Harry era consciente de que había sido siempre un tormento. Cuando era pequeño, Sally pecó de indulgencia y desinterés, y nadie logró encauzarle. Desde la dudosa posición de ventaja que le ofrecían sus años, podía mirar atrás y preguntarse de dónde venía tanta rabia. No había tenido padre; Sally le había dicho siempre que su marido decidió que no quería estar casado ni tener la responsabilidad de unos hijos, y que se fue, rompiendo todo contacto y sin querer volver a verles.
Claro que otros niños lo habían pasado peor. Él tenía una madre que le adoraba y le daba todo lo que quería. Tenía una familia numerosa, en el más amplio sentido de la palabra, que le proporcionaba seguridad, estaba bien dotado, era inteligente y, según Sally, demasiado guapo para no ser un creído.
Sin embargo, de pequeño fue todo un elemento, y lo sabía. Lo había sabido siempre, incluso a pesar de no haber podido evitar algunas de las cosas que había hecho. Recorría su cuerpo una vena de ira tan profunda y firme, que nada de lo que hiciera la ahuyentaría.
________ se había llevado la peor parte. Harry aún se acordaba del día en que Sally la trajo a casa, era una niña seria y encantadora, un bebé que miraba a su alrededor con esos inmensos ojos azules, extrañamente pasivos, como si ya fuera plenamente consciente de que esta a la merced de un destino caprichoso.
Lo raro era que Harry nunca la había considerado como una hermana pequeña; tampoco Sally fomentó jamás tal percepción. Habían crecido juntos, separados por unos cuantos años y un abismo de cólera, y Harry, en el fondo, siempre supo que ninguno de los dos estaba en el ambiente adecuado.
A lo mejor ése era el motivo por el que había martirizado a ________ toda su vida, destrozando sus muñecas, metiéndose con sus amigos, chinchándola y torturándola cuando no tenía nada mejor que hacer.
Eso, y el hecho de que ________ le mirara con una mezcla de adoración y dolor.
Harry no se merecía tal adoración, pero nada de lo que hiciera con vencería a ________ de ello. ________ era fervientemente leal a su familia, aunque esta última no decidiera nunca adoptarla legalmente; intensamente leal a Sally y el monstruo de su hijo, por muy mal que pudieran llegar a tratarla.
No es que Sally fuera nunca deliberadamente cruel con ella. Dispensaba un aire maternal sutil y distante, que ________ aceptaba con patética gratitud. A Harry le ponía de mal humor que ________ hubiera renunciado a todo por Sally, relegando su vida y sus intereses a un segundo plano.
Le ponía de mal humor volver al cabo de tantos años y ver que seguía haciendo lo mismo.
________ se merecía algo mejor. Mejor que esa clase de amor tibio que le ofrecía Sally. Se merecía el amor que necesitaba. A Harry no le cabía la menor duda de que Sally la quería realmente, la quería todo 1o que podía querer a alguien. Pero ________ Smith se merecía ser amada apasionadamente. Necesitaba alejarse de ese maldito grupo de bastar dos egoístas que en nombre de la familia le habían quitado hasta el último céntimo.
Y él era uno de los que más culpa tenía.
Al menos había podido escaparse.
Lo fastidioso del asunto era que Harry apenas recordaba lo sucedido aquella. Había robado un coche, a su madre no iba a serle fácil salvarle el pellejo esta vez. Recordaba que discutió con ella y que se gritaron el uno al otro. La casa de Edgartown estaba llena:
Patsy acababa de separarse de su segundo marido y ocupaba, junto a sus tres hijos, la mayor parte del segundo piso. Warren había ido a pasar el fin de semana, aunque estaba casi todo el día en el club náutico para evitar que le molestaran sus ruidosos sobrinos. Se había enterado del último lío de Harry; el coche que había robado no era un coche cualquiera, sino un MG clásico propiedad de un reportero de deportes jubilado. Harry se acordaba vagamente de la cara de Warren, pálida pero hirviendo de rabia, pronunciando ultimátums en voz alta.
Le dijeron que le meterían en la cárcel. Que esa vez iba en serio, que era bastante mayorcito para librarse del problema con un simple tirón de orejas, y que ya era hora de que aprendiera la lección.
Así que huyó. Recordaba haberse ido de casa. Caminó durante horas hasta que todas las luces de la casa se hubieron apagado y volvió para coger dinero.
A partir de ahí sus recuerdos se hacían más borrosos. Sabía que había robado a Constanza, como también sabía que Sally reemplazaría de inmediato todo lo que él se llevara consigo. Debió de vaciar el bolso de Patsy, y luego debió de entrar en la habitación de ________ para coger lo que ésta hubiera dejado a la vista.
Todavía recordaba cómo le miraba mientras él se quedaba con todas las sus joyas. Durante el último año ________ había crecido, y desde hacía meses Harry se fijaba en ella no ya como su víctima sino como mujer.
Entonces la besó. Eso también lo recordaba, el dulce impacto de joven boca, la increíble tentación de su cuerpo, aún caliente de la cama. Durante muchos años, tal vez porque era lo último que recordaba, ese beso fue la obsesión de Harry, cosa a la que nunca pudo encontrar explicación.
Aunque no recordaba haberlo hecho, sabía que había bajado a Lighthouse Beach. La lancha de los Valmer estaba atracada allí, y de día pretender hacer un puente y viajar hacia tierra firme, huyendo de La única familia que tenía.
Alguien le había estado esperando en la playa, y Harry no tenía la menor idea de quién demonios se trataba. Una enorme laguna que en dieciocho años aún no había sido rellenada. Pensara o no en ello, no acudían más imágenes a su mente. Una parte importante de su vida, que incluía su intento de asesinato, se había esfumado.
Estaba besando a ________ Smith pensando que era un pervertido y que acabaría entre rejas.
Y al momento siguiente se despertaba en una estrecha cama de una casa de las afueras de Boston, frente al hombre que en su día estuvo casado con Sally Styles. Tenía un agujeró en la espalda, que le habían curado de cualquier manera tras extraerle bruscamente la bala que lo había ocasionado, y no recordaba cómo había llegado hasta allí. Según John Kinkaid, la noche anterior Harry había aparecido medio muerto en el umbral de su puerta, y Kinkaid le había dejado entrar.
Más tarde Harry pudo reconstruir parte de los hechos. Los pescadores del barco pesquero, poco interesados realmente en la pesca, le habían salvado sacándole del oscuro océano antes de dejarle en la costa de Massachusetts. Harry había encontrado en su bolsillo un papel empapado en el que estaba garabateada la dirección de Kinkaid, que supuestamente encontró hurgando en el bolso de su madre. Sea como sea, había llegado hasta allí.
No es que Harry esperara un reencuentro efusivo y conmovedor —nunca fue un niño sentimental— pero desde luego la realidad distó mucho de ser así. Aunque nunca había visto una foto de su padre, no le sorprendió en absoluto que Kinkaid, pasada la cincuentena, fuera un hombre apuesto. Ningún Styles se conformaba con menos que la perfección física.
Kinkaid era alto, larguirucho, tenía el rostro ovalado y los ojos azules. Harry no podía reprocharse a sí mismo no reconocer la trascendencia de esos ojos azules; en algún momento dado se había golpeado la cabeza y, por si fuera poco, tenía una leve conmoción cerebral. Con un agujero de bala en la espalda lo último que quería era ir a urgencias o a un médico y que le hicieran preguntas. Lo mandarían de vuelta a Edgartown.
Kinkaid le sirvió una sopa y un ginger ale, e incluso le despertó cada hora para comprobar que estaba bien. Al día siguiente le dio café solo con azúcar, que siempre había tenido que tomar a escondidas de Constanza.
—Sally está preocupada por ti —anunció Kinkaid, sentándose enfrente de la cama.
A Harry se le derramó el café caliente por los tejanos.
—¿Le has dicho que estoy aquí?
—Tranquilo, muchacho. No tiene ni idea de dónde estás. No voy a chivarme.
—Pero es probable que intente ponerse en contacto contigo. Es una mujer inteligente; se imaginará que he ido a buscar a mi padre.
Kinkaid parecía contrariado.
—Hace casi diecisiete años que Sally y yo no estamos en contacto —explicó Kinkaid—. Me extrañaría mucho que siquiera pensara en mí como una posibilidad. Ha pasado demasiado tiempo.
—Desde que nací —añadió Harry.
—Sí.
Una respuesta tan rotunda no daba pie a preguntar nada.
—Podría encontrarte. Si Sally se lo propone, puede encontrar a quien quiera —dijo Harry, decepcionado.
—Si piensas eso, ¿por qué te has molestado en huir, entonces? ¿O es que quieres que te encuentre y te lleve de vuelta a casa?
—Volveré a casa —afirmó—. Cuando esté preparado. Cuando averigüe las respuestas a algunas preguntas.
—¿Qué tipo de preguntas?
Harry resopló con el desdén propio de un adolescente.
—Quería conocer a mi padre, ¿es eso tan descabellado? Es un capítulo de mi vida que está en blanco. Sally nunca me habla de ti; ni si quiera me ha enseñado fotos tuyas. Todo lo que sé es que nos abandonaste cuando yo nací.
—¿Y quieres saber por qué? —Kinkaid encendió un par de cigarrillos y le dio uno a Harry. Diez años después Kinkaid moría de un cáncer de pulmón, y Harry dejaba de fumar.
—Creo que es mi derecho —afirmó Harry—. Tengo derecho a conocer a mi padre.
—Lo siento, chico, pero ahí sí que no puedo ayudarte —dijo Kinkaid suspirando—. Yo no soy tu padre.
A Harry no le sorprendió oír eso.
—¿Por eso dejaste a Sally? ¿Porque tenía un affaire y se quedó embarazada de otro hombre?
—¡No! La única vez que Sally estuvo embarazada yo era el padre. De eso no hay duda.
Desde hacía varios días Harry tenía jaqueca; al oír las palabras de Kinkaid, de pronto, el dolor se disparó.
—¿Cómo has dicho?
—Que tampoco eres hijo de Sally, muchacho. Nuestro bebé nació muerto, y ya sabes que Sally nunca ha aceptado un no por res puesta. Ni siquiera sé dónde demonios te encontró, aunque debió pagar un dineral por ti. Te trajo a casa y te presentó como su hijo recién nacido, y el que tuvo alguna duda fue lo bastante listo como para mantener la boca cerrada.
—¿Menos tú?
—No, yo también me callé. Simplemente me fui. Hacía mucho tiempo que nuestro matrimonio era un desastre, pero me retenía el niño. Cuando el bebé murió ya no me pareció necesario seguir aguantando las mentiras de Sally.
—No, supongo que no.
—No me mires así —le dijo Kinkaid con brusquedad—. No es nada personal. Estoy seguro de que Sally te ha querido tanto como si te hubiera parido.
—¡Pues vaya consuelo!
Kinkaid se encogió de hombros.
—En cuanto a mí, no me sentía como si hubiera perdido una mascota y pudiera reemplazarla por otra. Al morir nuestro hijo no había razón alguna para que me quedara. Tú te convertiste en su nuevo juguete y, de todas formas, Sally ya no me necesitaba. —Soltó un suspiro—. Aunque no me resultó fácil prescindir de su fortuna. Aun así, no me arrepiento de lo que hice. Me casé con otra mujer, tuvimos un par de hijos, y luego seguimos caminos diferentes. Veo a mis hijas los fines de semana, suficiente para cubrir mi necesidad de padre.
Harry había apagado su cigarrillo.
—Será mejor que me vaya —anunció.
—No, hombre, no, quédate —suplicó Kinkaid, obligándole a acostarse de nuevo—. En cierto modo te siento como parte de la familia. Una especie de hijastro. Al fin y al cabo, eres el hijo de mi ex mujer.
—No, no lo soy.
—Escucha, seguro que Sally te quiere con locura. El hecho de que sorteara algunas leyes para conseguirte no cambia nada.
—¿Estoy adoptado legalmente?
—¡Caray, no lo sé, chico! Pero yo no me preocuparía por eso. Sally haría cualquier cosa por tenerte; a estas alturas ya no va a decir la verdad. Nunca le ha gustado reconocer sus errores.
—¿Crees que ha hecho algo mal?
—Eso no es asunto mío. Sally siempre utilizaba dinero para con seguir lo que quería. Y yo no quería lo mismo.
—Entiendo —dijo Harry, cogiendo otro cigarrillo del paquete que había sobre la mesa—. Así que somos dos.
—¿Dos?
—________ y yo. Sally trajo una niña pequeña a casa al cabo de unos años. En esta ocasión no la hizo pasar como suya. Tampoco se molestó en adoptarla. Siempre dijo que las mujeres solteras no podían adoptar, pero yo no la creí. Sally era capaz de hacer todo lo que se propusiera.
—Pagando, claro —añadió Kinkaid—. Por cierto, chico, ¿cómo te llamas?
—Harry. Harry Styles. Kinkaid parecía triste.
—Nuestro hijo se iba a llamar Samuel. Samuel Kinkaid.
—Bonito nombre —comentó Harry.
—Sí.
Y cinco semanas más tarde, cuando Harry finalmente se fue, su nombre era Samuel Kinkajd.
Había sido sorprendentemente fácil desaparecer. A John Kinkaid la vida no le había sonreído demasiado desde que saliera de la burbuja protectora de los Styles, y le ayudó a conseguir los papeles pertinentes para empezar una nueva vida. No se pronunció al respecto, se limitó a darle a Sam un cartón de cigarrillos y cien dólares en el momento de partir, y le prometió acudir si le necesitaba.
No cumplió su promesa. Nunca más volvió a verle, pero no importaba. Ahora tenía una nueva vida. Por primera vez, era libre.
En muy poco tiempo había vivido una buena dosis de realidad, sin nadie que le sacara del apuro, sin dinero que protegiera cada uno de sus movimientos. Y lo había disfrutado, viajando sin rumbo por Europa, vagando, probando un montón de cosas nuevas para él. En últimos años años había sido ladrón de coches, universitario, agente de Bolsa, obseso del esquí, gigoló y carpintero. Era fuerte, resistente, ciertamente su sentido del honor estaba tergiversado, y no necesitaba nada ni a nadie.
Hasta el momento en que se enteró de que Sally Styles se estaba muriendo.
No deja de ser curiosa la forma en que le llegó la noticia. Harry era un hombre realista, pero no podía dejar de pensar que había sido obra del destino.
Los Styles, a pesar de tener mucho dinero, intentaban pasar desapercibidos. Y Harry, deliberadamente, se había abstenido de saber de ellos. Pertenecían a su vida anterior, eran agua pasada. Ya no le importaban.
Cada vez que había tenido dinero ahorrado, tiempo libre, o cualquier otra excusa, había viajado a Italia. A la Toscana, para ser exactos. En un momento dado se preguntó si habría algún rasgo hereditario que le ligara a esa tierra, pero como era cabello castaño y tenía los ojos azules-verdosos, lo descartó. Fuera cual fuera el motivo, en ningún otro sitio se había sentido tan a gusto durante sus años errantes. Sólo en la Toscana Harry se sentía como en casa.
Incluso se había comprado una casa pequeña y medio derruida en las colinas. No era una villa exactamente, pero era algo más grande que una granja, poco más que ruinas, apenas habitable, y rodeada de enormes jardines que, independientemente de lo que estuviera floreciendo, olían siempre a rosas.
Su amigo Paolo le había estado ayudando a reparar el tejado, y al irse a su casa después de comer, se dejó el envoltorio de su sándwich. Un antiguo ejemplar de la edición internacional del Wall Street Journal.
Las páginas del periódico estaban gastadas y borrosas, el sol las había descolorado. Le seguía sorprendiendo que hubiera decidido leer las noticias de economía americanas de hacía dos meses. Claro que Harry necesitaba leer siempre algo en su tiempo libre: en el cuarto de baño, cuando veía la televisión o cuando estaba comiendo. Se encontró con una noticia que hablaba de la reorganización de las Industrias Styles mientras tomaba un plato de pasta fría.
El artículo no decía que Sally se estaba muriendo. Tampoco hizo falta; podía leer perfectamente entre líneas. Harry supo que había llega do la hora de volver a casa y encontrar las respuestas a todas las preguntas que habían sido objeto de su obsesión.
No recordaba con exactitud cuándo se le había ocurrido el plan. Al principio su intención era simplemente volver a casa y presentarse ante su querida familia. Lo lógico era que primero se dirigiese a Warren, no quería que Sally viese aparecer a su hijo pródigo y se muriera del susto.
Pero no había sido fácil. Warren estaba aislado del vulgo, y un sinfín de secretarias y recepcionistas le protegían de las llamadas. El número de teléfono de su piso de Nueva York no figuraba en el listín, y si en otra época Harry lo había sabido, lo había olvidado por completo.
Al final, molesto, dejó un seco mensaje diciendo que Harry Styles quería hablar con su tío. Debió imaginarse que la respuesta no se haría esperar.
Los Styles habían contratado un prestigioso bufete de abogados. Harry recibió la llamada breve y expeditiva de un socio adjunto: el hijo de Sally Styles estaba muerto y cualquier impostor sería tratado con dureza.
Fue entonces cuando se le ocurrió la idea. Una pequeña garantía, un plan infalible. Hacía años, alguien había intentado acabar con su vida. Probablemente habría sido uno de los influyentes Styles. Si le creían muerto, no le recibirían con los brazos abiertos ahora que se habían hecho a la idea de que todo ese dinero sería para ellos. Ignoraba qué contenía el testamento de Sally, pero estaba casi seguro de que si volvía una gran parte de su sustanciosa fortuna recaería en él, cosa que no haría ninguna gracia a Warren y Patsy Styles.
Una vez decidido el enfoque del asunto, Harry no tardó mucho en averiguar los detalles. Nunca se le declaró muerto, su afligida madre se había negado a admitirlo. Cuando muriera la herencia se convertiría en un caos hasta que lograran aportar alguna prueba. Cualquiera lo suficientemente amoral y sagaz recibiría a un hábil impostor con los brazos abiertos.
Y si mal no recordaba, su querido tío Warren era el anzuelo perfecto.
Había resultado sorprendentemente sencillo. Había localizado a Warren en su club masculino y se había sentado cerca de él en un tranquilo rincón del bar limitándose a esperar. La mirada de Warren se había posado en Harry con total desinterés patricio, entonces se quedó petrificado.
—¿Quién eres? —le había preguntado con voz ronca.
Harry había sonreído.
—¿Tu añorado sobrino?
—Está muerto.
—Tal vez. Te gustaría demostrarlo, pero no has podido hacerlo, ¿no es cierto?
Warren alcanzó su bebida de color ámbar su mano, perfectamente cuidada, temblaba.
—¡Y tú qué sabes!
—Sé muchas cosas. Da la casualidad de que me parezco a un familiar tuyo desaparecido. Incluso me parecía a él por aquel entonces; la pasma me detuvo y me interrogó cuando le estaban buscando. Con la ayuda adecuada podría convencer a cualquiera de que soy Harry Styles.
—¿Y por qué querrías hacerlo?
—Por dinero —respondió Harry con toda naturalidad—. No, no es que sea un avaro. No se me pasaría por la cabeza quedarme con todo lo que hubiera heredado el Styles ése. Al fin y al cabo, necesitaré ayuda para lograr mis objetivos. Pero piensa en lo que te convendría: no habría que esperar a tener pruebas que demostraran la muerte de Harry; no habría dudas sobre la herencia. Planeamos algo sutil que nos beneficie a los dos, y cuando esa anciana esté muerta y yo haya cobrado una generosa cantidad de dinero, me esfumaré y no se sabrá nada más de mí.
Warren le miraba, desconfiado:
—¿Y crees que confiaría en ti? Tú debes de ser el farsante que ha estado intentando contactar con mi hermana. Pensé que mis abogados ya se habían ocupado de ti.
—No vayas tan deprisa, «tío Warren» —murmuró Harry—. Me da la impresión de que eres un hombre inteligente. No deberías rechazar una oportunidad como ésta sin antes sopesar los pros y los contras.
—¿Quién **** eres?
—Me llamo Sam Kinkaid. —Usó el nombre intencionadamente, pero Warren ni siquiera parpadeó. Era obvio que el ex marido de Sally había sido borrado de su banco de datos.
Warren se reclinó y, pensativo, miró a Harry durante largo rato.
—Podría llamar a la policía.
—Pero no lo harás. Volverás a tu piso de Park Avenue y pensarás en lo que te he dicho. Reflexionarás sobre ello, profundamente, con un par de whiskys. No se lo comentarás a nadie, porque eres lo bastante listo como para saber que un secreto anunciado a los cuatro vientos ya no es un secreto. Y luego, dentro de unos días, tal vez antes, me llamarás.
Warren arrugó la nariz en señal de desaprobación.
—Estás muy seguro de ti mismo, ¿verdad?
—Hay que tenerlos bien puestos para poder salir airoso de una cosa así. La cuestión es si tú también los tienes.
Durante mucho rato, Warren le miró fijamente, examinándole, y Harry pensó que le había tendido una buena trampa. Se levantó, proyectando su inmensa sombra sobre el viejo Warren.
—La decisión está en tus manos. Éste es mi número de teléfono. Estaré esperando noticias tuyas.
—Tendrás noticias de mis abogados —replicó Warren con frialdad.
—Gracias por la copa, tío Warren —dijo Harry sonriendo.
Su intuición le indicó cuándo llamaría Warren; intuyó bien. En menos de una semana Harry se estaba reuniendo con Warren para aprenderse la historia de la familia Styles, de la que sólo conocía una parte, el resto le era completamente nuevo. Se le habló de los distintos matrimonios de Patsy y de sus hijos, ya mayores; se le habló de la enfermedad de Sally y de sus fieles criados, Constanza y Ruben. Y se le explicaron muchas cosas de ________ Smith, la hija adoptiva que había entrado en la familia para no marcharse jamás.
Y recordó aquel inocente beso. El primer y último bocado de inocencia de su horrible y egoísta vida. Y miró a Warren a los ojos, sonriendo. Consciente de que iba a tener la oportunidad de saborear a ________ otra vez.