descubrió a sí misma agarrando su cadera, deseando acercarla hacia sí—. No hay escapatoria, ________. Soy el protagonista de tus sueños eróticos y a la vez de tus peores pesadillas. Finjamos que haces esto a modo de penitencia.
—Que hago, ¿qué?
—Acostarte conmigo.
—Yo no... —Harry ahogó su protesta con un beso.
Y en medio de su inmensa y paralizante desesperación, ________ supo que se acostaría con él.