Capítulo XXXIV

1.7M 110K 582K
                                    

XXXIV - GANAS

Vale, estoy nerviosa.

Muy nerviosa.

Miro abajo y veo los mensajes de apoyo psicológico que me están mandando Lexi y Liam y me convenzo a mí misma —o lo intento, al menos— de que voy a caerle bien a la familia de Jared.

Por favor, que no sean tan complicaditos como él.

Al menos, ya tengo a Cassie de mi parte. Ella, por cierto, se ha ido muy temprano esta mañana y ha dicho que ya nos vería en casa. Su excusa ha sido que tenía muchos deberes. Yo sospecho por su sonrisita que se ha ido a ver a ese novio suyo, Mitchell.

Jared está conduciendo a mi lado y noto que me mira de reojo. No me atrevo a devolverle la mirada porque no quiero que vea lo nerviosa que estoy, pero soy tan asquerosamente obvia que se da cuenta enseguida. Trago saliva cuando alarga el brazo, me atrapa la mano y presiona sus labios en cada uno de mis nudillos.

—Relájate —murmura contra mi mano.

—E-estoy relajada.

—Muy bien —noto que esboza una sonrisita—. Entonces, deja de tartamudear.

Le quito mi mano, enfurruñada, y él pone la suya en mi rodilla.

—¿Cómo es? —pregunto, tragando saliva.

—¿Quién?

—Tu madre, Jared, ¿quién va a ser?

—Ah, ella... Es bastante normal.

Entrecierro los ojos en su dirección.

—No me estás ayudando mucho.

Suspiro y me paso una mano por la cara.

—¿No hay nada que le guste? Igual puedo fingir que a mí también me gusta y así le caeré mejor.

—Brooke... —empieza, divertido.

—¿La cocina? ¿Los deportes? ¿La música, como a ti?

—Los deportes definitivamente no. La música... no le gusta especialmente. Y cocinar no se le da mal, pero tampoco le apasiona.

—¿Entonces, qué...?

—Brooke —me detiene— ya le caes bien y no te conoce.

—Ese es el problema. Que no me conoce. Se va a llevar una decepción.

—No digas tonterías.

—¡No son tonterías!

—Solo sé tú misma.

—Cuando soy yo misma, no caigo bien a nadie.

—Pues yo me enamoré de ti.

Hay un momento de silencio en el coche antes de que esboce una sonrisita, más animada. Atrapo su mano entre las mías y le paso el pulgar por los nudillos. Noto las pequeñas marcas de algunos golpes que habrá dado y cuyos detalles prefiero no saber.

—Vale, ya estoy mejor —admito.

—No sé por qué te pones nerviosa, la verdad.

—No todos podemos ser don-nada-me-altera, cariño.

—Tú me alteras.

Pongo los ojos en blanco cuando sonríe de lado y decido cambiar de tema antes de ponerme roja.

—Tengo curiosidad por ver tu habitación —murmuro.

—No es gran cosa —se encoge de hombros.

La última notaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora