"Las relaciones humanas están predestinadas por un hilo rojo que los dioses atan a los dedos meñiques de aquellos que se encontrarán en la vida. Este hilo se puede enredar, contraer, estirar...pero nunca se puede romper."
Kiku tomaba un té en el salón de su casa mientras observaba la lluvia caer sobre el cristal, creando el ambiente perfecto para relajarse después de haber tenido una semana ajetreada. Estaba solo en casa. Le gustaba poder estar así, tranquilo, sin ruido, y sin tener que aguantar a la persona con la que se había casado. Kiku, era un chico muy callado, introvertido y tímido, además de llevar siempre una expresión seria en su rostro. Sus ojos marrones quedaron clavados en la gran ventana. Suspiró. El timbre acababa de sonar. Este se levantó y miró la hora. Había sido puntual.
-Buenas señor Kiku, ha llegado lo que me pidió.
Kiku miró la carpeta que aquel hombre llevaba bajo el brazo.
-¿Está todo ahí?
-Y también aquí señor-dijo levantando otra carpeta que llevaba en la mano. Este esbozó una pequeña sonrisa-.
-Ha hecho un gran trabajo, me imagino que no debió de ser muy fácil.
Los dos hombres intercambiaron miradas. El hombre negó con la cabeza. Definitivamente era un profesional. Le entregó las carpetas con los documentos requeridos. Después de aquello se despidieron cordialmente y Kiku se encerró en su despacho. Por fin podría conocer todo lo que rodeaba a Arthur Kirkland.
-Y bien, ¿cómo estamos hoy?
-Siempre genial.
Gilbert esbozó una sonrisa. Le darían el alta dentro de poco y podría salir a molestar a sus amigos otra vez. La enfermera le dedicó una sonrisa al joven. Veía a aquella chica todos los días, era muy maja además de divertida, pero Gilbert solo tenía a una persona en mente. No paraba de fantasear con ella, además de que a cada rato se preguntaba que estaría haciendo o si ella también pensaría en él de aquella forma, aunque tenía sus serias dudas ya que Sophía podía parecer fría muchas veces pero eso no significaba que no era una persona dulce. Quería verla, la anhelaba. Quería ver su bonita sonrisa, sus bonitos ojos brillantes, llenos de pasión, o acariciar sus largos cabellos suaves...se estaba poniendo ansioso. Las relación con ella no era la mejor en ocasiones ya que ella se ponía borde, cosa que le daban más ganas de molestarla al alemán. Adoraba la forma en la que fruncía en ceño y sus pequeños labios se curvaban formando unas pequeñas arrugas en sus mejillas. Sabía que su comportamiento arrogante a veces no ayudaba además de tener que lidiar con el insufrible mejor amigo que, a leguas, se notaba que este la amaba, en ocasiones pensaba o que ella era muy inocente para no darse cuenta o que simplemente ignoraba los sentimientos de Daniel. Empezó a reír imaginando la situación, y lo peor es que no le sabía mal.
-¿Qué es tan gracioso?
Una voz grave sonó detrás de la puerta. Gilbert giró la cabeza, pese a que sabía quien era.
-¡WEST!
Su hermano frunció el ceño.
-No grites, estamos en un hospital.
Ludwig cerró la puerta y se acercó a una silla que había al lado de la camilla. Se cruzó de brazos y le miró.
-Oye, los hospitales no deberían ser lugares que dan miedo hermanito, vas a asustar a los pobres niños con esa cara que me llevas.
Se burló. Ludwig se masajeó la sien, no estaba para bromas pese a que su hermano quisiera fingir que todo iba bien las cosas eran un poco diferentes.
-Gilbert...no sé si eres consciente de la situación en la que te encuentras pero...ya sabes que no en las mejores condiciones.
Gilbert se levantó, esta vez serio.
-¿Y qué quieres? ¿Que me ponga a llorar? ¿Es eso lo que se espera de una persona que tiene una...
-Gilbert, no quise decir eso...
Se levantó también mirándole serio. El silencio invadió aquel espacio tan pequeño. Era incomodo, al final Gilbert fue quien decidió hablar primero.
-No espero que me entiendas, solo quiero que me acompañes, dure lo que dure, me he cansado de llorar, ¿sabes?, me he enamorado de alguien, creo que ella es la razón por la cual quiero seguir viviendo.
Ludwig no supo que decir pero en el fondo se alegró de que su hermano encontrara luz en aquel abismo en el que se encontraba. Esta vez se sentó, más relajado, quería oírlo.
-Háblame de ella.
No dudó ni un segundo. Se volvió a acomodar en la camilla, sonrió y habló. Los dos hermanos se refugiaron en aquella habitación de la lluvia, del dolor que sentía cada uno y charlaron como solían hacer cuando eran pequeños. Es verdad, los hospitales no deben ser sitios que asusten, muchas personas piensan que cuando estás ahí todo se detiene, pero, en verdad puedes encontrar una buena razón para vivir.
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Intocables
RomanceNo siempre el primer amor será el único y el último. Siempre existirá un segundo el cual te ame y te acepte tal cual como eres a pesar de tus errores, como el primero no supo hacer. Arthur Kirkland vuelve a Londres después de pasar una larga tempor...