Capítulo XLIII

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Recordad que este es el último capítulo, pero todavía quedan el epílogo y los extras :D






XLIII - MUCHO TIEMPO

Apenas pasan dos días cuando el doctor nos concede el traslado de hospital. Hemos tenido suerte de que Cris pudiera volver a alquilar el avión privado que usan para las giras.

Kevin ha estado muy ausente estos dos días. Creo que no se atreve a hablar con Jared. Hunter y Ally sí que han aparecido bastante. Especialmente para traer comida que se supone que Jared no puede comer ahora mismo —pero come igual, aunque yo proteste—. Por lo demás, solo han venido Cassie —ella vino el primer día y luego tuvo que volver a casa para seguir con sus clases— y Cris. Oh, y Bruce. Se me hace tierno ver a ese grandullón tan sensible por su preocupación con Jared.

—No me creo que tenga que usar esta mierda —masculla Jared, devolviéndome a la realidad.

Le pongo mala cara y él me la devuelve, malhumorado. Bruce sigue empujándolo con una pequeña sonrisa divertida mientras subimos la rampa del avión.

—Puedo andar perfectamente —Jared se acomoda en la silla de ruedas.

—Te hemos entendido la primera vez que lo has dicho —remarco.

—¿Y por qué sigo sentado aquí?

Miro a Bruce como si le implorara paciencia y él empieza a reírse, divertido.

Por fin entramos en el avión y veo que los demás ya están ahí. Hunter y Ally están en uno de los grupos de asientos. Kevin está con ellos, pero solo mira por la ventana con los cascos puestos. Cris está en los asientos individuales del fondo hablando —o gritando, más bien— por teléfono.

Bruce empuja a Jared al otro grupo de asientos, los que están libres. En cuanto hace un ademán de ayudarlo a sentarse en el asiento del avión, Jared le pone mala cara.

—Puedo hacerlo solo —masculla.

—Si te apoyas en mi hombro... —empieza Bruce.

—Puedo hacerlo solo —repite, de muy mal humor.

Miro a Bruce con una disculpa en los ojos, pero él no parece tomárselo demasiado mal. Me desea suerte en voz baja y lleva la silla a la parte delantera del avión, donde una de las azafatas le ayuda a esconderla.

Jared, mientras tanto, ha ocultado muy mal una mueca de dolor mientas se apoyaba en el asiento con una mano y se dejaba caer en él. Me quedo de pie mirándolo con una ceja enarcada.

—¿Qué? —pregunta de mal humor.

—Eres un testarudo.

Me siento a su lado y él resopla cuando le subo la manga de la chaqueta para mirarle las vendas y asegurarme de que todo esté bien.

—¿Puedes dejar de tratarme como si fuera inválido?

—Técnicamente, lo eres un poco.

—No tanto. No necesito ir en silla de ruedas.

—Jared —le suelto el brazo y lo miro—, no puedes andar.

—Sí puedo.

—¡Deja de quejarte! Te han dicho que tienes que usarla y vas a usarla, así que ve asumiéndolo y cállate.

Y ambos nos sentamos de brazos cruzados, mirando el frente.

Menos mal que las pocas azafatas del vuelo se acercan en ese momento para decirnos que estamos a punto de despegar y que nos abrochemos los cinturones. Jared intenta hacerlo con la mano mala por impulso y se detiene al instante con una mueca de dolor. Lo miro de reojo cuando suelta una palabrota en voz baja.

La última notaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora